SE ACABÓ LA FIESTA, TIMONEL
Artículo de Hermann Tertsch en “ABC”
del 11 de mayo de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
No hay
mejor afición -y más barata- que gastar el dinero de los demás. Y si se puede,
a espuertas y comprando favores y sumisión. Así se hicieron imperios de todo
tipo. De naciones, de compañías multinacionales y de chiringuitos más o menos
cutres. Porque el dinero, en sí siempre anónimo, da mucho de sí. Aquí, en este
nuestro maltratado país, alguna ministra dijo en un arranque de sinceridad
inusual que el dinero público no era de nadie. Pero en realidad lo que pensaba
es lo que todos sus correligionarios socialistas. Piensan que es suyo. Así lo
tratan y gastan al menos. Ahora les ha pasado algo inesperado. Les ha sucedido
algo que en su semicultura plenianalfabeta
y dehesa, monolingüe, provinciana y primitiva, no se le había pasado por la
cabeza. Estaban convencidos nuestros muchachos y muchachas en el Gobierno que
fuera se piensa igual que en esta anomalía en que han convertido de nuevo a
España. Pues va a ser que no. En otros países, donde aún existe una cultura del
rigor y la probidad, no se pueden hacer cosas que aquí son impunes. Creo que la
presidencia española, de la que tanto se prometía nuestro presidente, no para
hacer nada sino humo para su electorado, ha generado por el contrario muchísima
claridad. Al menos fuera de nuestras fronteras. Que aquí el CIS nos cuenta que
la diferencia entre socialistas y la única oposición, por llamarla de alguna
manera, haya caído a 1,5 puntos puede ser mentira como tantas cosas. O verdad,
porque donde no hay no hay, y las luchas no están para ser dirigidas por
indolentes.
El hecho
es que en otros países en los que la democracia y la sociedad civil existen
realmente y desde hace mucho tiempo, los contribuyentes -auténticos ciudadanos
conocedores de sus derechos y menos fáciles de intoxicar con basura mediática
gubernamental- piensan y saben que tener una moneda común con países como
Grecia o la España de Zapatero es una insensatez. Y reclaman sensatez a sus
Gobiernos. Los resultados de las elecciones en el estado de Renania Westfalia,
donde una canciller Angela Merkel
-cuya política no tiene alternativa en su país- ha perdido diez puntos de su
partido democristiano (CDU) por ayudar a financiar una vía de salvación para un
país de finanzas-basura y gestión inepta y corrupta como Grecia, son un toque
de aviso. Para navegantes y peregrinos. Se acabó la fiesta. Los alemanes -no
sólo ellos- están ya hartos de pagar aventuras irresponsables como la griega de
treinta años y la española de los últimos seis. Ayer, después del batacazo
electoral en Renania Westfalia, el mayor estado federado de Alemania, Merkel dejó claro que se han acabado las bromas. Y que
España y Portugal no pueden jugar con la moneda común como juegan con sus
finanzas, con su déficit y sus electores. Hasta hace muy poco era impensable
que algún país fuera expulsado de la zona de la moneda común del euro. Hoy
tampoco es probable, por complicado. Pero ya es en Berlín o París, asumible,
llegado el caso. Lenin, ese héroe de la libertad del gurú de los derechos
humanos que es para nuestro Gobierno Santiago Carrillo, hubiera dicho ¿Sto dielat? (¿Qué hacer? en
ruso). Pues aquí nadie tiene respuesta a Lenin. Ni sus amigos que lucharon por la
libertad en aquella supuesta idílica república democrática y humanista, casi
siempre en la retaguardia. No en trincheras en el frente, sino en sacas de
presos y creación de fosas comunes. Hemos vuelto a donde quería el abuelo
inventado. A hablar del pasado mientras Merkel y
Sarkozy buscan fórmulas para neutralizar el peligro que representamos no ya
para nosotros, sino para su propia seguridad y bienestar. En fin, hablamos
demasiado del pasado, vive Dios. En el presente acabamos de tener otras
elecciones además de las de Renania Westfalia. Gran Bretaña tiene que formar
Gobierno. Tres partidos sin mayoría han de buscarlo. Lo que está claro es que
ninguno quiere compartir destino con nosotros. En el Reino Unido, nadie. En
Alemania y Francia son cada vez menos. Mala señal. Para nosotros por supuesto.