LA RESPONSABILIDAD HISTÓRICA DEL PSOE

 

 Artículo de Luis de Velasco en “La Estrella Digital” del 07.11.05

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

A estas alturas está perfectamente claro que la propuesta de reforma del Estatuto de Cataluña tiene aspectos claramente inconstitucionales, y eso a pesar de su admisión en el reciente pleno del Congreso. Los días transcurridos desde su aparatosa aprobación —acompañada de manifestaciones de júbilo de sus autores, convencidos de que iniciaban una nueva etapa y de que la Historia (con mayúscula) les abría un hueco— permitieron conocer desde manifestaciones casi de arrepentimiento por errores cometidos por alguno de esos autores hasta informes, opiniones y estudios que denuncian tanto inconstucionalidades de esa pretendida Constitución como, y esto es igualmente importante, atentados en esa norma a lo que se entiende como un Estado autonómico, moderno, eficaz, justo y equitativo. No es un tema sólo de constitucionalidad. Se trata, por tanto, de una auténtica ruptura, esa que no hubo en la transición.

Parece también haber acuerdo en que el concepto de nación es un tema clave. Es lógico. Se trata de un concepto de enorme trascendencia y con el que no se puede frivolizar salvo en charlas de café, nunca desde la primera magistratura de un país. Más allá de sus múltiples definiciones, dicho concepto tiene siempre consecuencias políticas y jurídicas. Por eso mismo, este proyecto lo sitúa como arranque del texto, como luz y guía de todo lo que viene después. Plenamente coherente además con un Preámbulo
—harto curioso y con algunas afirmaciones realmente pintorescas fruto de ensoñaciones y fantasías de sus autores, situados en un mundo que inventan— que, si bien no tiene fuerza jurídica, es meridianamente claro acerca de las intenciones y objetivos del legislador. Incidentalmente, es en ese preámbulo donde aparecen las únicas menciones a España, ausentes en todo el larguísimo articulado. Contrasta esto con las repetidas menciones a España de los representantes catalanes en el citado pleno del Congreso. Nada es casualidad, todo está muy bien estudiado.

Consecuente con esa atribución de nación, el texto la dota a continuación de atributos propios de un Estado y lo sitúa en plano de igualdad, de relación bilateral, con el otro Estado, el innombrable, en una clara perspectiva no sólo federal sino, en muchas ocasiones, confederal. Para que se entienda mejor: se configura un espacio propio en el que “nosotros” nos fijamos las reglas y “ellos” no pueden intervenir.

Cómo ha sido posible llegar a esta desastrosa situación? Los principales responsables son el PSOE y el PSC y, a la cabeza, sus dos líderes. El Sr. Rodríguez Zapatero ha posibilitado (“Respaldaré lo que apruebe el Parlamento catalán”) y animado (“Más, ahora o nunca”) el proceso. El Sr. Maragall lo ha hecho carne al ponerse al frente de la manifestación nacionalista. En ambos casos ha sido por puro oportunismo político.

No es éste el lugar para analizar esto a fondo pero, en síntesis, cabe afirmar que la desideologización y el oportunismo del PSOE (y esto engloba al PSC) desde hace un par de décadas culmina en el más burdo pragmatismo con el único objetivo de ocupar, como sea, parcelas de poder. Hay que ganar unas elecciones y, luego, mantenerse. La política que se haga, la que sea, busca ese principal, casi único, fin. Si hay que hacerse más nacionalista que los nacionalistas, sea. Si hay que ser más centrista o de derecha que los auténticos, sea. Todo por ese supremo objetivo.

La responsabilidad que hoy enfrenta el PSOE es enorme. Lo ocurrido hasta ahora no invita al optimismo, aunque estamos al comienzo de un largo proceso en el que pasarán muchas cosas.

Hoy por hoy, la clara opción de sus dirigentes es a un maquillaje del texto, modificando o eliminando algunos puntos para mantener la mayoría del mismo. Salvar los muebles y salvarse. Mientras tanto, la capacidad de presión y el victimismo de los nacionalistas catalanes aumenta y no es descartable una ruptura, especialmente por parte de Convergència y Unió. En este caso, el problema no estaría resuelto sino simplemente aplazado pues reaparecería, seguramente con mayor gravedad.

No es exagerado insistir en esa responsabilidad, sin duda, histórica de ese partido. A todos sus niveles: dirigentes, ministros, parlamentarios, militantes, incluso sus votantes y simpatizantes. La natural tendencia de sus dirigentes será a la chapuza, al arreglín, ello acompañado de gran campaña mediática para confundir a la ciudadanía que, conforme siga el tema, se irá cansando del mismo. En eso, el PSOE ha demostrado ampliamente su excelencia. Saben que lo importante no son tanto los contenidos de un texto que casi nadie ha leído sino los mensajes clave que se lancen, a través de sus medios propios y de los afines, y las percepciones que se creen en la ciudadanía. A estas alturas, el malo de la película no es ya un Estatuto indigerible, sino quienes se oponen al mismo, y especialmente el PP.

El objetivo central de mantenerse será la guía de su actuación; eso sí, con un ojo muy atento en las encuestas de opinión. Una “rebelión” interna es muy improbable, por no decir imposible, al menos aquí y ahora. Los intereses a preservar son muchos e importantes, afuera hace mucho frío y los mecanismos de democracia interna hace mucho, mucho tiempo que se cegaron. Las declaraciones iniciales de algunos ministros y destacados dirigentes se han ido suavizando y los mismos se irán sumando a la corriente mayoritaria de conformidad y apoyo. Nada nos gustaría más que equivocarnos.

Un análisis como éste, basando las decisiones políticas casi exclusivamente en aspectos de intereses personales, puede parecer excesivamente simplista y no válido. Sin embargo, en los últimos veinte años, el accionar político del PSOE ha demostrado la enorme fuerza de esos intereses personales. A lo largo de esos años, los dirigentes y militantes han tragado carros y carretas y nadie se ha movido. Los escasos que no estaban (estábamos) de acuerdo con lo que pasaba, se fueron (nos fuimos) a casa sin ruido y sin ningún efecto en la cerrada organización. Esta vez, previsiblemente, pasará lo mismo y esa única y limitada crítica interna que, al parecer, existe y que se identifica con el guerrismo se irá apagando. Otra vez, nada nos gustaría más que equivocarnos.

Una reflexión final: ésta habría sido una magnífica oportunidad para un acuerdo entre los dos partidos nacionales mayoritarios para llevar adelante una imprescindible reforma electoral que dote a los partidos nacionalistas de un número de escaños acorde con su fuerza electoral y no lo que hay ahora. No se trata de ahogar a las minorías. Se trata de situarlas donde les corresponde, pues lo que no es posible es que esas minorías definan o condicionen la agenda política del país. Pero pedir esto son ganas de perder el tiempo y un esfuerzo inútil y, ya se sabe, los esfuerzos inútiles producen melancolía.