¡CUÁNTA HORTERADA!

 

 Artículo de Ignacio Villa en “Libertad Digital” del 15/02/2005

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

Los discursos e intervenciones públicas de Rodríguez Zapatero, cada vez con más frecuencia, nos dejan un poso de cursilería máxima. Al principio parecían recursos dialécticos con una fuerte carga hortera; más tarde la impresión que transmitían sus mensajes era la de una persona encantada de haberse conocido; ahora ya la actitud del presidente del Gobierno empieza a ser preocupante para todos.

 

Ya se ha convertido en costumbre que las apariciones públicas de Zapatero vayan acompañadas siempre de un discurso vacío de contenidos. Esa ha sido la línea habitual en las palabras del presidente. Palabras siempre con una envoltura grandiosa pero paupérrimas en los mensajes. Es verdad que algunas veces, inicialmente, han podido provocar una sonrisa; pero es tanta la insistencia en este estilo que ya empieza a entrar en el terreno del ridículo.

 

Zapatero ha pasado sin solución de continuidad de la "alianza de civilizaciones" al "amor universal", para recalar ahora en el nuevo concepto de "paz perpetua". Como se puede ver todos ellos son mensajes sólidos, consistentes y claros.

 

Ciertamente el presidente del Gobierno puede ser que se refugie en estos vericuetos de la nada como simple recurso verbal; el peligro es que comience a creerse un personaje de otro planeta que con "palabra fácil" nos va a salvar a todos de la vulgaridad. Y la impresión general es que ese peligro que era una simple posibilidad se ha convertido en una realidad contante y sonante.

Tanta cursilería y tanta horterada, toda junta y revuelta. Ahora resulta que tenemos en España un nuevo Ghandi, eso si, de andar por casa. Y lo que realmente en España necesitamos es un presidente del Gobierno dedicado a hacer política, con principios y sin sectarismo. Pero la realidad es bien diferente. No necesitamos pacificadores de medio pelo. Y lo siento pero esos discursos ya no impresionan a nadie; más bien preocupan y mucho. Tanta obviedad es alarmante.