Artículo de Patxo Unzueta en “El País” del 09 de diciembre de 2010
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para
incluirlo en este sitio web.
Lo que ha llegado a su fin el 28 de noviembre no ha
sido solo el gobierno de Montilla sino la política desplegada por los
socialistas catalanes en la última década. Ahora se encuentran sin estrategia
alternativa (por ejemplo, para las municipales) y preguntándose por los motivos
de su fracaso.
Esa política consistía básicamente en una técnica para
alcanzar el poder (pactar con el nacionalismo de izquierda para superar al
nacionalismo tradicional de Pujol), pero se presentaba con aires más
trascendentes: crear las bases para una relación más amable con España, acabar
con la tradicional estructura radial (centralista) de las infraestructuras,
propiciar una mayor participación catalana en la política española, impulsar un
desarrollo federal del Estado autonómico. Pero también: crear un cortafuegos
frente a la "aventura soberanista" de Artur
Mas, e integrar definitivamente, haciéndole compartir responsabilidades de
gobierno, al independentismo pacífico de ERC.
La estrategia resultó eficaz para que el PSC gobernara
(en coalición) durante siete años, pero no para alcanzar esos objetivos. No
hubo desarrollo federal sino ruptura del consenso autonómico a causa de un
proyecto de nuevo Estatuto que avanzaba en sentido contrario a la lógica del
federalismo; las relaciones entre los catalanes y el resto de los españoles se
han deteriorado, y Mas ha ganado las elecciones con la bandera de un sistema
fiscal singular que solo podría empeorarlas.
La reacción del sector más catalanista del PSC ha sido
buscar culpables fuera de casa: sobre todo, entre quienes no impidieron que el
Constitucional recortara el Estatuto. Pero fueron ellos quienes no lo
impidieron al plegarse a las exigencias de ERC y la CiU de entonces,
despreciando las voces que les alertaban de estar colocándose fuera de la
Constitución. Frente a quienes en vísperas del 28-N reconocieron implícitamente
el fracaso de una política que hizo invisible cualquier componente
socialdemócrata, sostienen que fue insuficiente y proponen taza y media:
escenificar su independencia respecto al PSOE formando grupo separado en el
Congreso.
El efecto de una operación de ese tipo sería muy malo
para el PSOE y definitivo para que el PSC no levantara cabeza en otros diez
años. Refleja el prejuicio, ajeno a la tradición catalanista democrática, de
que la defensa de los intereses catalanes pasa por ignorar los de los demás
españoles. Algo que no comparte el electorado: en los diez últimos años el PSC
ha venido perdiendo votos en cada sucesiva elección autonómica, mientras que
los ha ganado en las generales (522.000); con el detalle no menor de que en
ellas la participación ha sido 11 puntos mayor.
Esos sectores advirtieron tras la sentencia del
Constitucional sobre el Estatuto que un efecto de ella sería el crecimiento
exponencial del independentismo. Los resultados no acaban de confirmarlo. Por
una parte, el independentismo explícito se ha fragmentado y perdido escaños (de
23 en 2003 a 14) y votos (de 545.000 a 360.000). Pero es cierto que un sector
del electorado de CiU se considera ahora soberanista y dice en las encuestas
que votaría por la independencia si tuviera ocasión. Ello explicaría el
crecimiento del sentimiento independentista hasta el 25% de la población, cinco
puntos más que en los años 90. Pero la experiencia vasca indica que, pasada la
efervescencia inicial, el nacionalismo institucional pierde fuerza cuando se
radicaliza, y no es previsible que Artur Mas vaya a arriesgar por ese lado el poder alcanzado.
La victoria de Mas ha fraguado en el último periodo,
con la crisis económica de fondo, pero seguramente germinó desde mucho antes:
en la sensación de desconcierto (o de irritación) del electorado socialista
ante actitudes que proyectaban una imagen en la que no se reconocía.
Por ejemplo, la del encuentro del socio de Maragall,
Carod Rovira, con los jefes de ETA años después de haberles exigido que se
abstuvieran de atentar en Cataluña; o su actitud despectiva ante la candidatura
olímpica de Madrid, y su autocrítica posterior por haber "dicho en voz
alta lo que muchos catalanes piensan"; la activación de una ley que
permite multar a los comerciantes que rotulen sus establecimientos solo en
castellano; o el intento de cambiar todas las matrículas de vehículos de España
para que incluyeran el distintivo de cada comunidad; la retirada por Maragall
de su acusación del 3% en comisiones ilegales ante la amenaza de Mas de retirar
a su vez el apoyo dado a la reforma del Estatut; los
informes, pagados a precio de oro, sobre la almeja brillante o contra el
juguete sexista.
Tal vez deberían empezar por ahí los dirigentes
socialistas catalanes que se han comprometido a impulsar una reflexión a fondo
sobre las causas de su derrota.