OTOÑO ATERRADOR

Artículo de Germán Yanke en “La Estrella Digital” del 31 de agosto de 2009

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web

La propuesta de subida de impuestos -en un escenario en el que se lanzan globos sonda y se anuncia que todos están en revisión- no supone sólo un problema de desactivación de la actividad económica. Es también un síntoma de algo que cada día parece convertirse en algo más evidente y más grave: la falta de un diagnóstico claro de nuestra situación económica y, en consecuencia, la ausencia de un plan bien pensado y bien ejecutado. Es ya un tópico recordar el largo periodo en el que el Gobierno, en contra de todos los datos disponibles, negaba la crisis y, en consecuencia, la necesidad de prepararse y reaccionar contra ella. Resulto falso pero, en cuanto se reconoció su existencia (como una crisis "global" que nos golpeaba inopinadamente), la doctrina oficial es que estábamos mejor preparados que otros, desde el sistema financiero a los niveles de crecimiento. ¿Para qué iniciar costosas reformas en nuestra economía si los fallos eran sólo foráneos y nos encontraban perfectamente equipados?

La disculpa resultó, más que falsa, una falacia. A estas alturas ya no se puede negar que, además de los efectos de una crisis financiera internacional, padecemos gravísimos problemas estructurales, una alarmante falta de competitividad y un sistema laboral que hace aguas y conduce a un desempleo que no tiene parangón en los países de nuestro entorno. Todavía, pasmosamente, no se ha reconocido todo esto. El Gobierno habla de las reformas estructurales como si fuesen pequeños ajustes demorados para un momento más propicio, de la falta de competitividad como si el sistema productivo se pudiese modificar de la noche a la mañana y por decreto y para el desempleo -como si bastase una caricatura retórica de la socialdemocracia- sólo se ha propuesto la protección social. Esta, además de que no hay modo de sostener el Estado de Bienestar sin crecimiento económico, ha venido acompañada de ataques a la patronal para no cambiar la legislación laboral y de iniciativas improvisadas que hay que modificar a continuación.

Para soportar la parálisis, o para disimularlo de algún modo, el supuesto argumento ha sido que podíamos permitírnoslo. Podíamos antes de reconocer la existencia de la crisis y hemos seguido pudiendo cuando estalló por unos hipotéticos deberes bien hechos que han terminado siendo un fiasco.

Ahora resulta que las arcas públicas están esquilmadas, que el déficit se ha convertido en algo que no ya constituirá una hipoteca para el futuro de los españoles -una previsión que también se negaba-, sino un peso insoportable para el presente. El único recurso anunciado es revisar todos los impuestos y aumentar algunos, previsiblemente el de las rentas más altas. Si la presión fiscal es ya superior a la deseable, este anuncio no consigue, por mucho adorno demagógico que lo envuelva, sino el reconocimiento de que se ha llevado a cabo una política económica irreal y que, por desesperación, ya no se miden las consecuencias nefastas en la actividad económica de una medida como la propuesta.

Este es, desgraciadamente, el panorama económico en el que comienza el curso político. O se da un volantazo urgente o el otoño va a ser aterrador.