INFLEXIÓN EN EL PP

 

 Artículo de José Antonio Zarzalejos en “ABC” del 05.11.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. 

 

Los resultados del Partido Popular de Cataluña -mejores de los previstos- constituyen un punto de inflexión para todo el sistema político nacional porque demuestran que, pese a asechanzas diversas, el carácter moderado y reformista de los populares goza de una buena salud electoral. Los propósitos, internos y externos, de doblar el pulso al moderantismo reformista de Mariano Rajoy -espléndidamente representado por Josep Piqué en Cataluña y por Arenas en Andalucía- han perdido el envite. No es el primer fiasco que se llevan aquellos que, con un descaro que se incrementa al mismo ritmo que el fracaso de sus sucesivas apuestas mediáticas y políticas, intentaron en su momento que el PP diese la espalda al Tratado Constitucional de la Unión Europea o que, más recientemente, se negase en rotundo -y sin motivo- a acordar los términos de un nuevo Estatuto de autonomía para Andalucía.

El hecho de que Piqué haya logrado consolidar el voto popular en Cataluña -es la tercera fuerza política en la capital, Barcelona- en unas condiciones de acoso, hostilidad y aislamiento infamantes para la democracia en aquella comunidad, desemboza a aquellos que esperaban con la cimitarra radiofónica y la rotativa a modo de guillotina al político catalán para laminarlo como aperitivo para hacer lo propio, después, con Mariano Rajoy. El cálculo les ha fallado como viene haciéndolo desde que pusieron en circulación las teorías conspirativas del 11-M -hoy relegadas a los espacios de humor de las cadenas de televisión- con la particularidad de que -ya era hora- en la sede del PP en Génova comienzan a percibir con nitidez que lo que era una supuesta afinidad ideológica y estratégica en realidad buscaba la esclavización de la organización.

La salida parlamentaria -esta vez significada- del presidente del PP en el Congreso respaldando personalmente la gestión de otro moderado popular -Javier Arenas- en la negociación y acuerdo del Estatuto andaluz es una manera -y no precisamente a la gallega- de reivindicar la autonomía de criterio de la dirección popular que, como es natural, admite tantas cuantas críticas susciten a unos o a otros, pero que no deben alcanzar la aspiración dominadora e impositiva que sobre el PP se ha venido cerniendo en los últimos dos años. Este afán mesiánico de una sedicente derecha mediática -y qué derecha- coincide objetivamente con los propósitos del Gobierno de Rodríguez Zapatero que sigue sin explicarse cómo es posible que el Partido Popular mantenga tal grado de cohesión interna y retenga a su electorado con semejante imantación ideológica y táctica. Los intentos de aislar a los populares y provocarles una crisis interna es un propósito gubernamental malamente disimulado que ha contado hasta el momento con la inestimable ayuda de los oráculos que advertían al PP de la conveniencia de romper las reglas del juego y emprender un viaje de regreso al pasado. Si los populares hubiesen iniciado ese trayecto de vuelta, Rodríguez Zapatero habría contrastado con los hechos su teoría de la implantación de la «derecha extrema» en el PP.

El pasado miércoles se produjo, sin embargo, ese acontecimiento que el Partido Popular necesitaba para su autoestima porque pudo comprobar que, pese a las admoniciones -¿amenazas?-, un político como Piqué, secundado por Rajoy, Acebes, Aguirre, Camps, Núñez Feijoo, Ruiz-Gallardón, Arenas y demás dirigentes de la organización, era capaz de consolidar en Cataluña un nivel electoral superior al de 1999 -entonces el PP logró doce escaños- época en la que los populares gobernaban en Madrid. Son ya varias las ocasiones en las que la pinza del Gobierno socialista por una parte y el radicalismo derechista mediático por otra, no logra imponerse en el PP, de lo cual debe felicitarse la derecha democrática española cuya expresión electoral es el partido que preside Rajoy y no, desde luego, alternativas de coyuntura que, si con lógica emergencia en Cataluña, resultarían, de articularse en algunas ciudades como se pretende, auténticos caballos de Troya para los populares. Ciudadanos por Cataluña se ha nutrido de voto socialista y en mucha menor medida del popular. Pero ese experimento fuera de un contexto político hegemonizado por el nacionalismo catalán, que es el que le ofrece sentido porque se configura como una izquierda laica y españolista, no haría otra cosa que disturbar las posibilidades del Partido Popular. El respeto que merece el arrojo de intelectuales y artistas en la génesis de Ciudadanos por Cataluña no merma la distancia ideológica que separa a éstos de los postulados de la derecha democrática española representada por la organización de Mariano Rajoy.

El fracaso del PSC y del PSOE en Cataluña -y el enorme fiasco previo del tripartito y del Estatuto- tiene ya una dimensión histórica en la trayectoria de Rodríguez Zapatero que, con una rara habilidad para la torpe improvisación, como lo demuestra por enésima vez el comunicado de ayer de los terroristas, ha introducido el llamado «proceso de paz» con la banda terrorista ETA en un vericueto laberíntico que lo hace incomprensible hasta para aquellos que desearían entenderlo. La consecuencia de las políticas de desnacionalización y de debilitamiento del Estado -tan incompatibles con una visión jacobina e igualitarista tan propia del socialismo- han hecho que el electorado del PSOE -y del PSC- esté ofreciendo síntomas de desistimiento, de desilusión y, por lo tanto, de militancia en el escepticismo que comporta la abstención electoral. Sin movilización social, los socialistas no avanzarán un paso en las próximas autonómicas y municipales, ni lograrán ganar en las legislativas. La política territorial del presidente conlleva una pésima percepción de valores tales como la solidaridad, la igualdad de los ciudadanos, la vigencia universal de las leyes y, en general, de aquellos que definen la oferta de la izquierda sobre las de otras opciones ideológicas. De tal manera que allí donde no hay nacionalismo identitario, el PSOE comienza a dejar de representar una fuerza de equilibrio, vertebradora y redistribuidora por su complacencia con los particularismos periféricos independentistas. Y, a la inversa, la percepción del PP como fuerza política nacional, se perfila con más intensidad y nitidez como se demuestra en la letra y el espíritu del nuevo Estatuto andaluz en el que la unidad de España queda perfectamente reivindicada.

La derecha democrática no puede ser seducida ni por el aventurerismo de este socialismo sin raíces ideológicas de Rodríguez Zapatero ni por el integrismo de una derecha mediática en la que ha prendido un amarillismo bronquista que hasta de la Corona y del Rey hace diana para sus más burdas invectivas, de las que no se libran tampoco personas e instituciones que no comulgan con el dogmatismo a granel que se suministra con prodigalidad. El PP tiene su camino que es el que marcan sus dirigentes, cuyo origen está en una experiencia histórica magnífica -el centro reformista y nacional-, con un sello de identidad que es la moderación firme en los principios y el pragmatismo, resumidos ambos criterios en una fórmula de sincretismo político que le permitió gobernar ocho años. El regreso al poder es posible si, como Ulises, sus dirigentes se atan al palo de la vela y no atienden los cantos de sirena. Ni de unas -las socialistas-, ni de las otras, las radiofónicas. Que, en el fondo, tienen la misma letra con distinta música.

Director de ABC