¿ESPAÑA ROTA? NO, PARALIZADA

Artículo de Germán Yanke en “La Estrella Digital” del 29 de agosto de 2009

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web

 

El Gobierno, atacado de los nervios por la reacción de sus socios catalanes y la negociación presupuestaria, ha puesto en marcha una financiación autonómica estrafalaria en la que, en contra de lo que algunos dicen, el problema no es el dinero que llegue a Cataluña - que a lo mejor debe llegar-, sino la aceptación de una suerte de bilateralidad y derechos previos en la negociación con esa comunidad autónoma que descalabra, de un lado, el concepto de financiación autonómica como política de Estado y, de otro, la prevalencia del Gobierno y el Parlamento centrales en el establecimiento de las políticas generales. Quizá también atacado, pero desde luego atascado, no ha querido afrontar la revisión profunda y las modificaciones necesarias en el sistema laboral español- que demuestra su ineficacia desde mucho antes del comienzo de la crisis económica- y se ampara de modo incluso más estrafalario en ataques a la patronal para no poner en marcha una política, también general, para la que tendría sin duda amplio apoyo parlamentario. Ayer, el ministro de Trabajo, que parece el encargado de tranquilizar a los sindicatos más que de al menos aminorar el desempleo, volvió a arremeter contra la CEOE.

El sistema de relaciones, pactos, negociaciones, presiones y chantajes en el que el Gobierno se ha embarcado con las comunidades autónomas, como se demostró en la comparecencia de la vicepresidenta Salgado en el Congreso esta misma semana, implica, en vez de criterios claros y responsabilidad fiscal, un maremágnum de cesiones a cambio de reducciones de recaudación, concesiones a cargo del déficit, etc. Ya no se sabe si cuando la vicepresidenta dice que todos los impuestos están en revisión se refiere a sus asesores, al Consejo de Ministros o a los propios gobiernos regionales que, en un alto porcentaje, piden y piden sin asumir responsabilidades. Pero lo que sin duda se echa en falta es una dirección rigurosa y el respeto a la voluntad democrática concretada en la representación parlamentaria.

"España no se rompe" repiten los ministros y los dirigentes socialistas con un tono tan cansino como estrambótico, como si el problema estuviera en la antigua retórica de sus adversarios. El Estatuto de Cataluña está vigente y España no se rompe. La financiación se aprueba y España no se rompe. Se negocia, se trueca con este o aquel gobierno autonómico y España no se rompe. Se organizan subastas con todos ellos y España no se rompe. No hay propiamente unidad de mercado, pero España no se rompe. Si este tipo de declaraciones, ya de por si defensivas, consuelan a los que las hacen sólo será porque quieren consolarse a toca costa. La cuestión no es si España se rompe o no, como si la política fuera un movimiento sísmico, sino que el caos y el trapicheo hacen imposible el establecimiento de políticas generales, su discusión seria en el Congreso, la dirección eficiente de quienes han sido elegidos para llevarlas a cabo. El asunto, además, se ha vuelto inconsolablemente dramático porque, para el Gobierno, la enfermedad institucional se curaba con déficit "porque nos lo podemos permitir". No era cierto, y ahora es una locura.