Artículo de Eduardo San Martin en “ABC” del 29 de
agosto de 2009
Por su interés y
relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio
web
Bienvenida
al club, aunque sea tarde. Desmarcándose de la sarta de disparates enhebrados
en los últimos días por compañeros de partidos y de coalición, la consejera de
Justicia de la Generalitat catalana, Monserrat Tura,
acaba de formular como hipótesis lo que es una certeza: que el estatuto catalán
no quepa en la Constitución. Por decir lo mismo hace tres años, muchos fueron
tachados anticatalanes y cosas peores. Claro que la
consejera propone una salida bastante peregrina: que se cambie la Constitución.
Sería tanto como decir que, si el Parlamento catalán aprueba una norma
contraria al estatuto, lo que se debe modificar es éste porque la ley en
cuestión resulta de un pacto entre partidos. Y así, descendiendo por la escala
institucional, hasta el último peldaño.
Produce
sonrojo recordar ciertas obviedades. El estatuto de Cataluña recibe su
legitimidad y su fuerza normativa de la Constitución, y no al revés. La
Constitución puede ser modificada, faltaría más; pero mientras no se haga, los
estatutos son leyes orgánicas que desarrollan unos de sus títulos, el VIII, y
deben adecuarse a sus prescripciones. Un estatuto puede ser el resultado de un
pacto político entre fuerzas parlamentarias; incluso entre gobiernos, si tienen
mayorías suficientes. Nunca, entre «España y Cataluña» como sugería, con
acentos confederales, Ernest Maragall.
Los
nacionalistas catalanes (PSC incluido, no me cansaré de recordarlo) tienen
razón en una cosa: la sentencia del TC plantea un lío mayúsculo. Un estatuto no
es una ley orgánica cualquiera, y revisar su constitucionalidad resulta
peliagudo después de aprobado por ambos parlamentos y refrendado en plebiscito.
Pero eso ya se sabía antes de que se emprendiera su reforma. Por lo tanto, el
lío es previo y no sobrevenido. Y lo es sobre todo para Zapatero, que debe
elegir entre cumplir la Constitución o salvar la cara de sus correligionarios
en Cataluña. Una disyuntiva envenenada. Para él, que puso en la cesta del estatut tantas docenas de huevos.