EL CHIVO EXPIATORIO

 

 Artículo de Eduardo San Martín  en “ABC” del 13.10.05

 

 Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

  

Hay una fecha clave en el calendario político reciente que deberían recordar quienes, en estas horas posteriores al gran desaguisado, comienzan a preparar la máquina de echar balones fuera, más conocida por el nombre familiar de «la culpa de todo la tiene el PP». Cuando aún no se han disipado los ecos de la visible consternación que el pretencioso texto alumbrado por el Parlamento catalán ha suscitado en cualificados representantes de la izquierda política, en medios empresariales y sindicatos, así con en mayorías cualificadas de ciudadanos encuestados, hay sedicentes analistas que, desde la esfera mediática catalana, señalan ya al PP como responsable último de lo que el trámite parlamentario en el Congreso pueda deparar a la criatura.

«Pudiendo haber elegido entre la serenidad y la crispación, los populares se han decidido por esto último», sentencian. Pero, si reprochan al PP la crispación, ¿a quién atribuyen la serenidad? ¿Constituye un ejercicio de serenidad política alumbrar un documento clarísimamente inconstitucional, a sabiendas de que lo es, para pasarle a los diputados de la carrera de san Jerónimo, a «los españoles», la patata caliente de enderezar lo que ellos no han sido capaces de negociar adecuadamente? Tampoco parece una manifestación de esa tan reclamada serenidad colocar a las Cortes ante un dilema envenenado: darle al Estatut la vuelta como un calcetín, frente al voto del 90 por ciento del Parlament, provocando así un conflicto de legitimidades completamente innecesario; o, por evitarlo, transigir con lo fundamental de un proyecto cuya aprobación marcaría el comienzo de una almoneda autonómica que haría inviable el propio Estado.

El 14 de enero, después de una reunión en Moncloa del presidente del Gobierno con el jefe de la oposición, tanto Mariano Rajoy como la vicepresidenta Fernández de la Vega anunciaron la constitución de una comisión de los dos grandes partidos nacionales para tratar conjunta y lealmente los asuntos territoriales. Eran los malos tiempos de la aprobación en Vitoria del plan Ibarretxe, y Zapatero necesitaba aire. Pero el acuerdo, recibido con alivio por el moderantismo español, ese que según los expertos decide las elecciones, duró lo que ERC tardó en recordar al PSOE los términos de sus acuerdos en Cataluña: al PP, ni agua. Y entre pactar asuntos de estado de esa naturaleza con la otra mitad de España o con quienes se niegan a pronunciar siquiera su nombre en público, Zapatero optó por lo segundo. ¿Tiene la culpa el PP de esa pésima elección? No importa. Los oráculos del pensamiento dominante ya han dictado sentencia: un partido que representa apenas el 8 por ciento del Parlament, que ejerce de minoría apestada en el Congreso y que ha sido sistemáticamente proscrito habrá sido el culpable de que, llegado el caso, ninguna de las dos cámaras haya sido capaz de aprobar un estatuto presentable. Ejemplar.