LA ORQUESTA DEL TITANIC

No hay dos Zapateros. Lo proclamaba hace pocas semanas el propio interfecto, con la ingenuidad de quien acaba de descubrir

Artículo de Eduardo San Martín  en “ABC” del 20 de julio de 2011

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

No hay dos Zapateros. Lo proclamaba hace pocas semanas el propio interfecto, con la ingenuidad de quien acaba de descubrir la rotundidad demostrativa de las tautologías. Y tenía razón. Nunca los hubo. Quien lo haya conocido a través de su propio verbo sería capaz de trazar una línea continua entre el flamante secretario general del PSOE de 2000 y el apestado a quien sus propios correligionarios querrían confinar hoy en el lazareto del olvido.

Conviene recordarlo porque quienes ahora saltan del barco han mantenido la ficción de que ha habido al menos dos Zapateros. El primero, el contramodelo del odiado Aznar, el reformador socialdemócrata, el dispensador de nuevos derechos, apuntalador del Estado del bienestar y reparador de injusticias históricas; el segundo, el botarate que ignoró la crisis, que vació las arcas del Estado con artificios tardíos e inútiles y que, finalmente, se vio obligado a aceptar el yugo que le imponían, hipotecando para decenios el crecimiento de la economía española. Pues no, Zapatero siempre ha sido el mismo, en la alegría y en la tristeza, en la salud y en la enfermedad, hasta que el destino nos lo separe.

Algunos de los que ahora fingen rasgarse las vestiduras sabían de su «insoportable levedad» (por utilizar la expresión de unos de esos críticos sobrevenidos) muy antes de que empezara a desvariar. Y lo apoyaron contra toda opinión disidente. Tal vez porque determinada soberbia intelectual no permite una rectificación demasiado súbita; más probablemente porque coadyuvaba a los fines de aislar a una derecha política a la que siguen considerando heredera del franquismo. Hubo un gran pacto nacional del Tinell, más allá de los límites de la política y de Cataluña. Ahora, la orquesta que acompañaba sus desacordes no quiere hundirse con el Titanic. Vale. Pero, puestos a ser honestos en la crítica, que se miren en el espejo.