REINVENTAR EL PROCESO

 

 Artículo de José Ignacio Wert  en “El País” del 03.12.06

 

 

Debate con Luis De La Calle,  LA PENÚLTIMA OPORTUNIDAD

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

El PSOE y el PP deben encajar la negociación en un acuerdo explícito y público sobre sus límites

 

Se han cumplido ocho meses desde la proclamación por ETA de su "alto el fuego permanente". Desde entonces han pasado muchas cosas, la mayoría malas. La esperanza inicial ha dado lugar a más escepticismo, los partidos democráticos están profundamente enfrentados entre sí, y se ha recrudecido la actividad violenta: extorsión, terrorismo callejero, y, por último, el robo (con secuestro) de un importante arsenal. La pregunta a formular es si merece la pena seguir por este camino, hay que abandonarlo formalmente, o conviene reorientarlo de forma radical.

La respuesta requiere analizar qué es lo que está fallando en el proceso, en su conceptualización, y en su ejecución.

No sabemos ante qué tipo de negociación estamos. Partíamos de un sobrentendido, el de que no se trataba de una negociación política, sino de una oferta de contrapartidas a la banda centradas en la situación de presos y personas con causas pendientes, utilizando la discrecionalidad de que el Estado de derecho dispone para estas cuestiones. Es decir, paz por clemencia. O, como dijo Savater, el Gobierno jamás debería preguntar "qué se debe", porque no se debe nada.

Y, en cambio, lo que nos encontramos es que ETA (directamente o a través de Batasuna) plantea el proceso como una negociación política anclada en sus objetivos maximalistas de autodeterminación y territorialidad.

Cierto es que el Gobierno no los ha admitido: no ha dado pasos visibles en ninguna de las direcciones pretendidas por la banda en el plano político, ni se ha modificado la situación de los presos.

Pero sí ha alimentado la sospecha de que hay un trasfondo político negociable: reuniones (públicas y secretas) con Batasuna, declaración de Zapatero acerca del "derecho a decidir" y el "nuevo marco de convivencia", y, sobre todo, admisión de la mesa de partidos, incluso, en paralelo a las negociaciones para el abandono de las armas, olvidando el compromiso de "primero la paz, luego la política".

También hay fallos en la ejecución. Se transmite la impresión de que ETA gobierna los tiempos y marca la estrategia, con el Gobierno a remolque. Y algo quizá peor: algunos gestos y guiños desde el poder sugieren cierta legitimación de Batasuna o hasta de algún terrorista de ETA favorable al "proceso". Gestos y guiños a los que la otra parte, por cierto, ha correspondido con desdén, con provocación, o hasta con gasolina.

Por debajo de estos fallos hay una carencia estratégica grave. La pregunta es: ¿cabía abordar este proceso sin tener acordado con el PP un marco de entendimiento sobre sus límites y procedimientos? ¿Cabía imaginar que el PP iba a prestar un asentimiento acrítico a cualesquiera acuerdos con ETA? La invocación a los precedentes (el PSOE apoyó al Gobierno del PP en la anterior negociación con ETA) tiene un alcance limitado: es verdad, pero también lo es que las líneas rojas estaban claras y por eso la negociación fracasó.

El PSOE ha subvalorado la importancia del apoyo del PP en este proceso. Puede que incluso haya estimado que la ruptura servía para arrinconar al PP, a la vista de las grandes expectativas que suscita inicialmente el proceso de diálogo. Error de bulto si es lo primero, y grave responsabilidad si es lo segundo. Porque la desasistencia del PP deja al Gobierno encerrado con un solo juguete, el que maneja ETA. O, tal vez, deja a los dos actores encerrados en un dilema del prisionero del que ninguno puede escapar.

Pues bien, volvamos a la pregunta original. ¿Qué hacer? La primera opción, business as usual, que es la que el presidente del Gobierno ampara con el ritornelo del camino "largo, duro y difícil" cada vez que en el otro lado se mueven, no tiene futuro alguno. Su mejor expectativa es el ir tirando, en la esperanza (que no la seguridad) de que ETA no puede ahora volver a matar como hizo en 1999. Pero ya no se trata entonces de que el camino sea largo, duro y difícil. Es que, tal y como se ha trazado, no lleva a ninguna parte.

En el extremo opuesto está el abandono del proyecto de terminar con ETA. Tampoco me parece el camino. No ha habido mejor oportunidad histórica que ésta para acabar con esta pesadilla. Nunca ETA había sido tan débil ni el terrorismo se había hallado tan desasistido socialmente como ahora.

Queda una tercera posibilidad, la de reinventar el proceso en curso. No es tan complicado. Bastaría un giro en su definición y en su ejecución.

El giro consiste en encajar la negociación en un acuerdo previo, explícito, cerrado, y público sobre sus límites y procedimientos entre el PSOE y el PP, a través del cual la otra parte perciba que no puede esperar ninguna recompensa política por dejar las armas. Que de política se empieza y se termina de hablar en las instituciones, en el Parlamento vasco y en el Parlamento español, y no en mesas extraparlamentarias cuya mera existencia implica reconocer la insuficiencia del cauce institucional. Que sólo en el marco del sistema constitucional caben las reformas y los procedimientos de ratificación popular de las mismas. Que la alternativa al acuerdo es estrechar el cerco hasta que ETA, con más coste, se muera sola. Simplemente dejando esto claro se está en condiciones idóneas de abordar ese diálogo.

Los dos partidos nos lo deben a los ciudadanos, a los que les hemos votado y a quienes no lo han hecho. Los dos tienen incentivos para hacerlo. El PSOE, porque es evidente que en solitario jamás podrá hacer avanzar el proceso con garantías de llegar a su cierre. El PP, porque moral, política y hasta electoralmente está obligado a contribuir a dar certeza y estabilidad a una solución decente y democrática para el fin definitivo de la violencia. A los dos incumbe reinventar el proceso y hacerlo ya. No es tan difícil, si ambos se ponen a ello sin prejuicios.