SECTORES DEL PSOE Y DEL GOBIERNO SOPESAN PACTAR CON CIU ANTE LOS DESAFÍOS DE ESQUERRA

 

En la Ejecutiva socialista atribuyen a sectores de CiU la iniciativa de tantear un pacto en el Gobierno central y el catalán; los nacionalistas lo niegan y dicen no tener prisa

 

Análisis de EDUARDO SAN MARTÍN   en  “ABC” del 08/01/05

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el análisis que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

 

MADRID. Apenas unas semanas antes de que ERC amenazara al PSOE con retirarle su apoyo parlamentario si los socialistas se niegan a negociar el plan Ibarretxe, la dirección del partido ya contemplaba la posibilidad de emprender a lo largo de este año lo que un alto miembro de la Ejecutiva calificaba de «ampliación de la estabilidad parlamentaria» del partido gobernante y lo que un ministro del gabinete de Zapatero consideraba como «un giro estratégico» en la política de alianzas practicada hasta ahora.

Ambos hablaban, sin embargo, de la misma cosa. Y partían del mismo análisis: la mayoría parlamentaria en la que se ha apoyado el Gobierno durante estos primeros meses de legislatura ha servido para dotarle de los apoyos necesarios en sus actuaciones iniciales, y para aprobar unos primeros presupuestos, pero no es la más adecuada para afrontar los grandes retos del año que comienza. El mensaje lanzado por el secretario de Organización del PSOE, José Blanco, ante la amenaza formulada por el portavoz de ERC en el Congreso, Joan Puigcercós, en el sentido de que los socialistas disponen de otras posibilidades de pactos parlamentarios, pone en primer plano de actualidad los fundamentos del análisis que se hacía, días antes de navidades, desde la cúpula del partido y parte del Gobierno.



Una sola posibilidad



«No podemos seguir durante mucho tiempo más negociando puntualmente cada acto parlamentario», señalaban en esas fechas fuentes de la dirección del PSOE a partir de la experiencia de su política de alianzas en estos meses. Y ello, sin contar con el particular modo de negociar exhibido en ese tiempo por ERC, y los compromisos en que habían colocado al Ejecutivo algunos de los exabruptos de sus dirigentes, el último de los cuales -el boicot a la candidatura olímpica de Madrid- fue la gota final para algunos dirigentes socialistas. El órdago, luego matizado, de Puigcercós da la razón a quienes sólo ven inconvenientes en seguir en tal compañía. Pero las combinaciones para conseguir esa mayor «estabilidad» son muy limitadas. De hecho, apenas existe una alternativa al alcance del Gobierno: Convergencia y Unión. Una limitación ésta que obligaría a jugar la partida simultáneamente en dos escenarios: en el de la política nacional y en el de la específicamente catalana.

La situación de CiU, que resiste mal el alejamiento del poder y el relevo generacional tras la retirada de Jordi Pujol, favorecería el acercamiento que hace un año, cuando se formó el tripartito catalán, ya defendieron en público dirigentes históricos socialistas frente a la opción elegida por Maragall. Dentro de CiU, su secretario general, Josep Antoni Duran i Lleida, trata de situar a la coalición en el centro de la política catalana y nacional haciendo frente a las veleidades excesivamente soberanistas de los «jóvenes turcos» que controlan la dirección de Convergencia. En privado, dirigentes de Unió mostraban desde hacía tiempo una seria preocupación ante la posibilidad de que la puja por no aparecer tibios frente al nacionalismo radical de ERC, emprendida por el núcleo dirigente de CiU, alejase a la coalición de la centralidad política de la que nunca se apartó durante su edad de oro en el poder.

En esa carrera, la dirección de Convergencia ha estado jugando con el fuego de un posible «no» a la Constitución Europea, lo que habría significado un golpe mortal a la tradición europeísta de la coalición. Las últimas iniciativas del Gobierno en defensa del catalán en Europa han ofrecido ahora a Artur Mas y sus hombres la posibilidad de rectificar una deriva que era suicida para sus aspiraciones de volver a contar en la política catalana y nacional.



Matrimonio de intereses



La coincidencia de necesidades de los socialistas en el escenario nacional y de los convergentes en el tablero catalán bien podría fraguar en matrimonio de intereses. El problema es quién da el primer paso. En la Ejecutiva socialista atribuyen a sectores de CiU la iniciativa de tantear la posibilidad de un acuerdo político con el PSC y el PSOE a medio plazo. «Se están desgastando en la oposición y ellos lo saben», afirmaban en la sede de Ferraz antes de estas fiestas. Duran lo negaba y calificaba de simple recurso dialéctico, en plena marejada provocada por los excesos verbales de Carod, su oferta de un pacto al PSC para liberar al ejecutivo de Maragall de la hipoteca de ERC. «A nosotros nos gustaría llegar a un acuerdo, porque es lo que demanda la sociedad catalana, pero no tenemos prisa». Duran esperaba que, ante la imposibilidad de pactar en el Congreso con sus actuales socios leyes como la anunciada reforma fiscal o los próximos presupuestos, fueran los socialistas quienes se dirigieran a la coalición. Una predicción que se podría adelantar si los sectores republicanos más duros convirtieran la negociación del plan Ibarretxe en una condición «sine qua non» para mantener su apoyo a los socialistas.

En Cataluña, el asunto era tema de conversación preferente en los contactos que mantiene presidente de la Generalitat con representantes del mundo económico catalán. El sector empresarial no se siente muy incómodo con el tripartito, pero sí con las posiciones de Carod dentro de ERC. En todo caso, es seguro que se sentirían mucho más cómodos con un Gobierno PSC-CiU, y así lo habrían expresado.



Principal obstáculo



Uno de los principales obstáculos para ese pacto lo constituye la presidencia de la Generalitat. CiU tiene cuatro diputados más que los socialistas en el Parlamento autonómico y no es probable que renuncie a lo que le correspondería en pura lógica política. Como tampoco es imaginable que Maragall ceda a nadie un sillón por el que luchó con tanto empeño desde que abandonó la alcaldía de Barcelona en 1997. Fueron precisamente las aspiraciones de Maragall las que condicionaron en su momento la política de alianzas de los socialistas, no sólo en Cataluña sino también en Madrid.

Y así, mientras que un miembro de la Ejecutiva del PSOE asegura que, «a estas alturas», CiU no estaría en condiciones de exigir la presidencia de la Generalitat, en medios de la coalición nacionalista se descarta esa concesión. Según el análisis que se realizaba en la dirección de CiU, el escenario más adecuado para una recomposición de alianzas en Cataluña sería entonces el de unas elecciones anticipadas. Una posibilidad que algunos adivinaban en la confección de unos presupuestos de la Generalitat que consideran «claramente expansivos y típicamente electoralistas».