¿CUÁNTO DICE QUE LE DEBO?

 

 Artículo de José Alejandro Vara   en “La Razón” del 01.07.05

 

 Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

Se conoce que le debemos unos veinte mil millones de euros a Galicia. «Deuda histórica», le dicen. ¿Quién se lo debe? Parece que el resto de los españoles, que no tenemos memoria histórica pero sí deudas históricas. Los españoles le debemos dinero a otros españoles que no necesariamente se sienten tales. O sea, que al decir de Anxon Quintana, el último líder independentista llamado a regir otro rincón de nuestro país, ya podemos empezarles a pagar a los gallegos todo lo que en su día nos prestaron, o sencillamente se tienen merecido, so pena de hacerle la vida un poco más complicada al Gobierno socialista aquí y en Santiago.

Es lo que tienen últimamente las elecciones. Te acuestas sin saber a ciencia cierta si siguen Pujol y Fraga y te levantas debiéndole una porrada de millones a un señor que no le ha votado ni el quince por ciento de su barrio.

Pero que, eso sí, una vez terminado el escrutinio, lo primero que hace es orientarse hacia Madrid, desplegar el memorial de agravios y reclamar unos cuantos miles de millones de duros. En fin, así está la política. Quizás la gente piense que las encadenadas victorias electorales de fuerzas hipernacionalistas tienen algo que ver con los sentimientos de patria, de humillaciones ancestrales, de desprecios prehistóricos, de injusticias sin fin. O con el amor a fronteras, a banderas y a himnos. De todo hay, naturalmente. Pero en cuanto asoman la oreja por los entresijos del poder estos recién llegados al coro de la reivindicación nacionalista, lo primero que quieren escuchar es el ruido de la caja registradora. ¿Qué hay de lo mío? Es decir, ¿cuándo me pagan lo que

se me debe? Este Anxon, a quien en Galicia tienen por una estupenda persona, mucho menos fiero de lo que él se pinta, y seguramente menos brillante de lo que él mismo parece creer, ya conoce bien el camino. Primero, arremeter fieramente contra el PP, que es una jaculatoria, elemental y pedestre, pero que todavía funciona.

Segundo, hacer un cántico de amor a su tierra, repitiendo insistentemente el término «nación » en todas sus declaraciones para que aparezcan en los titulares al día siguiente. Esto del uso de la palabra nación no está mal, lo «único » que se antoja un poco recurrente. Los libretistas de nuestros líderes periféricos fatigan

demasiado el plagio, y, al cabo, nos fatigan a nosotros.

Una vez enarbolado como corresponde el término «nación», el siguiente paso es reclamar la deuda. Y en eso estamos. Lo ideal es alcanzar el estatus fuerista de los vascos, pero resulta algo inconstitucional. Por lo que se

pasa, acto seguido, a reclamar deudas pendientes, así, a vuela pluma. Ya el tercer paso es negociar un nuevo sistema de financiación, mediante el reequilibrio de las balanzas fiscales. Y mientras tanto, mantener el pie en el acelerador de las presiones al Gobierno central que, al fin y al cabo, está entrampado por los escaños que se le presta. O sea, está más esposado que coaligado. Lo de Anxon, ya vemos, es de puro manual. Dineros y nación.

Éste es el único nombre del juego. Y van tirando. Y van encaramándose a gobiernos autonómicos con el desparpajo de que, pese a haberse pegado un castañazo histórico en las urnas, tiene la fuerza de la coalición. Un triunfador. Un vencedor que decide, que quita y pone, que pasa facturas y pasa la bandeja. Las aguas, sin embargo, ponen poco a poco las cosas en su sitio. En Cataluña, por ejemplo, donde se cometió la imprudencia de sustituir a Maragall por Pujol, el famoso nuevo Estatut sólo le interesa al seis por ciento de la población. ¿Y para eso ganamos unas elecciones?, se preguntan los jóvenes tarraconense de ERC que, por cierto, no han ganado nada, salvo un acomodado pasar en coche oficial y moqueta al portador.

El seis por ciento. El Estatut despierta menos interés entre los catalanes que la sardana, el presente de Etoó o la educación de los hijos, por poner. Algo de lo que aún los medios no nos hemos enterado, porque seguimos llenando espacios, ondas y papel con disquisiciones sobre si CiU abandona la mesa negociadora o si Piqué

logrará imprimir un punto de sensatez a esa indigesta escalibada.

Anxon, pues, se sumará a la cohorte de los vocingleros ultranacionalistas, escucharemos sus reclamaciones

y sus bramidos de tanto en tanto y terminará aburriendo hasta el límite de todas las paciencias.

Como el Estatut. Una pasión absurda. Y frustrante. Y un gran peso para Rodríguez Zapatero que, como el chino de los platos en continuo equilibrio, se verá obligado a mover permanentemente el junco que los sostiene en danza para evitar el estropicio de la vajilla.

Es difícil, así, gobernar un país. En el fuero interno de la Moncloa, entre adornos subyugantes de pluralismos, de cánticos de convivencia y tolerancia, de aperturas de miras y de fronteras, se vive una sensación de  agobiante angustia . No se ganan elecciones, pero se gobierna, se consigue la llave que abre el camino de los portones del poder. Luego, acto seguido, viene el día a día, la pesada losa de hacer frente a las demandas de los pequeños partidos que permiten el acceso al bastón de mando. Un viacrucis, una humillación cotidiana, un sinvivir. Basta hablar con los ministros que tienen que hacer frente a las exigencias de los «pequeños». No aguantan más. No ven la hora en la que unas nuevas elecciones les permita gobernar en solitario, sin esas «adendas» que según se levantan, cada mañana, les recuerdan que les deben algo así como miles de millones

de lo que dice ser «la deuda histórica».