LA APOTEOSIS DEL CLIENTELISMO

 

Traca de millones y de promesas. En suma, de clientelismo, el costado más ramplón del populismo político. A escasos meses de las urnas, la «repartidora» del Gobierno ha alcanzado una velocidad de crucero frenética. Echa humo. Solbes, el «enanito gruñón» del cuento de Blancanienes de La Moncloa, se ha cansado de mascullar sus quejas. Los aparatos centrales de los partidos se preguntan: ¿se traducirá en las urnas esta lluvia abrumadora y gruesa de promesas?

 

 Artículo de José Alejandro Vara  en “La Bitácora del Director” de “La Razón” del 23.09.07

avara@larazon.es

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

El formateado es mío (L. B.-B.)


 En la fiesta de «El Pocero» no faltaba de ná. Cuatro mil invitados ahítos de jamón, pisos y langostinos. Hasta querían llevarle a La Moncloa. En la España de Rodríguez Zapatero, el barómetro de la aceptación de un líder se mide según su capacidad de enhebrar regalos en forma de proyectos de gobierno. Una promesa, un voto. Un dentista, un cheque-bebé, un piso de alquiler, una vivienda de obsequio y... ¡ hasta un río!, pongamos el Guadalquivir, que acaban de regalarle a Chaves envuelto en un lacito con trescientos millones de euros de una «deuda histórica» que teníamos todos los españoles (la verdad, que sin saberlo) con la Junta de Andalucía. «El Pocero» de la Mancha, si no se lo traga la crisis inmobiliaria, es el paradigma de nuestro tiempo. Más jamón, más gambas, pisos para todos... y dos huevos duros, como en el camarote de los hermanos Marx.
Es una España marxista, de Groucho, educada en la escuela de la Ciudadanía y en la universidad callejera de «El Pocero». Ni cultura del esfuerzo, ni de la entrega, ni del sacrificio, ni de la superación. Cultura de la subvención, de la dádiva, del regalito. Más jamón, más gambas, más promesas y mucha alegría hasta marzo. Luego, sálvese quien pueda. Habíamos logrado superar la pandereta de «Bienvenido Míster Marshall» a base de trabajo bien hecho, de formación, de estudio... Habíamos entrado en Maastrich, sepultado el agujero sin fondo de la Seguridad Social, domeñado el fantasma del paro, enveredado nuestra economía, potenciado la iniciativa privada, reconducido nuestro papel en el mundo... Tres años y medio después, parece que todo aquello no fue más que un sueño, que estamos condenados a la pandereta y los huevos duros. El Gobierno ha colocado a la sociedad española frente al espejo deformado del «gratis total» y confía en que este viejo truco de la hipnosis colectiva funcione abrumadoramente en las urnas. «¿A quién le amarga un dulce?» es el eslogan de la estrategia socialista en esta campaña electoral. Un dulce, sí, que implica enormes riesgos de intoxicación. Los presupuestos, por ejemplo, con los agravios comparativos entre comunidades autónomas. Ya se escuchan las razonadas quejas, y no sólo desde Madrid, por la generosidad gubernamental hacia Cataluña y Andalucía, donde se encuentran los dos principales graneros de votos del PSOE. Los presupuestos son la pieza clave de un Gobierno con la que se orienta la actividad económica, se transmiten mensajes a los mercados y se ponen los fundamentos para la buena marcha de todo un país. Lo que nos mostró Solbes el viernes es lo opuesto a lo que se necesita en un entorno de inquietudes internacionales y de ralentización nacional. De momento, se ha lanzado un doloroso arpón a la solidaridad entre regiones, al utilizar la «repartidora» de los millones como herramienta discriminatoria de provisión presupuestaria para las distintas comunidades. La lealtad institucional y el respeto al interés general han quedado sepultados por la prebenda bilateral y el mercadeo electoral. Cuando Rajoy define la negociación presupuestaria como «un mercado persa», seguramente no se equivoca. El tránsito de las cuentas de Solbes por las Cámaras nos ofrecerá grandes momentos para el bochorno. Rodríguez Zapatero ha conseguido un rechazo unánime (de partidos políticos y de la opinión pública) hacia unos presupuestos electoralistas y peligrosamente populistas. Es una apoteosis del gasto oportunista que choca con una debilidad económica que ya es palpable. ¿Funcionará demoscópicamente este hechizo de los fuegos artificiales de un gobierno manirroto? Quizás sí en esta España de «El Pocero» y de la subvención. Pero no nos olvidemos de que tanto gasto sólo es un espejismo. Que cuando desaparezca dejará paso a una cuarteada y desértica imagen. Como esa «Pocerolandia» sin escuelas, ni hospitales, ni agua. Tan sólo pisos de saldo, jamón, gambas y dos huevos duros.
   
   Sale Rosa, entra Bono
   Los políticos son contumaces como una tramontana. Parece que se van, incluso lo dicen, pero siempre vuelven. Todavía está por escribir y aclarar qué motivos tuvo José Bono en su momento para dejar la política, después del incidente ya harto aclarado de la supuesta agresión que nunca fue. Bono, ya habrán tomado nota los toledanos ahora que pretenden pedirles de nuevo el voto, faltó en aquella ocasión a la verdad. La honestidad es un valor que cotiza a la baja en nuestra democracia. Vuelve, pues, a la primera línea del PSOE José Bono y se ha ido Rosa Díez. Así es la función que representan ahora los socialistas. Juzguen a los actores, la puesta en escena y el libreto. No es más que un mínimo movimiento de piezas. Pero es también un síntoma expresivo de lo que está pasando.