QUÉ DERECHA

 

 Artículo de José Antonio Zarzalejos en “ABC” del 08.10.06

 

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

... Es dramático que esta coyuntura haya permitido al presidente Rodríguez Zapatero articular el discurso de la «derecha extrema» e, incluso, de la «extrema derecha» y que semejante argumentación, por mitinera que sea, pueda ser atribuida a un sector de un partido que hizo bandera -y bandera eficaz- del centro reformista...

 

ERA el nueve de enero de 2000 cuando se publicó en ABC una entrevista con José María Aznar que ofreció un magnífico titular para la portada de aquel día. «El centro reformista está consolidado y ha colgado los complejos en el perchero de la historia», esas eran las palabras de un presidente del Gobierno y del PP expresadas a modo de culminación de una larga tarea previa de reposicionamiento de la derecha democrática española. La creación de ese concepto -centro reformista- es de cuño popular, específicamente de José María Aznar, con alguna evocación de las tesis fundacionales de Manuel Fraga y resultó de una enorme utilidad: unió a la muy plural derecha española en un empeño conjunto que gozó de autonomía, cohesión y propuestas políticas alternativas de gran impacto en la mayorías electorales españolas. El actual Gobierno del PSOE pretende -por decirlo rápido y en corto- que el Partido Popular como expresión de la derecha democrática española olvide el reformismo que le mantuvo brillantemente ocho años en el poder, se divida, pierda autonomía y sus propuestas alternativas carezcan de centralidad y, por lo tanto, de respaldo electoral mayoritario. Este propósito gubernamental es compartido activa y conscientemente por los socios del Ejecutivo -los nacionalistas- y, esto es lo peor, secundado por una serie de discursos, actitudes y análisis en un supuesto entorno del PP que le tratan de apartar del territorio en el que se obtiene la victoria electoral: el territorio de la centralidad.

La derecha democrática española no volverá a ganar las elecciones si no se instala en propuestas que conecten con grandes mayorías -en eso consiste la centralidad- a las que tiene que dirigirse en una interlocución muy abierta. Los principios propios de los liberales, conservadores y democristianos -tres familias características en la derecha- enlazan con la defensa de la cohesión territorial, la unidad de mercado, la ciudadanía con un contenido de derechos y obligaciones similar en toda la nación, una vertebración cultural que establezca una identidad colectiva y una fuerte presencia exterior en defensa de nuestros intereses. Junto a estos vectores esenciales, que son centrales en cualquier sociedad bien articulada, ha de darse la batalla del modelo social de valores -familia, educación, criterios éticos, laicismo, aconfesionalidad- tratando de proteger un código cívico de principios ampliamente compartido. La unidad de la derecha se traba sólo en la elaboración de estos elementos de centralidad que imantan voluntades y que, a diferencia de lo que ocurre en la izquierda, se suelen resistir a actuar de forma coordinada porque de siempre la derecha fue más libre en la fragua de sus ideas y menos propensa a la disciplina que las huestes de la izquierda.

Hoy por hoy, la proclamación de una derecha que asuma argumentos de centralidad política -es decir, que reformule el centro reformista de José María Aznar- es presentado por algunos como un síntoma de debilidad ante una izquierda radicalizada -la española- y políticas de exclusión gubernamentales -las de Rodríguez Zapatero- a las que habría que contestar, según estos teóricos del radicalismo de distinto signo, con decisiones de la misma naturaleza. Sin embargo, es urgente que la derecha democrática española rompa el infernal mecanismo de reacción que quiere imponerle el Gobierno, porque la estrategia de la tensión, de la crispación, del enfrentamiento es un terreno social y político embarrado en el que siempre gana el que ostenta el poder.

La globalización económica es también ideológica. Las fórmulas que han funcionado en Suecia con Fredrik Reinfeldt, las que están en puertas de triunfar en Francia con Nicolás Sarkozy y las que pondrán fin a muchos años de laborismo en Gran Bretaña con el liderazgo conservador de David Cameron, transitan por muy similares caminos: en los tres casos se parte de un buen diagnóstico de las aspiraciones más generales de la sociedad y se implementan a continuación propuestas susceptibles de ser compartidas por mayorías. En España una conjura de necios y de farsantes que dicen ser adalides de no se sabe qué oposición al Ejecutivo de Rodríguez Zapatero están impidiendo que el Partido Popular se sitúe en la perspectiva de sus pares suecos, franceses o británicos porque, en una operación de secuestro de la voluntad y de la autonomía del partido mediante procedimientos en muchos casos infames, tratan de devolver a ese enorme sector que los populares representan a una instancia ya superada: el escepticismo sobre el propio sistema democrático y la inoculación de una duda letal, esa que surge mediante la reiteración aviesa de que el Estado actual carece de fiabilidad, es decir, de capacidad para la regeneración de sus propios errores y la corrección de sus disfunciones. Esta es la cuestión que late en el fondo del debate mediático y político del 11-M que está impactando con violencia sobre la derecha y provocando auténticos estragos en la determinación de muchos ciudadanos de adscripción conservadora y liberal -o de baja ideologización- en la defensa irreversible del Estado constitucional.

Para una derecha -la del Partido Popular- que tendría posibilidades de ganar las elecciones generales de 2008 y de obtener, sin duda alguna, resultados excelentes en las autonómicas y municipales de 2007, el debate sobre el 11-M, arrabalero a veces en algunos de sus más grotescos protagonistas, le está lastrando su espontaneidad en el ejercicio de la oposición y le está condenando a desaprovechar los verdaderos agujeros negros de la gestión socialista que son muchos y graves. La derecha democrática de hoy y de aquí no puede someter al Estado a la duda mediante el cuestionamiento sistemático -desde luego inducido y tributario de intereses que no son los suyos-de la policía o de los jueces, ni siquiera del propio Gobierno en cuanto a su voluntad de esclarecer la peor matanza terrorista de la historia de España. Es dramático que esta coyuntura haya permitido al presidente Rodríguez Zapatero articular el discurso de la derecha extrema e, incluso, de la extrema derecha y que semejante argumentación, por mitinera que sea, pueda ser atribuida a un sector de un partido como el Popular que hizo bandera -y bandera eficaz- del centro reformista, que redimió a la derecha de una larga noche de complejos, que normalizó -después de cuarenta años de franquismo- el discurso nacional más coherente y sólido que ha tenido España desde 1978 y que puso en práctica una política exterior que granjeó a España un protagonismo sin precedentes. Aunque a algunos -muchos- les pueda resultar contradictorio, el Partido Popular tiene a la mano recuperar el discurso del primer cuatrienio de gobierno de José María Aznar, aquel 1996-2000 durante el cual la derecha -el reiterado Aznar dixit también en ABC el 2 de abril de 2000-pudo proclamar que «han muerto las políticas viejas y las concepciones ideológicas cerradas». Cuando el entonces presidente del PP hizo aquella afirmación pocos podían suponer que regresarían políticas viejas -las de los trileros del entorno político- y las concepciones ideológicas cerradas -las de los doctrinarios inquisitoriales. Releer al Aznar del año 2000 no sería ahora un ejercicio inútil de nostalgia, sino otro muy distinto de seria y útil meditación sobre qué derecha se merece y necesita España.

Director de ABC