DE INTERÉS PARA NACIONALISTAS

Artículo de Patxo Unzueta en "El País" del 26-2-98,

seguido por un comentario mío sobre el mismo (Luis Bouza-Brey)

Pujol mostró ayer ante el Parlamento de Cataluña su satisfacción por los acuerdos alcanzados estos días en Madrid, en particular en materia de inversiones en infraestructuras, asunto sobre el que existía alguna inquietud a la vista de ciertas opiniones del ministro de Fomento. Tres días antes, el presidente catalán había manifestado que para eliminar del lenguaje político términos como soberanía o autodeterminación sería necesario «que Cataluña cuente con mayor poder político». Respondía así a las declaraciones realizadas la víspera por el presidente del Congreso, Federico Trillo, que había considerado «anacrónicos» dichos conceptos y abogado por sacarlos del debate político.

Los nacionalistas catalanes y vascos, europeístas de larga data, no ignoran que la construcción de la Unión Europea se caracteriza por la constante transferencia de soberanía de los Estados a instancias supranacionales, y que ello relativiza enormemente conceptos como el de autodeterminación: sería absurdo reivindicar estatalidad propia para transferirla a continuación a la UE. Si los nacionalistas se resisten a renunciar a esos términos es porque les atribuyen gran poder intimidatorio en sus relaciones con el poder central. Lo tienen en la misma medida en que su reivindicación es potencialmente desestabilizadora, lo que trasluce un cierto ventajismo. Ello irrita sobremanera a quienes no comparten su fe, y es lógico que así sea porque de los hechos diferenciales se deducirá la necesidad de garantizar la personalidad cultural, pero no forzosamente el derecho a contar con mejores carreteras.

Sin embargo, esa dialéctica es una derivación hasta cierto punto inevitable de la lógica autonómica. Uno de los objetivos de ésta es ayudar a traducir las utopías y emociones nacionalistas en reivindicaciones tangibles: que se pueden aceptar o denegar en función de criterios racionales, como la relación de fuerzas en el Parlamento, los equilibrios territoriales, etcétera. Lo inaceptable no es que los nacionalistas reivindiquen ventajas para sus territorios -algo que también hacen o podrían hacer los parlamentarios de territorios sin tradición nacionalista-, sino que lo hagan esgrimiendo amenazas soberanistas. Sobre todo, porque plantear la cuestión en ese terreno somete al sistema autonómico a tensiones que comprometen su viabilidad; algo que los nacionalistas deberían ser los más interesados en evitar.

Los nacionalistas dan por supuesto que el derecho de autodeterminación es algo indiscutible, que nadie podría negar sin mala fe. Al argumento práctico de los efectos desastrosos derivados de su aplicación en la antigua Yugoslavia y otros lugares oponen el caso de Quebec. Sin embargo, puede haber motivos morales para oponerse a la autodeterminación, y no es seguro que el de Quebec sea un modelo a imitar.

El Gobierno de Canadá acaba de plantear al Tribunal Supremo una consulta sobre si su Constitución o el derecho internacional otorgan a Quebec el derecho a decidir unilateralmente su separación. ¿No deberían ser consultados los demás canadienses sobre una decisión que les afecta en muchos aspectos? No es la única duda. ¿Por qué varios referendos con resultado negativo se consideran provisionales, y definitivo e irrevesible uno que resultara favorable aunque fuera por escaso margen? Obligar a los votantes a elegir soberanía en términos excluyentes polariza a la población y lo único que garantiza es que ninguna de las dos respuestas posibles obtenga menos de, digamos, el 40% de los votos. Convertir en derrotados sobre una cuestión de ese calado a cerca de la mitad de los ciudadanos no parece muy inteligente, si puede evitarse. Además, a poco compleja que sea la situación, los derrotados en el conjunto podrán ser mayoritarios en determinadas zonas (Álava, Santa Coloma), lo que plantearía serios problemas de cohesión interna. De ahí la superioridad moral y práctica de la fórmula autonómica, con la que se identifica no la mitad sino fácilmente el 80% de la población.

 

COMENTARIO PROPIO

 Luis Bouza-Brey 26-2-98

El problema principal de todo este asunto es que se están utilizando términos y conceptos cada vez más anacrónicos, que por ello impiden una solución al complejo problema de la configuración política de Euskadi, Cataluña, Galicia y España.

Elazar, en su libro "Exploración del federalismo" Edit. Hacer, pg. 144, afirma que

"Es importante reiterar que una de sus características (del federalismo), derivada de su raíz popular, consiste en la reducción de la soberanía política a una cuestión puramente incidental. La soberanía, en las repúblicas federales, descansa invariablemente en el pueblo, y es el pueblo quien delega poderes en sus gobiernos respectivos y, en ocasiones, ejerce directamente este poder (a través del referéndum en Suiza). Los poderes pueden ser divididos y delegados por el pueblo, del modo que lo considere más conveniente, pero la soberanía permanece, de modo inalienable, en su posesión. Por tal motivo, en los debates sobre gobiernos federales, la cuestión de la soberanía no figura en el orden del día y en cambio sí la del poder. Ningún gobierno (y por extensión, ningún organismo oficial) puede arrogarse la soberanía ni, por tanto, detentar poderes, ya sean ilimitados, parciales o residuales. No hay límite teórico para el número de gobiernos que reciban poderes delegados, aunque en la práctica surgen ciertas limitaciones. Esta característica pone de manifiesto la flexibilidad del federalismo, así como la posibilidad de combinar sus diversas disposiciones para servir a un mismo pueblo.

Por ello, el principio federal representa una alternativa (y un ataque radical) a la idea moderna de la soberanía, de tendencia globalizadora -especialmente en el siglo XIX-, a partir de la cual toda discusión, incluso las que versaban sobre federalismo, tenía que estar «contenida» dentro del concepto superior de la soberanía y jamás ponerla en cuestión, lo que motivó que nuestro conocimiento de la idea federal nos llegara distorsionado. Sin embargo, en la edad posmoderna, la soberanía tal como la ejercían los estados modernos, ha quedado obsoleta. Hoy ningún estado proclama ser el único dueño de sus designios, puesto que saben todos que son más o menos interdependientes y, por ello, la concepción original del federalismo en cuanto a distribución del poder es hoy más relevante que nunca".

 

El problema es que aquí los nacionalistas vascos ---y cada vez más los catalanes, no estando todavía clara la orientación en el caso de los gallegos --- han optado claramente por el independentismo a la quebequesa, hablando en términos de "soberanismo", "ámbito vasco de decisión", etc.

De manera que se rigen, en el debate y la dinámica política, por los mitos de siempre transfigurados en doctrina "moderna". No caen en la cuenta de que en un mundo que se configura cada vez más como red, regida por el principio de subsidiariedad, en lugar de como pirámide enmarcada en el concepto de soberanía, sus doctrinas son cada vez más inadecuadas, y bloquean las posibles perspectivas de solución a los problemas de configuración política del poder.

Xavier Arzalluz, en una entrevista a la revista gallega "Tempos" de octubre de 1997, no es capaz de dar el paso de prescindir de los mitos antiguos más que a medias. Dice, en efecto, que "En primer lugar, la independencia no tiene sentido para un pueblo con identidad propia salvo que le sirva para desarrollarse tal como es, y no a partir de lo que le impongan otros desde el ámbito político. Por otra parte, si se llegase a dar esa situación en Euskadi, la independencia nunca sería para formar un Estado vasco, con sus fronteras y aduanas. Todo eso acabó, salvo que quisiéramos volver a la pobreza, e incluso a la esterilidad".

A continuación, el entrevistador le pregunta

"Entonces, ¿estarían usted y el PNV en favor de la independencia, en el caso hipotético de que se llegase a un referéndum?"

"Sí, si la concretamos como independencia de Euskadi en Europa. Lo que quiero decir es que el desarrollo de la identidad económica, política, cultural y lingüística que nos proponemos es lo mismo por lo que luchan actualmente los Estados, al verse abocados a existir dentro de unas estructuras también políticamente superiores....en lo que no creo es en un Estado vasco a la antigua. El Estado nacional se acabó".

¿En qué quedamos entonces? Rompan ustedes de una vez el cascarón del mito, modernícense, renuncien a la independencia como idea vacía, contribuyan a diseñar una red coherente de centros de poder a nivel de Europa, España y Euskadi, ábranse a la complejidad y liberen su espíritu del tabú del Estado español. Porque mientras ustedes continuen bloqueados no vamos a ninguna parte. Ni nosotros como conjunto, ni ustedes por separado.

Lo más diabólico de este nudo que atenaza a nuestro país es que es una cuestión de residuos mentales, de impurezas psicológicas, de incoherencias de la razón. Y en los casos peores, como los del sedicente MLNV, de fanatismo integrista.

Si consiguen ustedes liberarse no tengan miedo, saldrán ---saldremos todos--- ganando en términos de poder, cohesión, integración y paz. Sus palabras las veo como una lucha desesperada, en una persona de su inteligencia, de propuestas lúcidas y sensatas contra mitos, antimitos y tabúes irracionales. Que su espíritu se ilumine. Que la fuerza le acompañe.