EL REY Y LA “CONJURA” CONTRA LOS NACIONALISTAS
Artículo de José Antonio Sentís en “El Imparcial” del 02 de julio de 2009
Por su interés
y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio
web
Es
sabido que la paranoia de los nacionalistas casi no conoce límite. Y que, en no
pocas ocasiones, nubla su inteligencia. Pero, las palabras del peneuvista Iñigo
Urkullu, que es el jefe nominal de su partido, al
atribuir al PSOE y al PP una conjura española contra los nacionalismos, nada
menos que bajo la inspiración del Rey, no pueden obedecer sólo a la ofuscación,
pues su autor apuntaría al psiquiátrico. Ni tampoco pueden responder a un
repentino reblandecimiento cerebral. Ni siquiera a un ataque de cuernos por el
desalojo del poder en la tierra de Aitor.
Urkullu debe tener alguna información, hay que pensar. Y puede estar
acertado o equivocado. Porque tanto es posible que PSOE y PP pacten
coyunturalmente un concreto relevo de poder en el País Vasco (sin que por ello
quiera decir que mañana puedan pactar con los mismos que ahora han expulsado de
Ajuria Enea) como que los citados partidos de ámbito nacional hayan abierto una
brecha estructural contra la insaciable voracidad nacionalista.
Lo
que intriga de Urkullu es que haya metido al Rey en
esto. Y este elemento del nuevo discurso victimista
del PNV da realmente que pensar.
Porque
mientras el PNV soñaba con el “pacto bajo la Corona” (alimentado, por cierto,
en su momento, en algunos ambientes cercanos a La Zarzuela) no había problemas
con el Rey. Pues el citado “pacto” recogía entre líneas una especie de
confederación de naciones en España, sólo ligada por la figura institucional
del representante de la Monarquía.
Claro
que la ensoñación del “pacto bajo la Corona” tropezaba con el pequeño problema
de su inconstitucionalidad o, para ser más exactos, de su vocación de
traicionar el artículo que dicta la indisoluble unidad de España. Algo que
difícilmente hubiera podido asimilarse a la figura del Rey, representante de
esa misma unidad.
Pero,
fuera por ilusión, o fuera por espejismo, los nacionalistas del PNV carecían de
problemas al abordar sus relaciones con la Corona. Y es ahora cuando Urkullu suelta una carga de profundidad contra el Rey al
adjudicarle la paternidad intelectual del acoso y derribo contra los
nacionalistas, singularmente los vascos.
Un
análisis desapasionado de todo este asunto puede llevar a las siguientes
conclusiones, no necesariamente ciertas:
Primero:
No parece muy razonable que el Rey, Rajoy y Zapatero se monten una conspiración
de Estado contra un partido político, aunque sea tan pertinaz como el PNV.
Segundo:
No hace falta que los antes mentados desarrollen tal conjura, cuando una simples elecciones y el juego de los pactos pueden dar
lugar, sin demasiados aspavientos, a otra realidad política en las Vascongadas.
Tercero:
Es una posibilidad que el Rey, Zapatero y Rajoy, cada uno por sus motivos,
estén hasta el gorro de los continuos órdagos del nacionalismo contra la unidad
española, y que, unos más que otros, lo expresen a su manera. Por ejemplo,
Rajoy, apresurándose a apoyar a Patxi López, siendo
éste el mismo que no dudó en negociar con Eta e incluso expulsó a los
representantes del PP de un funeral por un asesinado del PSOE a manos de Eta. O
que Zapatero parara los planes Ibarreche I e Ibarreche II cuando le fue menester. O que el Rey torciera
el gesto cuando aumentó la apuesta soberanista, que es tan natural como lo
mínimo que se le podía pedir.
Cuarto:
Urkullu puede estar leyendo mal la situación. Los
protagonistas estatales podrían estar estableciendo límites sobre los que no
pasar, más que planteando una ofensiva para la destrucción del adversario.
Quinto:
Los nacionalistas, especialmente los vascos, han avanzado mucho, han mandado
mucho, se han hecho relevantes, pero nunca parecen tener medida de las cosas.
Ni cuando ganan, que lo exigen todo, ni cuando pierden, que nunca es por su
culpa, sino por las oscuras maniobras del españolismo.
Y
sexto: si hubiera habido conjura, que es absolutamente discutible, se lo
habrían ganado con largueza, porque aún no se han enterado del país en el que
viven, de la Nación a la que pertenecen (y que ellos mismos, por cierto,
ayudaron a fundar), del mundo en el que se mueven y de la democracia, con las
imperfecciones que se quieran, por la que transitan.
La
largada de Urkullu contra el Rey y contra PSOE y PP
es algo así como una confesión de culpa. Tenemos, parece decir, lo que nos
merecíamos, al tensar la cuerda más de lo que debíamos. Lo que, a la vez, hemos
temido y hemos deseado.
Por
eso denuncia como real (la gran conjura estatal contra los nacionalismos) lo
que considera lógico que pasara. Lo que cree que debería haber pasado antes. Lo
que, probablemente, no ha pasado, aunque es gracioso pensar, por un momento,
que haya podido suceder.