EL GOBIERNO NO CAZA RATONES

 

 Artículo de José Antonio Zarzalejos,  en “ABC” del 27.08.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. 

 

... El actual es un Gobierno que no está preparado para la gestión pública, sino para la ideológica; es idóneo para la subversión de lo anterior, pero no lo es para la construcción de soluciones...

 

EL radicalismo izquierdista de Rodríguez Zapatero -que es una opción etérea en cuanto a sus fundamentos ideológicos- podría ser objeto de discusión teórica, pero puesto en contraste con la realidad de las cosas está demostrando una ineficacia gestora alarmante e indiscutible. Los problemas se acumulan ante la mirada -a veces perpleja- del Gobierno socialista y a ellos se enfrentan los ministros y el mismo presidente con un arsenal de bonitas palabras y una notable escasez de soluciones. La inmigración ilegal, consagrada ya como un fenómeno que se le ha ido de las manos al Ejecutivo, es el asunto más perentorio, pero no el único, ni, necesariamente, el más difícil. A la entrada masiva de inmigrantes -sea de forma tan notoria como en Canarias o de modo más silente a través de los aeropuertos de Madrid y Barcelona- se añade la pérdida de las riendas en el denominado «proceso de paz» con la banda terrorista ETA y una pertinaz sequía que alcanza al Gabinete de Rodríguez Zapatero sin trasvase del Ebro y sin más alternativas que unas desaladoras en trance aún de ejecución. Luego, asoma ya el cortejo insolidario propio de la desvencijada política territorial que provoca patologías tan graves como las que se han vivido en Galicia a propósito de los incendios; el primer recurso de inconstitucionalidad que la Generalidad de Cataluña interpone contra el Gobierno al amparo del nuevo Estatuto de autonomía y el gravísimo coste que está pagando España por la inconsistente política exterior gubernamental que colisiona, incluso, con la Unión Europea en aspectos regulatorios sectoriales como el energético.

La gran cuestión, sin embargo, no consiste tanto en constatar la incapacidad gubernamental para ofrecer soluciones a los problemas más o menos habituales de la sociedad española, sino en determinar si esa ineptitud del Gobierno en su conjunto se deriva de sus insuficientes cualidades técnicas o de su perfil ideológico. La persistencia en una verborrea progresista, que preconiza la «extensión de los derechos», que insiste en argumentaciones «buenistas», que se desenvuelve en entelequias y que plantea disensiones sociales para focalizar las discusiones fuera del perímetro de los auténticos conflictos, comienza ya a dar la sensación de ser una coartada. O en otras palabras, empieza a cundir la opinión de que estamos ante un equipo gubernamental desbordado y sin ideas, que trata de alcanzar la costa de un fin de legislatura -adelantado, por supuesto-, procurando no hacer nada para que sean la quietud, la ausencia de decisión, las que, de manera taumatúrgica, solucionen los problemas. Más vale abstenerse que actuar porque hacerlo supone, indefectiblemente, confundirse.

Ahí está el Estatuto catalán con una legitimación democrática innecesariamente menor que el ya derogado de Sau; ahí está ETA y su entorno, con su discurso rehecho y exhibición de potencia terrorista -la del chantaje y la callejera-; ahí está el efecto de una regularización de inmigrantes diseñada y ejecutada al margen de la Unión Europea de la que ahora dependen los paliativos a una avalancha humana que tiene enormes adherencias negativas para la convivencia general; ahí está la abrogación fulminante del trasvase del Ebro que hubiese dado perspectivas distintas a la agricultura, a la expansión urbanística y despejado incógnitas en algunas zonas urbanas españolas sobre el ahora cuestionado consumo doméstico.

El actual es un Gobierno que no está preparado para la gestión pública, sino para la ideológica; es idóneo para la subversión de lo anterior, pero no lo es para la construcción de soluciones alternativas a los retos del presente y del futuro inmediato. Se trata de un Ejecutivo transido de un izquierdismo antiquísimo que ha supuesto que su condición progresista -tantas veces proclamada- le libera de sus responsabilidades como tal Gobierno. Cree que constituirse en el Ejecutivo de un «Estado residual» -tal y como afirmó Maragall que lo era el español-, lejos de ser un demérito -que lo es en lo que tiene de abdicación injustificada e injustificable en el ejercicio de la eficacia y la solidaridad- es más bien una credencial de coherencia. Pero, de verdad, ¿ante qué fenómeno estamos? ¿De naturaleza ideológica, es decir, frente al designio ineludible de unas creencias ideológicas no idóneas para una labor de gobierno y que conducirían a la ineficacia o, simplemente, ante una demostración casi impúdica de impericia e incompetencia que nada tendrían que ver con el color político del Ejecutivo? No me atrevería a responder con rotundidad y, seguramente, la contestación deba introducir variables de una y otra hipótesis.

Felipe González -cocinero antes que fraile-, en un recordado viaje a la República Popular de China, impresionado por aquel capitalismo comunista que se practica con éxito allí, sostuvo que poco importaba el color del gato -blanco o negro, derechas o izquierdas- siendo lo esencial que «cazase ratones». El ex presidente transitaba argumentalmente por donde deben hacerlo los gobernantes con sentido común: propugnando la aplicación de soluciones realistas, justas y razonables a los problemas que acucian a los ciudadanos. Es verdad que las fórmulas de resolución de éstos -no siempre hay soluciones únicas e indefectibles- dependen también de criterios ideológicos. Un Gobierno conservador no habría tomado determinadas decisiones normativas que el nuestro ha impulsado con entusiasmo. Ese margen -el ideológico en el ejercicio del gobierno- es amplio y resulta del todo legítimo. Pero el día a día de una sociedad no se juega en las grandes cuestiones de índole ideológica o ética, sino en otras de naturaleza neutra.

La eficacia no es un concepto que la izquierda radical de Zapatero deba despreciar porque al hacerlo está procurando que se produzca en la Administración Pública una grave descapitalización humana en beneficio del sectarismo partidario benéfico para los incompetentes; no debe disminuir el mérito de planes y criterios de los que le precedieron en el Gobierno porque la experiencia suele ser madre de muchas ciencias; no debe renunciar al ejercicio del poder coactivo que le corresponde al Estado porque si lo hace se desarma de una de sus facultades más esenciales y, en fin, no debe emplearse sólo en los debates ideológicos y en las lucubraciones progresistas descuidando lo cotidiano. Debe, en definitiva, cazar ratones porque el Gobierno está puesto por los ciudadanos y dotado por la ley para que, al igual que los gatos, desarrolle su instinto. Al Gobierno su instinto le llama a buscar soluciones y transformar la realidad para, así, proveer al bien común y continuar en el poder; y al gato se le mantiene en la casa o en el patio para que cace ratones. En esta tarea, en la que cada cual cumple con lo que se espera, el tinte -ideológico del Gobierno o del metafórico gato- es sólo un dato, de relevancia desigual, pero no definitiva. Los Gobiernos que no gobiernan y crean más problemas que soluciones y los gatos que no ahuyentan a los ratones -cazando a los que se pongan en suerte- no sirven, sean de la tonalidad que sean.

Director de ABC