PETER Y JOSÉ LUIS

Artículo de José Antonio Zarzalejos  en “El Confidencial” del 7-8-11

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

 

José Luis Rodríguez Zapatero

 

Lo que ocurre en España de manera más aguda que en otros países tiene que ver con la indefectible ley de Murphy según la cual si todo puede salir mal, saldrá mal. El actual es un Gobierno especialmente gafado. Pero ¿por qué nada sale a derechas (ni a izquierdas) a Zapatero y sus ministros y, por extensión, al propio PSOE? Pues porque en él y en las personas que con él cogobiernan se cumple con aplicación el conocido “Principio de Peter” (Laurence J. Peter. 1969). Decía el nada humorístico autor estadounidense -su teoría fue tildada en los primeros sesenta de “satírica” y luego asumida como científica- que “en una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia”. De tal manera que quizás Zapatero pudo haber sido un buen abogado laboralista en León y hasta un correcto diputado gregario en el Congreso, pero elegido por su partido para la secretaría general del PSOE y por el electorado español como presidente del Gobierno, nuestro personaje se introdujo en un inevitable nivel de incompetencia. Laurence J. Peter entendería perfectamente lo que ocurre en nuestro país si pudiera examinar la trazabilidad de la trayectoria política del presidente del Gobierno.

Lo que ocurre es que cuando, por el principio de Peter, el jefe llega a su nivel máximo de incompetencia todos los que le merodean también lo hacen. Salvo excepciones, los equipos ministeriales de Zapatero han estado a su propia altura, no tanto en el nivel intelectual cuanto en la comprensión profunda de los requerimientos de la gestión pública. Siento decirlo –confieso mi aprecio hacia él por razones personales—pero es lo que le está ocurriendo a Pérez Rubalcaba: un buen segundo, un gran spin doctor en La Moncloa, un hombre capaz de enhebrar razonamientos lógicos con solidez, pero al que le faltan hechuras para encaramarse en el top político. González, que le tuvo a su vera desde 1982 hasta 1986, ha comentado en privado –con lo cual podría desmentirme, aunque no lo hará—que, desde el aprecio, al personaje, “Alfredo es un buen segundo”.

Pérez Rubalcaba: un buen segundo, un gran spin doctor en La Moncloa, un hombre capaz de enhebrar razonamientos lógicos con solidez, pero al que le faltan hechuras para encaramarse en el top político

Si Murphy y Peter se dan la mano calurosamente en esta España canicular abrasada más por la prima de riesgo de su deuda soberana que por un sol extrañamente benigno en estas fechas, podría alcanzar a entenderse cómo ha sido posible una acumulación de errores de tal proporción que ha arrastrado al país a una de las esquinas más oscuras de su reciente historia. En un pormenorizado punteo de asuntos abordados por este Gobierno el acierto es la excepción y el yerro la regla general. Todo cuando tomaron sano hace siete años y medio, está ahora enfermo o en mal estado. Quebraron la continuidad del espíritu de la Transición con la memoria histórica; aplicaron soluciones extremas a problemas que requerían moderación (feminismo, matrimonio homosexual, divorcio sin causa, aborto libre); reabrieron mal la cuestión territorial española con el Estatuto catalán; alteraron los equilibrios urdidos en nuestra política exterior (Marruecos y Latinoamérica) y, tanto por el populismo gastador previo a la crisis como por el reconocimiento tardío de ésta y su tratamiento ambiguo e insuficiente, han dejado la economía española al borde mismo del precipicio. Todo ello es sabido y hasta los propios socialistas asumen en tono menor que Zapatero ha constituido, por mor del Principio de Peter, un auténtico desastre, al que ellos coadyuvaron y del que son corresponsables.

Bildu y 20-N

Ahora bien, la incompetencia política ha escalado su particular ochomil con la adopción de dos decisiones –una sistémica y otra personal del presidente del Gobierno—que causan tales daños que bien deberían generar una responsabilidad cuasi dolosa. Me refiero a la legalización de las listas electorales de Bildu por el Tribunal Constitucional con la complacencia del Gobierno central y del vasco, del PSOE y del PNV; y me refiero, así mismo, a la ocurrencia de anunciar la convocatoria de las elecciones generales con más de tres meses y medio de anticipación en un escenario financiero que bordea la catástrofe.

Es de suponer que los magistrados del Tribunal Constitucional hayan leído el nada sospechoso de sectarismo antigubernamental diario El País que ha encadenado estos titulares: “La izquierda abertzale contagia su radicalidad a los integrantes de Bildu” (1.8.2011); “Bildu convierte un acto institucional en un alegato a favor de los presos de ETA” (2.8.2011) y “Bildu intensifica sus guiños a ETA en las fiestas de verano de Euskadi” (4.8.11). Voy a evitarles a ustedes el detalle de las declaraciones de ese personaje infame que es Martin Garitano que en sus años de comisariado político en los periódicos Egin y Gara, atrincherado en el seudónimo de Maite Soroa, se dedicaba a poner en la diana a periodistas y analistas, especialmente del País Vasco.

El veterano proetarra ¿sacará los colores a los Zapatero, Rubalcaba, Eguiguren, Sala et alii? ¿Han actuado a favor de Bildu por error o por incompetencia culpable?

Pero mis referencias del diputado general de Guipúzcoa son personales y directas y les aseguro que el tal Garitano es un clon de cualquier proetarra. Su simple presencia en las listas de Bildu, era una prueba de cargo de que la coalición forma parte de la estrategia de ETA. Garitano, además, se sabe la lección. El que no la ha aprendido es el alcalde de San Sebastián al que le han puesto asesores de procedencia directa de ANV y de Herri Batasuna para mantenerle en la ortodoxia.

El veterano proetarra ¿sacará los colores a los Zapatero, Rubalcaba, Eguiguren, Sala et alii? ¿Han actuado a favor de Bildu por error o por incompetencia culpable? ¿Por qué no actúan a posteriori pudiendo hacerlo e iniciar el proceso de ilegalización de aquellos electos que no condenen a ETA –su pasado y su presente—y se nieguen a reclamar su disolución? Sencillamente: el error –a mi juicio, salvable y por lo tanto culpable—es de tal dimensión, es tan lacerante para las víctimas y golpea tanto la conciencia cívica y democrática de los ciudadanos que preferirán mirar para otro lado recurriendo a las mañas de los mediocres: relativizando la gravedad de la emergencia política de ETA a la que el sistema –Gobierno y Tribunal Constitucional, ambos, insisto por incompetencia culpable—había yugulado no sólo policialmente sino también políticamente con la ya destrozada medida de la ilegalización. De la que Bildu –a la vista está—no merecía salir.

La barbaridad política de introducir al país en un periodo de interinidad convocando las elecciones con tres meses y medio de antelación (el 29 de julio para el 20 de Noviembre), más que producto de la incompetencia lo es de la estupidez y de la ignorancia –también culpable—de desconocer los mecanismos que desatan en los mercados y en la propia sociedad decisiones de esa naturaleza. Diferir las consecuencias de una decisión sólo sirve para neutralizar los efectos positivos que puedan conllevar. No es nada extraño que el PP reclame que las elecciones se celebren lo antes posible –octubre—pero la jugada está ya concluida y la torpeza cometida. No la pagarán sus responsables sino la sociedad española y su economía que, aunque afectada por los males de muchas otras, agudiza sus carencias debido a la mala gestión de los responsables de dirigirla.

He aquí, en definitiva, el principio de Peter en su mejor y máxima expresión: Zapatero en su extremo nivel de incompetencia. Por desgracia, la democracia es un método y un sistema de criterios y valores, pero las mayorías no hacen sabio al tonto, ni bueno al malo, ni competente al incompetente. Es decir, no pueden derogar el principio formulado por Laurence J. Peter en su libro de 1969 que en España se lleva cumpliendo puntillosamente desde hace ya unos cuantos años. Y es que José Luis es el mejor ejemplo de que Peter tenía razón.