UNA TEORÍA SOBRE EL 11-M

 

 Artículo de Jorge TRIAS SAGNIER  en  “ABC” del 07/03/05

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

 

HACE unos días, hablando con una de las personas con más responsabilidad en la magistratura, me contaba su teoría sobre el terrorismo en España y dejaba abierta la causa del porqué de la virulencia, ahora, del terrorismo islámico en nuestro suelo. Pero eso, como él no podía decírmelo debido a su información privilegiada, se lo conté yo, limitándose mi interlocutor a un expresivo silencio.

Durante treinta años el terrorismo nacionalista vasco se alimentó en España de una única fuente de aprovisionamiento: Francia. Nuestro querido y admirado vecino actuó como Afganistán con Bin Laden y el terrorismo islámico. Ahí, allende los Pirineos, estaban sus cuarteles, ahí eran protegidos los terroristas por su policía y servicios secretos, ahí los «del sur» se paseaban como Pedro por su casa. Y sólo de vez en cuando, cuando tenían que organizar más ruido para su entrenamiento, se iban a Argelia o a algún país de América del Sur. A nadie de la comunidad internacional le importaba un bledo lo que ocurría en España y, bala a bala, bomba a bomba, fueron cayendo, una tras otra, casi mil personas, ¡mil personas!, con la complacencia y colaboración silenciosa del Estado francés. Y eso sólo comenzó a acabarse cuando, inteligentemente, Felipe González puso sobre la mesa de Mitterrand pingües contratos -como el del AVE- a cambio de colaboración para desmantelar el terrorismo. Terrorismo que había llegado a su apogeo en la siniestra etapa de la presidencia de Giscard, tan siniestra que incluso el ministro del Interior de entonces, Martín Villa, contempló la posibilidad de atacar las bases terroristas etarras en territorio francés, ¡que estaban perfectamente localizadas!

España, mientras tanto, fue progresando económicamente, pero siempre bajo la tutela de Francia. Hasta que llegó al poder la criada respondona, que se había hartado de hacer una política de vasallaje, de enterrar a los muertos a escondidas y de ocultar a las víctimas como si estuviesen apestadas. José María Aznar cambió los parámetros de la posición española en el tablero internacional, advirtió premonitoriamente del peligro terrorista y, encima, el país alcanzó cumbres de bienestar insospechadas; tan altas, que si no es por la fatalidad del 11 de marzo y del resultado electoral del 14, hoy España estaría en el G-8. «¿Pero fue una fatalidad lo del 11 de marzo?» Creo que no. Todo estaba bastante bien calculado. El horrible atentado lo organizaron indirectamente desde los servicios secretos de Marruecos, que, como todo el mundo sabe, son una especie de epígono de los franceses. Y España, otra vez, ha vuelto a ser el país lacayo, el Rey de Marruecos vendrá aquí a darnos su más sentido pésame, las víctimas han sido cuarteadas y divididas, y el nacionalismo rampante vuelve a enseñar sus garras amenazantes. ¿Y quién fue el responsable de todo lo que ocurrió?: pues el señor Aznar, que nos metió -«¡asesino!»- en la guerra de Irak contra el Islam. Y, mientras tanto, el diario «El País», al tiempo que diariamente lanza sus invectivas directas o subliminales contra la Iglesia Católica, dedica tres páginas de su «domingo» a mostrarnos la cara más amable de la religión islámica. Pero ¿por quién doblan las campanas?