TRANSVERSALIDADES
Artículo de Horacio Vázquez-Rial en “Ideas”,
suplemento de “Libertad Digital”, del 18 de junio de 2008
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
La noción de transversalidad es, en política, un poderoso factor de
consolidación de regímenes en países que empiezan teniendo un cierto número de
partidos y terminan en una forma solapada de partido único. Es lo que ha
sucedido en la Argentina de Néstor Kirchner, donde es imposible, se vote la
sigla que se vote, no votar alguna forma del peronismo oficialista. Y lo que
corremos el riesgo de que suceda en España.
La transversalidad nace en el momento en que
líderes de diverso nivel en los partidos mayoritarios empiezan a cabrearse con
su propia organización política por uno u otro motivo. Alfonso Guerra, por la
política de género del Gobierno, por ejemplo, después de haber defraudado la
esperanza de todos de que votara en el Congreso en contra del estatuto
catalán (recuerdo haber oído expresar esa esperanza a Alejo Vidal-Quadras en una conferencia en Barcelona, y recuerdo
haberme encontrado en un restaurante de Madrid una semana antes de la
correspondiente reunión parlamentaria a Salvador Clotas, que me aseguró que
"ellos", es decir los guerristas, iban a votar en contra o a
abstenerse). En sus críticas a la política de género, Guerra viene a coincidir
con más gente del PP que del PSOE.
Repasemos algunos casos más: Rosa Díez, que acaba por separarse del
PSOE por razones varias; pero la primera de las cuales, indiscutiblemente, es
su posición ante el problema de la unidad de la nación española. Por el otro
lado, y por el mismo motivo, se van del PP María San Gil y José Antonio Ortega
Lara. Estas tres personas están más próximas entre sí de lo que correspondería
atendiendo a sus diferencias en otros órdenes de lo ideológico. Si los
pusiéramos a debatir sobre los límites de la ley del aborto acabarían a palos,
pero a todos ellos les gustaría poder llevar a cabo ese debate después de
haberse quitado de encima a Ibarreche, Carod y
compañía, y los fantasmas del separatismo y del Estado federal asimétrico con
que sueña Pascual Maragall.
Podríamos extendernos sobre más personalidades descontentas en los dos
grandes partidos nacionales, desde Gustavo de Arístegui o Esperanza Aguirre, en
el PP, hasta Joaquín Leguina, en el PSOE (que habla
poco pero cuando habla, habla, y que prefirió el infarto a la sesión de
aprobación del Estatut). Por ese lado tendríamos una
extensa lista de cabreados, que son los que establecen la primera pauta de transversalidad y no se bastan para organizar un tercer
partido (aunque esté claro que una convocatoria electoral a día de hoy haría
perder votos a PP y PSOE y, más allá de la abstención, tendría como principal
beneficiario a UPD). Ni el mejor diplomático del PSOE haría cambiar la línea de
Gustavo de Arístegui ni lo atraparía en las redes de la alianza de
civilizaciones, y yo diría que nadie del PP podría coincidir con un moratinista en su política sobre Oriente Medio. Y no
hablemos de reunir a un economista cabreado del PSOE con otro del PP, porque
cada uno lo está por razones opuestas.
La segunda pauta de la transversalidad se
establece por oposición en los niveles dirigentes de los dos partidos: Rajoy y
su más que probable sucesor, el señor alcalde de la Villa y Corte, están tan
lejos de preocuparse por la unidad de la nación española, como el propio
presidente de la sonrisa, y hasta es muy posible que el PP derive hacia la
forma federal de organización, a fuerza de baronías. La transversalidad
en las posturas de los cuadros medio-altos de las respectivas organizaciones da
lugar a una asociación de hecho entre las dos direcciones. Y lo que sigue es
puro régimen, puro PRI, puro Borbón entusiasmado, puros Albertos en la calle. Y
una inmensa e incontrolable corrupción, protegida por la alternancia entre las
dos mitades del partido único: de Zapatero a Gallardón y, el día menos pensado,
por qué no, la materialización en Moncloa del espectro de Godoy, encarnado en
un De la Rosa, un Colón de Carvajal o un Mario Conde cualesquiera.
Y si tienen una oposición, modesta y resuelta, con Rosa Díez y cuatro o
cinco diputados más en un grupo de izquierdas, y con María San Gil y otros
cuatro o cinco en un grupo de derechas, mejor que mejor, porque así nadie podrá
negar que esto es una democracia. Y Fraga, eterno y magnífico, seguirá diciendo
que él se parece a Obama, o a Casius
Clay, o a quien se le ocurra.
Claro, esto lo escribo yo tres meses después de las elecciones, cuyos
resultados dieron lugar a una derrota y a un inmenso regocijo en el alma de
Mariano Rajoy, sonriente en el balcón de Génova 13. Era el paso que faltaba
para componer este escenario de poder repartible, en multipropiedad, con una
oposición ruidosa pero enclenque, y todas las garantías de continuidad. El
próximo cordón sanitario se extenderá alrededor de UPD y de lo que surja a su
derecha. Estoy convencido de que ha habido pactos previos al 9-M, le doy toda
la razón a Jesús Cacho.
¿Y los nacionalistas? También han hablado con ellos, unos y otros, con
el PNV y con CiU, con ETA y con ERC. Pero no olviden, caballeros, lo que Azaña
aprendió tan duramente: los nacionalistas son insaciables. Y cuando el ejército
se encuentre ideológicamente cautivo y de hecho desarmado (que es lo que todo
el mundo parece desear, puesto que ni una sola voz oficial se ha alzado para
discutir su papel de ONG con cooperantes extranjeros), nadie les parará los
pies, de modo que el PRI tendrá que arreglárselas con lo que le quede de
España.