VOLVER A LA RAZÓN

 

 Artículo de José Antonio SENTÍS  en “La Razón” del 05.10.05

 

 Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

España es un producto de la razón, no de la pasión, lo que tiene una enorme ventaja y alguna desventaja. La desventaja es que carece de armas sentimentales para enfrentarse a quienes la combaten. La ventaja

es que es más fuerte que éstos.

España es lo que es porque, tras una larga decantación de la Historia, y siguiendo su lógica implacable, sus componentes (vascos, aragoneses, extremeños o castellanos) decidieron fundarla, no por dejar de ser lo que eran, sino porque iban a ser más de lo que fueron. Sorprendentemente, sus herederos entienden ahora que quieren ser menos de lo que son, lo cual es un enigma histórico que sólo la pasión explica, pues a la razón le repugna.

Las actuales tensiones en las que domina la irracionalidad sólo pueden combatirse con un regreso a la razón originaria. Y vuelvo a ser optimista (en un grado cercano, pero no inmediato, a la estupidez) al pensar que cuando los ciudadanos se retiren a la almohada vislumbrarán, sin griteríos y en conciencia, la solución a este embrollo en el que nos han metido quienes piensan que por ganar unas elecciones tienen patente de corso sobre nuestras vidas y haciendas.

La apoteosis de los fastos, ceremonias, himnos y banderas nacionalistas se explican muy bien por los estudiosos de la psicología de masas. Frente a ellos sólo cabe anteponer la superioridad moral de la democracia liberal. La capacidad de decisión del ciudadano frente a la irresistible tentación del gregarismo. Reinos y Principados históricos, diecinueve autonomías hoy, miles de municipios españoles, están convencidos, faltaría más, de sus superioridad identitaria, pero racionalmente ceden ante una empresa común. Hasta que un grupo de iluminados decide romper la baraja apelando a los bajos instintos tribales. Le tocaba al Gobierno de la Nación evitar esta inundación de particularismo oligárquico (que creíamos, equivocadamente, saldada en la Constitución) pero, ay, ha preferido el papel de pirómano al de bombero. Por eso, en lo político, sólo queda una voz sensata en

este desconcierto: la de Rajoy y el PP. Y los elogio desde aquí con claridad y objetividad porque sé que buena parte de la derecha vilipendiada quisiera de ellos la marcha callejera contra el Palacio de Invierno. Y que, desde la izquierda y los nacionalistas, son implacablemente fustigados por su agresiva manera de interponer la nuca a la bala.

Sin embargo, entre estas brutales tensiones, la posición de Rajoy, para personalizar en él la respuesta al aquelarre oficiado desde La Moncloa, está siendo la mejor de las posibles. Su defensa de la democracia constitucional, la solidez de su discurso liberal y solidario y la defensa de la Nación española sin  oportunismos son la única esperanza en este trance. Él y su partido están solos, como resaltan sus adversarios. Pero éstos no tienen idea de cuántos ciudadanos consultan ya su almohada, cuántos piensan que sueñan una pesadilla, y cuántos quieren despertarse antes de que se convierta en realidad.