ESA LLUVIA QUE NO CALA

Artículo de Isabel San Sebastian en “El Mundo” del 03 de enero de 2009

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

Aunque la prueba de fuego se producirá el próximo 1 de marzo, las encuestas de Año Nuevo han debido atragantársele a más de uno en la dirección popular. A tenor de los datos demoscópicos, parece que el problema no estaba precisamente en el «equipo», sino en el entrenador, único superviviente -¡oh paradoja!- de la criba que siguió a la derrota electoral. Y se confirma que la fórmula de la «lluvia fina», esa «receta mágica» por la cual don Pedro Arriola se embolsa, según dicen, unos 60.000 euros al mes, solamente beneficia a Zapatero, quien pese a su manifiesta incompetencia para resolver problemas sigue encabezando la lista de líderes mejor valorados.

La lluvia cae, pero no cala. De hecho caen chuzos de punta. Chaparrones. Aguaceros. Un verdadero diluvio que se ha comido en pocos meses los ahorros de una década, amén de dejar en la calle a millares de trabajadores, autónomos y empresarios que miran al futuro sumidos en la desesperanza. Con todo y con eso, el presidente del Gobierno aprueba mientras la alternativa naufraga. ¿Qué explicación se sacará esta vez de la manga el sociólogo de plantilla para justificar el mazazo? ¿A quién echará la culpa de este clamoroso fracaso?

Este PP renovado, perfumado de pragmatismo, dócil a las consignas del pensamiento políticamente correcto, alabado por la izquierda mediática y aligerado de carga ideológica, no termina de convencer al electorado. Este PP que no «crispa», que no se opone, que no levanta la voz y que adapta sus principios a la máxima de Groucho Marx (si no les gustan, tenemos otros) cede terreno ante Rosa Díez, cuyo discurso centrado en la reivindicación de valores éticos levanta una marea de intención de voto. Resulta que intangibles como la patria, la ciudadanía, la igualdad real de todos los españoles en derechos y obligaciones o la firmeza sin fisuras ante el terrorismo, calan en la conciencia colectiva y se convierten en elementos catalizadores de sufragios, mientras ese mensaje chato del primer partido de la oposición, limitado al garbanzo y a «las cosas de comer», es incapaz de suscitar ilusión. ¿Será que, en contra de lo que piensan algunos, no votamos únicamente con la cartera sino que ponemos corazón en ese acto? ¿Será que anhelamos un mínimo de convicción y unas gotas de entusiasmo?

Si las urnas gallegas y vascas confirman lo que los sondeos apuntan, habrá llegado el momento de rectificar el rumbo y cambiar de seleccionador. Será la última oportunidad de elegir democráticamente un sucesor o prepararse para una debacle en las generales.