MARAGALL, LA PLAGA QUE NO CESA

Artículo de César Vidal en “La Razón” del 18 Enero 09

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Hay personajes cuya salida de la política parece una muestra de misericordia del Altísimo. Es el caso de Pascual Maragall, algo que exige unas dotes especiales porque nunca pasó de ser un personaje de ámbito regional. Maragall es, por ejemplo, el único político que se ha querellado con un humorista por unos versos que ni siquiera se referían a él, pero que llevarán al autor a sentarse en el banquillo dentro de unos meses. Maragall, en compañía de Carod-Rovira, se burló de manera grosera de la corona de espinas a unos pasos del Santo Sepulcro. A Maragall le debemos el haber escuchado que los nacionalistas catalanes cobraban una comisión del tres por ciento. A Maragall hay que atribuirle que el aserto nunca se investigara y que el único perjudicado fuera un constructor que señaló que la comisión que le habían exigido era muy superior. Hasta donde yo sé, el constructor está procesado y los ciudadanos seguimos sin saber a ciencia cierta si la mordida en Cataluña es, caso de existir, superior a la que cobra la Cosa Nostra en Sicilia ya que los mafiosos, según cuenta Andrea Camilleri, sólo exigen el dos por ciento. Claro que todo esto resulta un asunto menor cuando se recuerda que Maragall es el gran impulsor de ese nuevo Estatuto de Cataluña que amenaza con convertirse en el tiro de gracia de la actual democracia siquiera porque implica tal drenaje de recursos nacionales que convierte en imposible la supervivencia no sólo del estado del bienestar sino del mismo orden constitucional. Con esos antecedentes, confieso que sentí un gran alivio cuando supe que Maragall se retiraba de la política e incluso hasta experimenté algo de ternura al escucharle confesar que el estatuto impulsado por él era anticonstitucional. En mi ingenuidad, hasta creí que podía hallarse cerca de ese arrepentimiento que resulta indispensable para recibir el perdón de los pecados. Tiempo y ocasión no me han faltado para comprobar lo apresurado de mi apreciación. Paso por alto que hace unas semanas prologara una edición de «El Capital» para un periódico de izquierdas. No puedo aceptar que una conocida editorial arrancara docenas de páginas de su biografía autorizada simplemente porque el producto terminado no era lo suficientemente jabonoso y proporcionaba incómodas revelaciones sobre Maragall padre. Me resulta intolerable que dentro de unos días, con el dinero de nuestros bolsillos, se vaya a Nueva York a la inauguración de una embajada de Cataluña. En una época en que cada día seis mil personas pierden su empleo y en la que en octubre de 2008, ZP ya se había gastado el dinero de los parados hasta finales de año, el invento de las embajadas catalanas resulta una indecencia política y moral cuya gravedad no disminuye porque haya servido para darle un empleo en París a un hermano de Carod-Rovira. Pues allí va Maragall, el que lleva años persiguiendo a un humorista, el que nunca nos aclaró lo del tres por ciento, el que reconocía que había impulsado un estatuto que se da de bofetones con nuestra Constitución. Por más vueltas que le doy no puedo evitar tener la sensación de que si Dios hubiera enviado a Maragall ante el faraón para que dejara salir al pueblo de Israel, seguramente hubiera tenido éxito. Y es que, en términos políticos, Maragall es una verdadera plaga bíblica.