NI INCULTOS NI COBARDES

 

 Artículo de Alfonso USSÍA en  “La Razón” del 08/05/2005

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

  

Luis María Anson ha resumido en una brillante «Canela Fina» la grandeza y seriedad de Inglaterra. A pesar de la participación activa y fundamental del Reino Unido en la guerra de Iraq, a pesar del centenar de soldados británicos caídos en los desiertos y ciudades del genocida Sadam Husein, los votantes han vuelto a depositar su confianza en Tony Blair. Los británicos nunca han sido cobardes y siempre leales cumplidores de sus pactos y alianzas. Están orgullosos, de sus Fuerzas Armadas y de la influencia de Inglaterra en el mundo. Cuando el ministro Bono, por medio de un intérprete, llamó a Rumsfeld para comunicarle la precipitada y gallinácea decisión de Zapatero de retirar las tropas españolas de Iraq, el secretario de Defensa de los Estados Unidos le mostró su indignación. No porque la presencia o ausencia del contingente español tuviera   importancia para el desarrollo del proceso de paz en Iraq, sino por la deslealtad de nuestro Gobierno con el mundo occidental.

Más tarde, ya recibido el chorreo –Bono no tenía la culpa–, el ministro español le pidió a Rumsfeld que las tropas norteamericanas protegieran a las españolas durante su repliegue, y el gobernante americano fue taxativo. –Por supuesto que les protegeremos. Nosotros sí somos aliados leales–.

La política de gallina de Zapatero nos ha borrado del mapa del respeto del mundo occidental, y cambiamos a

Bush y Blair por Castro y Chávez. La Moncloa se convirtió en una factoría vulgar de frases hechas dirigida por un tal Barroso que escribió una novela que trata de hormigas que van a la boca, o de bocas que comen hormigas. Como buen estalinista, Barroso domina la propaganda y las influencias. Y mientras alumbraba la

frase «España tenía un Gobierno de Derechas y ahora lo tiene de Derechos » –muy repetida por el máximo representante de Gallinópolis–, aún le quedaba tiempo para que su novela, leída por muy pocos y rechazada por las grandes empresas editoriales, fuera llevada al cine por su hermano Mariano, pegatinero mayor del reino, con dinero de los contribuyentes. Película, que con toda seguridad, será un tostón y un fracaso. Pero me he ido de Inglaterra, de su seriedad y de su lealtad con el mundo libre.

Conviene recordar que Blair, infinitamente mejor sintonizado con Aznar que con Zapatero, es socialista. En el socialismo británico no hay rencor y abunda el patriotismo, es decir, que nada tiene que ver con el nuestro. Su pérdida de escaños corresponde al natural desgaste de un largo período de Gobierno, con guerra y muertos ingleses incluidos. Pero los ingleses le han dicho que siga, que adelante, que goza de la confianza de la mayoría. No se trata de elogiar a Blair sino de rendir homenaje a los votantes ingleses, que no se dejan engañar por frases, que son conscientes de lo que su nación representa, que no conforman una sociedad inculta y medrosa, como la española, y que saben honrar a los cien soldados muertos en Iraq como honró también a todos los británicos caídos en la esperpéntica guerra de las Malvinas, para ellos las «Falklands». Recuerdo el artículo de un tonto –ya fallecido y por lo tanto merecedor de la custodia de su identidad–, en el que vaticinaba que la Armada Real Británica llegaría a las Malvinas, dispararía dos o tres cañonazos para salvar su honor, y volvería a Inglaterra cumplida la farsa. Es no conocer a los ingleses. Si el Reino Unido pone en marcha a su Armada, lo hace hasta las últimas consecuencias, y no conviene olvidar que uno de

los oficiales de la marina inglesa que participó en la guerra de las Malvinas era el segundo hijo varón

de la Reina de Inglaterra, también el segundo en los derechos sucesorios de la Corona británica. Y claro, la Armada llegó y venció a la digna y valiente Armada argentina, dispuesta en torno a las Malvinas por una Junta Militar tiránica y asesina que llevó a sus soldados, por una mera operación de propaganda –¡siempre

la propaganda fascista y estalinista!–, a la muerte y a la derrota.

En Inglaterra no se concibe una reacción ciudadana como la española en las horas posteriores al atentado marroquí –sí, digámoslo claro, marroquí, a cuyo Rey regalamos carros de combate en señal de gratitud–, del 11 de marzo contra los trenes populares que llegaban a Madrid. Es más, el pueblo inglés habría reaccionado de manera literalmente opuesta al pueblo español. Ningún político de la oposición hubiera criticado al Gobierno laborista, y menos aún acusándolo de ser el causante de la masacre terrorista. En Inglaterra no existe la SER, claro, ni los ingleses se dejan influir por un grupo de medios al servicio de las gallinas. Tres fracasos seguidos llevan nuestros progres de Visa Oro. Blair ha ganado. Bush volvió a ganar. Joseph Ratzinger ha sido elegido Papa. Se muere Castro y en Prisa puede haber más de un infarto. Y en Moncloa. Y en la pegatinería. Entre las plumas de las gallinas, asomo la cabeza y admiro la seriedad de Inglaterra.