ATANDO CABOS

 

 Artículo de Isabel San Sebastian en “El Mundo” del 06.09.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

 

Si no fuera por lo que ocurrió en España antes y después del 11-M, las declaraciones de Emilio Suárez Trashorras a Fernando Múgica podrían tomarse por el delirio de un enfermo mental en pleno brote. Sabiendo lo que sabemos, cobran una dimensión espeluznante, preludio de nuevas revelaciones ominosas. Basta con atar cabos.

Veamos; en síntesis, lo que desvela Trashorras es que siempre estuvo en contacto con un policía llamado Manolón, que le proporcionó información suficiente como para haber podido evitar el atentado más sangriento de nuestra Historia, que una vez cometido éste comunicó a los investigadores la relación existente entre ETA y los presuntos autores islamistas, y que fue inducido, con engaños, por un agente del CNI a implicar únicamente a éstos últimos en su declaración oficial, silenciando cualquier vinculación con el terrorismo vasco. ¿Mentiras destinadas a salvarse de una condena milenaria? Es posible. ¿Pero por qué contestan de manera tan lógica y precisa a las preguntas que algunos nos formulábamos sin encontrar respuesta? ¿Por qué explican lo hasta ahora inexplicable?

Meses antes de las elecciones, cuyo desenlace cambió a raíz de la masacre, el Partido Socialista negociaba en secreto con ETA los términos del proceso que ha conducido a la ruptura del Pacto Antiterrorista, la legalización de facto de Batasuna y el fin del acoso a la banda. ¿Cómo podían saber unos y otros que Zapatero saldría vencedor de esos comicios? ¿Con qué expectativas prometían los representantes del PSOE y en qué se basaba ETA para otorgarles el rango de interlocutores capaces de hablar en nombre del Ejecutivo español? Si lo que afirma el asturiano es cierto, alguien guardaba un as en la manga que se materializó en los trenes de la muerte, aquella trágica mañana de marzo. Un as por el cual, algunos miembros del entonces partido de la oposición conocieron, antes que el Gobierno, la identidad de los asesinos. Un as que dejó al Ministerio del Interior en paños menores, ante una trama urdida para alterar el veredicto de las urnas, aún a costa de segar vidas inocentes. Un as propio de profesionales avezados, que exigía manipular testimonios, alterar pruebas y eliminar rastros para entorpecer la labor del juez. Un as que permitiría comprender también, por qué un personaje llamado Rafael Vera, familiarizado con el mundo de las cloacas del Estado, está en la calle sin haber devuelto un euro de lo que robó de los fondos reservados. ¿Coincidencias? Tal vez, pero tal vez no. ¿A quién benefició el 11-M? Ni a Trashorras ni a Bin Laden. Los beneficiarios fueron otros.