Artículo de Hermann Tertsch en “ABC” del 02 de junio de
2009
Por su interés
y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio
web
En Berlín
acaba de aparecer una momia en el sótano del hospital de la Charité
que se sospecha es de Rosa Luxemburgo. Luego no está en su celebrada tumba de Frierdrichfelde. Hace unos días nos sorprendía Alemania
confirmando que el policía que mató a un izquierdista en Berlín en 1967 y
desencadenó la tormenta de convulsión y crimen durante más de una década fue un
agente comunista. Muchas sorpresas con el pasado, pero el futuro parece irse
aclarando en Alemania. Quizá, como dice el gran economista Jürgen
Donges, porque a los alemanes se les dijo desde el
principio la verdad sobre la crisis. Frente a las mentiras del pasado, sinceridad
en la visión del futuro, aunque sea dura. Inmensa ventaja que les ayudará, como
a tantos otros países, a superar la crisis mucho antes que a España. Tiene
otras. Cuentan con un país que sigue prestando atención a las formas en el
trato social y humano. El desprecio a las mismas no se fomenta en las
televisiones, ni en los colegios. Eso no quiere decir que no haya en Alemania
una cantidad considerable de vándalos, maleducados, violentos, ultraderechistas
y ultraizquierdistas, asesinos y chusma en general. Pero sí significa que
existe un esfuerzo continuado -reforzado después de reconocerse el desastre
pedagógico surgido de la generación de 1968- de imprimir en los educandos un
cierto respeto por las sensibilidades ajenas, unos mínimos de temor formativo a
la autoridad y una valoración del esfuerzo. Cierto que existen allí también
muchos pozos negros marginales, especialmente en las ciudades grandes. La
falsaria moda del antiautoritarismo y la multiculturalidad
destructiva y empobrecedora ha hecho estragos allí. Aun así, es probable que
sean en Alemania bastantes menos que los existentes en Francia donde Sarkozy
quiere ahora emprender una ofensiva de urgencia ante una situación en la que no
se trata de la seguridad en las escuelas sino en las calles de toda Francia.
Otra
ventaja envidiable de los alemanes está en que tienen una lengua común que
nadie pone en duda. En España, la intoxicación ideológica y nacionalista aún
impide que hablemos a las claras del ingente lastre económico, social,
formativo y académico que generan el mito y la memez. En los colegios alemanes,
en todos sin excepción, se habla el «Hochdeutsch», el
alto alemán, cuyas reglas máximas derivan de la asumidas
de la Biblia alemana que tradujo del latín Lutero en el castillo Wartburg en el siglo XVI. Es la lengua de todas las
instituciones. En casa, con sus familiares, en sus fiestas, con los amigos, en
los recreos y en las juergas, los alemanes utilizan decenas de dialectos y
lenguas que subsisten y que hicieron su aportación a la lengua franca
germánica. Pero hay una lengua del trato oficial y social. Más lastres
añadidos. Alemania ha sido cuna de los sindicatos de clase. Pero más allá de su
radicalismo activista mil veces probado, nunca han sido los palanganeros de
ningún Gobierno. Los alemanes saben lo que significan unos sindicatos
verticales, al servicio del poder. Los hubo en el nazismo y en el comunismo en
la RDA. Aquí en España ya los tenemos marchando y firmando manifiestos para
mayor gloria del poder que los financia. Su nuevo servicio es acallar a los
pocos medios que aún se atreven a ser abiertamente críticos con el Gobierno y
quebrar las protestas contra el fracaso general del Gobierno reflejado en el
empobrecimiento general. Con la educación en descomposición, el país
fraccionado por lengua, leyes y disposiciones y el mamporrerismo
inmovilista subvencionado por el erario público, todos saben en Europa que
tenemos las peores condiciones para enfrentarnos a la crisis. Que el Gobierno
esté en permanente lucha con la realidad y su propia preparación parezca
resultado de la que promueve son casi trivialidades en esta situación.