ESPAÑA Y LA SEÑORITA BERGMAN

Artículo de José Antonio Zarzalejos  en “El Confidencial” del 15 de enero de 2011

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

El pasado martes un Zapatero optimista y decidido anunció en la Moncloa ante la crema y nata de la clase empresarial española que “hay algo peor que la ausencia de consenso, que es la ausencia de reformas”. La frase parecía confirmar que el presidente, además de desdecirse por la fuerza de los hechos de las políticas de despilfarro financiero, rectificaba también sobre las virtudes del “talante” que con el buenismo y el “optimismo antropológico” habían cincelado su perfil político.

No es que los empresarios que allí acudieron a escuchar el edulcorado informe económico sobre 2010 se tragasen la representación presidencial, pero algunos llegaron admitir que el jefe del Ejecutivo mostraba síntomas de cierta madurez política y sensatez analítica. La presencia estelar en la reunión de Paul Volcker, jefe de los asesores económicos de Obama y ex presidente de la Reserva Federal Americana -la antítesis de Paul Krugman, el laureado Nobel de 2008, economista de cabecera de la izquierda occidental-, sugería que el presidente apostaba, ya definitivamente, por la estricta ortodoxia en las decisiones a acometer para intentar salir de la recesión.

No paró ahí la cosa: Zapatero anunció un calendario de reformas -concentradas todas ellas en el primer trimestre del año- que alcanzaba hasta el proyecto de Ley de Servicios Profesionales que desregulará por completo el ejercicio de profesiones colegiales como la de los abogados, procuradores, arquitectos, modificará de forma sustancial la de los notarios y registrados y liberalizará sectores intervenidos ahora por regulaciones públicas que encorsetan los servicios e impiden una limpia competencia. Más todavía: el presidente se mostró convencido de la necesidad de reformar la negociación colectiva -suprimiendo la ultra-actividad- y, por supuesto, el sistema de pensiones incrementando la edad de jubilación y ampliando los períodos de cómputo. No olvidó el inquilino de la Moncloa comentar a varios de los empresarios asistentes su determinación en “acabar” con el problema de las cajas de ahorro empujándolas -ya sin contemplaciones autonómicas- a convertirse en entidades bancarias.

Como el Conde de Romanones

No habían transcurrido 48 horas cuando el Gobierno -a través de un ministro tan falto de idoneidad e incrédulo en las reformas que debe gestionar como Valeriano Gómez- hace llegar a las centrales sindicales un proyecto de Real Decreto que desarrolla la aprobada reforma laboral que desactiva uno de sus pilares: el llamado “despido barato” -20 días por año trabajado- procedente cuando las empresas tengan certeza de pérdidas temporales. Todos los medios de comunicación entienden que a través del Reglamento se altera el espíritu de la ley, en una nueva versión de la práctica que con tanto aliño manejó el Conde Romanones: “Hagan ellos la ley, que yo haré los reglamentos”. UGT y CCOO recibían así el trofeo que no obtuvieron de inmediato con la huelga general del 29 de septiembre del año pasado y, a cambio, diferían la posibilidad de un segundo paro general, tratando al tiempo de imponer al Gobierno un llamado “pacto global” en el que se contemplarían no sólo las pensiones y las normas laborales, sino también la política industrial y la energética. A tal fin, Toxo y Méndez querían en la interlocución -y mantienen la pretensión- al vicepresidente primero, Alfredo Pérez Rubalcaba. Está por ver que no lo consigan.

Los repuntes de una bolsa deprimida completaban el espejismo de un panorama del que Zapatero, su Gobierno y el PSOE quieren extraer cosecha cuando en el horizonte no se ve cosa distinta a un erial

Mientras, el Gobierno niega que haya desactivado la reforma laboral -ya insuficiente en su versión original- ayer todos los periódicos coincidían en afirmar exactamente lo contrario: “El Gobierno hace un guiño a UGT y CCOO al dificultar el despido barato” (El País); “El Gobierno plantea ahora rebajar la reforma laboral” (La Vanguardia); “Zapatero sacrifica la reforma laboral para ganarse a los sindicatos” (El Economista); “Trabajo endurece el despido barato y concede un respiro a los sindicatos (Cinco Días); “Trabajo da marcha atrás en la reforma laboral” (Expansión); “Primera cesión a los sindicatos: las pérdidas temporales no serán causa de despido barato” (La Razón); ”Despido de 20 días más duro a cambio de jubilación a los 67” (El Mundo) o “El Ejecutivo endurecerá los despidos para pactar las pensiones” (ABC) ¿Se confunden todos los periódicos en la interpretación del borrador del reglamento de la ley de la reforma laboral o, por el contrario, aciertan al describir de qué modo el Gobierno chalanea con los sindicatos y vuelve a poner en riesgo el crédito internacional de España en un momento crucial?

Luz de gas

El quiebro de Zapatero se producía, además, en un contexto de sobreactuación tramposa: España colocaba su deuda “muy bien” pero al interés más alto desde hace dos años y medio; la inflación escalaba una décima hasta el 3% (riesgo de estanflación) y la banca española -Santander y BBVA reconocidamente solventes- debía pagar mucho más en los mercados internacionales por el lastre de la marca España. Los repuntes de una bolsa deprimida completaban el espejismo de un panorama del que Zapatero, su Gobierno y el PSOE quieren extraer cosecha cuando en el horizonte no se ve cosa distinta a un erial. Subterráneamente se está desarrollando el drama de las cajas faltas de capitalización y precisadas de un FROB II que la Unión Europea puede no admitir. Desde León, Aznar decía -entre las descalificaciones de unos y de otros- que España “está de facto intervenida” después de que la operación de imagen de la visita del viceprimer ministro chino haya rendido servicio a un coyuntural y ventajista optimismo.

José Luis Rodríguez Zapatero no tiene remedio y está desquiciando al país -sin certidumbre alguna, sin percepción colectiva de seguridad ni de buen gobierno- y juega a la ruleta rusa con los traídos y llevados mercados. Es un político banal de imposible reconversión. Su política adolescente -que se manifiesta en el prohibicionismo de sus leyes pretendidamente progresistas - se traduce también en una estrategia de simulación y engaño para que  la sociedad española pierda el oremus.

Vivimos como la protagonista de la célebre película Luz de gas, Ingrid Bergman, sometida al acoso de su taimado marido, Charles Boyer, que pretende convertirla en un ser desequilibrado e histérico haciéndole dudar de su identidad, de su comportamiento y, en definitiva, de su autoestima para arrebatarle su fortuna. Le salva un Joseph Cotten espléndido, detective de Scotland Yard que, al tiempo, la devuelve a la realidad restaurando su cordura. El presidente del Gobierno, como Boyer en Luz de gas, está sometiendo a la sociedad española -empresarios, sindicatos, opinión pública, medios- a tales vaivenes, a tales trampantojos políticos y económicos y a semejantes simulaciones y ocultamientos, que el país en su conjunto carece de seguridad en sus propias posibilidades porque Zapatero es incapaz de asumir, sostener y ejecutar un compromiso que conlleve las necesarias dosis de rigor.

Nos está haciendo -sí, lo hace- como en Luz de gas, película que mereció en el New York Times -estamos en 1939- el siguiente comentario del crítico Bosley Crowther: “El estudio se ocupa íntegramente de los evidentes esfuerzos de un marido para volver loca a su mujer. Y si se tiene en cuenta que es el señor Boyer quien se ocupa de hacerlo con su hipnótico e inexpresivo estilo mientras las llamas languidecen en las lámparas de gas y la música suena amenazadora, no es ninguna sorpresa que la señorita Bergman se venga abajo de la manera más penosa”. Como le ocurre a España, que se ha venido abajo. Penosamente.