POR LA ESPERANZA

 

 Artículo de JAVIER ZARZALEJOS en “El Correo” del 31/01/2005

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

El homenaje a Gregorio Ordóñez celebrado en San Sebastián en el décimo aniversario de su asesinato no sólo fue el reconocimiento a quien asumió hasta el final el desafío al miedo. Fue también una ejemplar manifestación cívica, en la antítesis del sectarismo, radical sólo en la defensa de la libertad frente al sometimiento y el terror. Hasta llegó a rozarse lo que en las actuales circunstancias parecería un milagro laico. Horas después de que el ex presidente del Gobierno, José María Aznar, apelara a la «responsabilidad y la unidad» para asegurar la continuidad de la política antiterrorista definida en el Pacto por las Libertades, el secretario de Organización del PSOE, José Blanco, manifestaba públicamente compartir el pronunciamiento de Aznar. Las únicas diferencias eran de contexto. Aznar hablaba en San Sebastián, en el homenaje a Gregorio Ordóñez, mientras Blanco lo hacía desde Magaz de Pisuerga (Palencia) en un encuentro para cuadros de su partido.

Lo que se vio y se escuchó en ese acto en el Kursaal hace aún más desalentador lo ocurrido a propósito de la convocatoria promovida en Madrid por la Asociación de Víctimas del Terrorismo. Pero el malestar no legitima el descrédito oportunista de la iniciativa de la AVT reclamando dignidad, memoria y justicia para las víctimas, ni el olvido de los miles de ciudadanos que la secundaron con un genuino espíritu de solidaridad hacia todos aquellos que, además de sufrir, han aportado a la sociedad española valores, referencias e impulso moral para enfrentarse al terrorismo. El hecho cierto es que el mensaje que las víctimas querían transmitir ha quedado silenciado por el estruendo de una tempestad que no han sembrado.

Nunca se ha destacado suficientemente la actitud de miles de víctimas que no han cedido a impulso alguno de venganza privada. Tal vez sea momento de recordar, ante injustas acusaciones de manipulación partidista, que si algo ha caracterizado a las víctimas ha sido su insistencia en la necesidad de que el PSOE y el PP establecieran un acuerdo a prueba de coyunturas para afrontar juntos la lucha contra el terrorismo. De la misma manera que no puede olvidarse que las víctimas han sido precursoras de reivindicaciones que en su momento parecían radicales, inviables o inoportunas y que luego han demostrado ser instrumentos decisivos en la lucha contra el terrorismo y en la revalorización de la democracia, como lo demuestra la ilegalización de Batasuna o el cumplimiento efectivo de las penas impuestas a los asesinos. Con su actitud y sus reivindicaciones, las víctimas han demostrado tener mucha más confianza en la Constitución y en el Estado de Derecho que muchos representantes políticos. Y eso es más que suficiente para pedir y reconocer el derecho que reclaman a ser oídas.

Las víctimas temen volver a la invisibilidad, a un mutis forzado para dejar paso a un nuevo escenario, sea cual sea el significado de esta expresión. Pero su voz ni es inculpatoria - y el Gobierno no debería recibirla con aprensión- ni debería resultar molesta, salvo para los que vean en las víctimas a testigos incómodos para sus estrategias.

Las víctimas tienen derecho al beneficio de la duda en una medida infinitamente mayor que sus verdugos y sus cómplices a los que con tanta facilidad se les concede en nombre de la esperanza. No les he visto reclamar admiración como héroes, sino esperar la solidaridad como ciudadanos. Lo contrario a la descalificación sumaria de sus actos e intenciones en la que tantos se han precipitado.

Si las víctimas del terrorismo reclaman memoria es porque tal vez prefieran que sea su testimonio y no el próximo coche-bomba de ETA el que administre la dosis de recuerdo necesaria para no olvidar que esto no ha acabado. Cuando las víctimas hablan de dignidad, a lo mejor es que consideran que este derecho moral inalienable casa mal con la reaparición en escena del brazo político de ETA como interlocutor político decisivo, después de disuelto por su consideración judicial de organización terrorista. Puede que piensen que el efectivo reconocimiento de su dignidad -y la de todos- no encaja con el despliegue de toda la escenografía insultante de Batasuna en Anoeta, ni con la inquietante doctrina del fiscal general para justificar su inacción, ni con el allanamiento del Estado ante una decisión judicial que da por bueno el incumplimiento de una sentencia del Tribunal Supremo y permite a Batasuna mantener su grupo parlamentario y, por tanto, cobrar con efecto retroactivo todas las subvenciones pendientes en cuanto se haga efectiva la derogación de la reforma penal promovida por el Gobierno anterior. Y por qué no pensar que, al reclamar justicia, las víctimas pueden albergar la legítima inquietud de que en ese nuevo escenario de expectativas difusas, sean ellas las que tengan que pagar el decorado en forma de silencio o del perdón forzado que nunca han pedido sus asesinos.

Se podrá responder que tales inquietudes son excesivas y los temores injustificados, resultado de conclusiones que no se corresponden con la realidad. Puede que así sea. Pero el problema es que ETA no vive de realidades sino de expectativas. Si ETA tuviera que vivir de la realidad ya habría desaparecido. Eso es lo que ocurre cuando la cárcel devuelve a la realidad a los terroristas que como 'Pakito', y otros antes que él, advierten a sus compañeros de lo que hay al otro lado de la locura criminal. Y en ese mercado de futuros en el que ETA actúa ,y en el que intentan aguantar su entorno de apoyo y los presos de la banda, lo que le importa es saber si el Estado de Derecho va a cotizar al alza o a la baja, si la unidad democrática seguirá siendo un valor seguro, y si hay mercado para ofertas de rebajas.

Hoy ETA y Batasuna vuelven a tener expectativas y espacio para desarrollar sus estrategias y reagrupar a sus apoyos. Lo de menos es que tales expectativas sean muy reales o nada reales. Basta con que las puedan manejar con algún fundamento. Basta con que Otegi vuelva a ser el centro de atención en esta sagaz estrategia de la dirección de los socialistas vascos para -dicen- descolocar a Ibarretxe que, según declaraba un destacado dirigente del PSE a la Agencia Efe, en «un escenario de pacificación» , puede conducir a que «el PSE lidere coaliciones de gobierno más transversales, sin el PNV ni el PP». Como el País Vasco es plural pero no da para tanto, la adivinanza es bastante sencilla, si es que realmente es una adivinanza o se trata más bien de la versión vasca del chiste del escorpión que le pide ayuda al elefante para atravesar el río.

Algo debe merecer alguna reflexión cuando, llegados a este punto en la lucha contra ETA, hay muchos -no sólo las víctimas- que se ponen en guardia cuando oyen hablar de paz y esperanza. ¿Qué hay de malo en ello? En sí mismo nada, pero aplicados a lo que nos ocupa resultan términos cargados de significados peligrosamente equívocos. Porque la patología provocada por el terror no es un problema de paz -gracias en buena medida a que las víctimas no han buscado tomarse la justicia por su mano- sino de libertad. Y porque si se nos convoca a «trabajar por la esperanza», nadie, y menos aún el presidente del Gobierno, debería olvidar que nunca hemos estado más esperanzados que ahora; que ninguna esperanza ha sido más sólida en la lucha contra el terror que la que han creado la aplicación de la ley, la fortaleza de la Constitución y el Estado democrático y el reconocimiento de la víctimas.