ESPAÑA REPUBLICANA

 

Se proclamó así la I República, presidida por Estanislao Figueras, que auguró «un iris de paz y concordia para todos los españoles»

 

 Artículo de Ángela Vallvey en  “La Razón” del 30.09.07

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Zapatero gusta de promocionar, con romántica nostalgia, los «valores» de la Segunda República, a pesar de que parece seguir el viejo lema revolucionario «paz a los hombres, guerra a las instituciones» propio del ambientillo que engendró la Primera República.

Las condiciones políticas y sociales de la España actual propiciadas por él tienen similitudes escalofriantes, salvando las distancias lógicas, con las que condujeron y sucedieron a la proclamación de aquel brutal disparate hispano que dio en llamarse I República: En 1873 Amadeo I, que estaba hasta las gónadas de la oposición furiosa a la monarquía y las españoladas varias padecidas en su corto reinado, abdicó y se largó de España después de sufrir un atentado del que salió ileso (la corona, en nuestros días, tampoco pasa por sus mejores momentos). Se proclamó así

la I República sin Constitución ni nada (¿para qué tanta bagatela?) presidida por Estanislao Figueras –el Zapatero de la época– que auguró «un iris de paz y concordia para todos los españoles» (¿les suena?); ocurrió lo contrario: se exacerbaron las pasiones políticas y el odio ciudadano, se instaló la indisciplina y la anarquía en la sociedad, y desapareció cualquier principio de autoridad (hoy día observamos constantes violaciones de la ley exentas de castigo, un poder judicial desnortado y dividido, y algunos tenemos la sensación de que cumplir con la legislación es de gilipollas, mientras quebrantarla  es lo que hacen esos listos con suerte que están bien protegidos por lo que queda del estado). El federalismo

anarquista sumado al republicanismo feroz, más «el espíritu localista ibérico», montaron el pollo rápidamente: los federalistas  catalanes quisieron declarar el Estado Catalán, aunque Figueras logró calmarlos (Zapatero ha ofrecido a Cataluña una buena tajada del pastel presupuestario, pero no ha conseguido amansar sus ansias soberanistas).

Figueras convocó elecciones a cortes y la abstención fue abrumadora, apenas algo más de un 25% de votantes acudió a las urnas. Pi y Margall le tomó el relevo como presidente, e introdujo en Spain (digamos) la teoría federal en versión proudhoniana. Al poco, en Alcoy se inició una serie de asesinatos y ajustes de cuentas; llegaron la sublevación cantonalista (cada ciudad, un estado), las huelgas generales y los muertos. De Cartagena partieron dos fragatas para invadir una «potencia extranjera» llamada Almería, que fue bombardeada (caña a los imperialistas, oigan). La Tercera Guerra Carlista desangraba las Vascongadas, Navarra y Cataluña (ahora tenemos terrorismo y vandalismos variaditos). Pi y Margall se marchitó de amargura. Lo sucedió Nicolás Salmerón que cuando hablaba parecía que estaba «dirigiéndose a los metafísicos de Albacete», según Antonio Maura; y a éste Emilio Castelar, el general Pavía –la «paviada» fue el tejerazo de entonces–, el caos y un triste y violento ridículo nacional. Bien: pues esa España, de nuevo, nos está asomando a la testuz a los políticos y a la ciudadanía. La España del «gobierno de» Zapatero.

Nota: «Señores, ya no aguanto más, voy a serles franco, ¡estoy hasta los cojones de todos nosotros!», dicen que chilló Figueras en catalán; luego se subió a un tren y se bajó en París. Zapatero aún no ha sacado billete que se sepa. Vale, reconozco que en eso hay una gran diferencia respecto a la situación de antaño. Pero sólo en eso.