DE CÓMO UN PAÍS SE ESTRELLA POR FALTA
DE ALTURA DE SU CLASE POLÍTICA
Artículo de Carlos Sánchez en “El Confidencial.com” del 06 de febrero de 2009
Por su interés y
relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio
web.
Vayamos por partes, que diría Jack el Destripador. Resulta que vivimos en un país en el que la producción industrial está cayendo casi un 20%; en el que las grandes empresas (aquellas que facturan más de seis millones de euros) vendieron el año pasado un 13,2% menos que en 2007; en el que la venta de coches se ha hundido un 42%, y en el que el flujo real de crédito que llega a los hogares se ha desplomado un 56% respecto del año anterior, lo que explica que haya más de un millón de pisos sin vender. Y por si esto fuera poco, en el que el paro crece a una estratosférica velocidad del 47,1%, una tasa que pasará a los anales de la Historia económica reciente. Desde la República de Weimar no sucedía algo similar en Europa en periodo de paz.
Para más señas, se trata del mismo país en el que las deudas
representan el 128% de la renta disponible de las familias, y en el que la
morosidad (la oficial y la no oficial) crece y crece sin que nadie haga algo
con sustancia por taponar las vías de agua. Y en el que se destruye empleo
a un ritmo anual del 5%, lo que significa que de no frenarse esta velocidad, la
Seguridad Social tendrá a la vuelta del decenio un agujero más profundo que
aquellos que describe Stephen Hawking para explicar la galaxia. Un
país en el que la población aumenta de forma extraordinaria. Un
millón de nuevos habitantes en 2007, con un increíble crecimiento de la
población inmigrante del 16,6%, lo que ha convertido al protagonista de esta
historia en la nación con más población extranjera de Europa, sólo superada por
Alemania, cuando hace apenas una decena de años el peso de la inmigración era
insignificante.
Sí. Se trata del mismo territorio en el que el déficit público superará este
año (en el mejor de los casos) el 6% del PIB, y en el que la deuda exterior
neta -es decir, el dinero que le han prestado sus socios comerciales para
financiar el desarrollo- alcanza la bonita cifra de 818.127 millones de euros
que religiosamente (sobre todo después de la visita del cardenal Bertone a
España) habrá que devolver con sus correspondientes intereses.
Pues bien, pese a todo ello, el sistema político sigue enfrascado en sus mezquinas rencillas. Sin que nadie apueste por coger el toro por los cuernos. Sin que alguien con capacidad de tomar decisiones plantee seriamente un nuevo escenario político radicalmente distinto del actual. En su lugar, brilla con luz propia un Parlamento secuestrado por el poder Ejecutivo. Inoperante para hacer alguna aportación propia relevante capaz de mitigar, al menos, la formidable crisis económica que nos envuelve. Mucho 'y tú más', pero poca cosa más.
En algunos círculos, sin embargo, se abre la idea de explorar la posibilidad de impulsar un Gobierno de coalición entre los dos partidos mayoritarios con probabilidad real de gobernar: el Partido Socialista y el Partido Popular. Ninguno de las dos formaciones parece estar por la labor. Tal vez, con la aviesa intención de hacer bueno aquello que decía el ex embajador Shlomo Ben Ami, sobre el conflicto israelí-palestino, que no resolvería hasta que los dos pueblos caigan en la ciénaga más profunda.
La gran coalición
La existencia de gobiernos de coalición entre los dos partidos mayoritarios es
un hecho singular en las grandes naciones europeas. El caso más reciente, como
se sabe, es el alemán, donde Angela Merkel fue elegida canciller tras el
virtual empate entre la CDU y el SPD. El pacto vino a ser una reedición de la
Gran Coalición existente entre 1966 a 1969, en plena Guerra Fría, lo que da
idea de la singularidad del fenómeno. Ni en la V República francesa, ni en la
Italia de después de la guerra se ha producido un fenómeno similar. Ni siquiera
cuando Enrico Berlinguer planteaba su célebre 'compromiso histórico'.Y mucho
menos se ha planteado en el Reino Unido, donde la existencia de un sistema
electoral de carácter mayoritario refuerza los apoyos parlamentarios del
partido que manda en el palacio de Westminster, lo que hace inútiles los
gobiernos de concentración. Entre ottras cosas debido a que los diputados
responden ante sus electores y no ante el jefe político de turno, lo que
concede autonomía al poder legislativo frente al ejecutivo.
En las pequeñas naciones europeas, por el contrario, la
existencia de grandes coaliciones es más habitual. Fundamentalmente por una
razón: la preeminencia de sistemas electorales de carácter proporcional crea
gobiernos más inestables, lo que obliga a los partidos mayoritarios a compartir
su destino en aras de lograr mayor apoyo parlamentario.
Vaya por delante que la existencia de gobiernos de coalición entre los partidos
mayoritarios representa un cierto fracaso de la política. O mejo dicho, del
sistema democrático. Como ha señalado el politólogo Ignacio Urquizu, la
teoría del voto presupone que si las elecciones son el instrumento adecuado
para controlar al Gobierno, los electores deben tener capacidad de
identificar al responsable de las políticas. Esto, que es un verdadero
axioma en el plano teórico, puede llegar a convertirse en papel mojado en
determinadas circunstancias por causa de fuerza mayor. ¿Se encuentra España en
esa situación?
Puede ser una paradoja. Pero aunque la Transición fue un
monumento al pacto político, España es hoy, probablemente, el único país de
Europa Occidental -excluido el Reino Unido y Francia, ambos con sistemas
electorales de corte mayoritario- en el que nunca ha habido un gobierno de
coalición. Ni entre los partidos con probabilidad real de gobernar, ni
entre una fuerza mayoritaria y otra de carácter minoritario. Se trata de
un fenómeno verdaderamente singular en el marco de un sistema
electoral de carácter proprocional, aunque sea corregido. De las diez
elecciones generales que se han convocado en 32 años de democracia, en tan sólo
tres el partido ganador lo hizo con mayoría absoluta (dos el PSOE y una el PP).
Es decir, que en siete ocasiones el partido más votado ha tenido que gobernar
con acuerdos –de legislatura o puntuales- con fuerzas minoritarias. Pero
evitando en todo momento que el grupo parlamentario que respaldaba al Gobierno
sentara a alguno de sus representantes en el Consejo de Ministros.
Cultura del pacto
Quiere decir esto que España en un país con escasa cultura de la coalición
política. Probablemente por el hecho de que los últimos tres lustros han
coincidido con un periodo de esplendor económico que ha hecho innecesarios los
grandes acuerdos, En los 80, tampoco hizo falta un gobierno de coalición
debido a que González pudo gobernar con mayoría absoluta. Mientras que en los
70, Enrique Fuentes Quintana impulsó los Pactos de la Moncloa para hacer frente
a una crisis colosal que coincidió con un cambio de sistema político.
La situación actual, sin embargo, es distinta. Y no
sólo por la intensidad de la crisis. La arquitectura institucional española es
mucho más compleja que en el pasado, lo que ha limitado la capacidad de
maniobra del Gobierno central, que –excluida la Seguridad Social- controla en
estos momentos apenas la tercera parte del gasto público. Pero es que, además,
sus instrumentos de política económica son hoy más escasos que nunca. El
inquilino de la Moncloa ni controla ni el tipo de cambio ni la política
monetaria, por lo que su capacidad de influir en la realidad es hoy algo más
que escasa.
Su única herramienta, por lo tanto, tiene que ver con la política
presupuestaria, que como se ha dicho está ampliamente descentralizada; Cuenta,
sin embargo, con un último instrumento: con la capacidad de crear
confianza entre los ciudadanos. ¿Es posible lograr ese objetivo con un gobierno
minoritario? No parece que vayan por ahí los tiros. Como han demostrado
multitud de estudios, las expectativas de los agentes económicos se conforman
de forma racional. Nadie invierte cuando tiene fundados argumentos para
pensar que las cosas van a ir peor. Por el contrario, nadie ahorra cuando está
convencido de que su dinero puede valer más si lo pone a trabajar. Esto quiere
decir que recuperar la confianza en el futuro es determinante desde el punto de
vista económico y social, pero para eso antes tienen que darse determinadas
circunstancias. En particular, un aumento de la credibilidad de los actos
políticos, lo cual sólo puede articularse mediante gobiernos fuertes que
indiquen el camino a recorrer. Sólo ese tipo de gobiernos pueden enfrentarse a
reformas económicas de carácter estructural, sin caer en la ruimdad de hacer
política para obtener únicamente réditos electorales. Políticas, por lo tanto,
que beneficien al país.
Este objetivo se puede lograr, fundamentalmente, de dos maneras. O mediante un gobierno de concentración. O mediante la constitución de un Ejecutivo reforzado parlamentariamente con otras fuerzas pequeñas, pero apoyado desde fuera por el principal partido de la oposición. No parece que la vía del diálogo social -por susupuesto una condición necesaria pero no suficiente- baste para frenar el agua que empieza a desbordar el dique de contención, y que amenaza con resquebrajarse como la presa de Tous. Con los años que ha costado contruirla.