EL TRÍO DEL ROMANÍ

 

 

 Artículo de José Alejandro Vara en “La Razón” del 04.11.05

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Al final no se entendió bien si lo que se nos quería colar «de matute », como denunció el proteico Mariano Rajoy, es una nueva Constitución o si lo que se nos ha colado «de matute» es un presidente del Gobierno. Porque el fúnebre espectáculo de la jornada de difuntos en el Congreso resultaría inconcebible en cualquier otro Parlamento europeo. Un presidente del Gobierno empeñado en abrir el portillo por donde salió

el artefacto que habrá de demoler el actual modelo de Estado y un líder de la oposición defendiendo –con ingeniosa urbanidad, armado únicamente de la sensatez y el sentido común– algo tan elemental como es la Constitución.

Rodríguez Zapatero parecía, en efecto, un presidente «de matute», un líder político que defraudó muchas de las expectativas que habían aventado sus entusiastas fontaneros de la Moncloa («se verá al Zapatero genuino», vaya por Dios), un  parlamentario de vuelo más racheado que un topo.

«Muy mediocre», llegó a calificar en los pasillos del Congreso un destacado diputado socialista la faena del año de su jefe de filas.

González de la Mora. Esa fue su referencia intelectual a la hora de reprocharle a Rajoy su defensa de la actual estructura del modelo de Estado. ¿No tenía mejor argumento, no tenía otra línea de pensamiento más acorde con lo que de él se espera?

Sí, también desenterró el espureo articulillo publicado en un diario riojano por su predecesor en el cargo. Y, finalmente, claro, echó mano del catecismo Rubalcaba para pasearnos de nuevo por la Guerra de Iraq. Y ahí quedó todo. No había más. Tan sólo algunos pasajes líricos para manosear la palabra España, aliñados con guiños  singulares para satisfacer al «frente del Estatut», que algún funcionario inexperto en escenografía había colocado frente a la tribuna de oradores, cual si fueran un tribunal

de oposiciones. Y sacó buena nota, porque Zapatero, lejos de marcar las «líneas rojas» que separan el proyecto de Estatut de la frontera de la Constitución, esgrimió tan sólo unos cuantos reparos, tan naifs, que nos hicieron sospechar que todo venía bien atado de Barcelona. El paso del texto catalán por la comisión constitucional va a ser un paseíllo, un largo y penoso paseíllo al que asistirá el PP en actitud vigilante, como dijo Rajoy. Una decisión arriesgada y preñada de peligros. Ya veremos. Pero si decepcionó el presidente, algunos de sus barones, de sus correligionarios que tanto se han llenado

estos últimos días la boca con sus clamores en pro de la unidad de España, quedaron a la altura de sus vergüenzas. A la hora de la verdad, todos a una votaron el harakiri constitucional. Tanto aspaviento, tanta invocación, tanto cántico patriótico... ¿dónde

fue a parar? El calor del escaño acogedor pesa más que la ética y la independencia. Cuánta vocinglería de atrezzo se silenció a la hora de oprimir el botón del voto. En cuanto a las reptilíneas intervenciones de Erkoreka y Puigcercós se definen solas,

y dibujan el perfil de los socios a los que se ha aferrado el PSOE para mantenerse en el poder, como explicitó insistentemente Mariano Rajoy. Lo más entrañable de la velada fue la socialista Manuela de Madre, el drama padre, que confunde la

Inquisición con Martí Pol, cree que Huelva está en el extranjero y llama Joan Manel a Joan Manuel.

Por lo demás, no deja de resultar triste el comprobar que en esa jornada triste, tan sólo se pudo escuchar una voz, investida de apoteósica dignidad, que saliera en defensa de una Constitución de la que nos dotamos todos los españoles, sin  excepciones, en el año 78. Mariano Rajoy tuvo que reclamar algo tan obvio en un Parlamento como el derecho a expresarse, el derecho a opinar, el derecho a defender lo que en su día aprobó abrumadoramente la soberanía nacional.

Bueno, y ¿ahora qué? Pues ahora nada. Se ha puesto la primera piedra para desmantelar el Estado de las autonomías rumbo a un horizonte del que nada

sabemos, porque Zapatero aún no ha tenido a bien explicárnoslo. Cualquier catalán con dedo y medio de frente estaría abochornado del nivel de los tres representantes que remitió al Congreso para defender lo suyo. Si ese trío del «romaní» (romero)

es el que va a protagonizar el salto desde una Cataluña sólida y potente, admirada y respetada, querida y envidiada, a una aventura soberanista y presecesionista, póngase la Moreneta a temblar.

Porque están empeñados en devolver la Catalunya trionfant a los albores del siglo XVIII. Y eso, más que una traición, es un error.

De toda la jornada, sólo se mantiene en pie la imagen custeriana de un Mariano Rajoy empeñado en hacer comprender a tanto diputado inteligente sentado en la bancada gubernamental, que es imposible que el Partido Socialista Obrero Español (remember, Bono) sea capaz de aprobar un Estatuto que blinda los ríos y las competencias. O que pretende consagrar el independentismo constitucional.

¿Ha tenido el PSOE un colocón de romaní?