TAL VEZ UN NUEVO PARTIDO

 

 Artículo de José Antonio Zarzalejos, Director de ABC, en “ABC” del 27.05.07

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. 

 

EL 25 de marzo de 1931, José Ortega y Gasset escribía este texto -muy breve- en el diario El Sol, bajo el título «Adiós a los lectores de El Sol»: «Desde la fundación de este periódico, en 1917, escribo en él y en España sólo en él he escrito. Sus páginas han soportado casi entera mi obra. Ahora es preciso peregrinar en busca de otro hogar intelectual. Ya se encontrará. ¡Adiós, lectores míos!». Pocos días después, el 11 de abril de ese mismo año, el propio Ortega, Ramón Pérez de Ayala y Gregorio Marañón suscribían un manifiesto dirigido a los electores de Madrid con el que se lanzaban a la arena política porque -así lo explicaban-«durante ocho años, unos grupos audaces que se habían apoderado fraudulentamente del Estado español, de su Ejército, de su policía, de las grandes máquinas públicas que entre todos los españoles pagamos y son sagrada propiedad nacional, os han mantenido en envilecedora esclavitud política. La torpeza e incompetencia que traían embozada en su audacia han logrado que, al cabo de esos ocho años, tan decisivos para el desarrollo de nuestra vida colectiva, España haya retrocedido en todos los órdenes, y sea hoy más pobre, más destemplada y menos inteligente que en 1923. Todo eso se ha hecho y se sigue haciendo para aniquilar el movimiento de gran resurrección histórica que desde comienzos de siglo inicia el pueblo español». Pues bien: con esa denuncia y con esa apelación, aquellos tres señeros pensadores daban el salto a la política activa desde una comprometida militancia intelectual. Había nacido ya, el 14 de febrero anterior, la Agrupación al Servicio de la República. Creyeron entonces -y visto ahora no es seguro que estuvieran en lo cierto- que su compromiso nacional les reclamaba en la acción política y no sólo en la meramente intelectual.

Siempre que en España se han producido circunstancias convulsas, los intelectuales -de mayor o menor entidad- han jugado un determinado papel. Lo hicieron durante los compases previos e iniciales de la II República; en momentos críticos para el régimen franquista; y hubo intelectuales lúcidos también durante la Transición democrática. Muchos de ellos añadieron al compromiso intelectual el ideológico-partidista, pero, y no por casualidad, su estancia en las instituciones, en la gestión pública o en las Cámaras legislativas pronto les generó insuperables contradicciones. Tal les ocurrió a Ortega y sus compañeros. También a ese gran español -una de las mentes más lúcidas de nuestro siglo pasado- Salvador de Madariaga, que distinguió a ABC con artículos memorables glosados por Guillermo Luca de Tena -presidente de honor de este periódico- en el volumen titulado «Madariaga. El sentido de la diversidad» y que hoy conservan toda la lozanía propia de esos hombres que, alzados en referencia colectiva, iluminan sobre las grandes cuestiones de nuestro tiempo. Madariaga lo hizo con textos muy diversos referidos a la lengua castellana, a la pintura, la literatura y la música, a grandes personajes como Marx, Lenin y Solyenitsin, a Europa y los europeos, y, especialmente, a su gran pasión: a España, sin olvidar la guerra, la violencia, la muerte, la libertad y el amor. Su último artículo en nuestro periódico, el 7 de enero de 1979, se titulaba «La crisis del Times» en el que Madariaga diseccionaba el mal momento por el que entonces atravesaba el periódico británico al que auguraba una pronta recuperación que, efectivamente, se produjo.

Los intelectuales que han sentido el impulso de la divulgación a través de los periódicos suelen percibir también una urgencia adicional de llevar al campo político sus proposiciones acerca de los problemas de su tiempo histórico. Es reciente la iniciativa de profesores, ensayistas y periodistas de gran altura -De Carreras, Pericay, Espada- que en Cataluña han apadrinado el nacimiento de una nueva fuerza política -Ciutadans-; y acaba de producirse la noticia de que una buena parte de los impulsores de la plataforma cívica Basta Ya -Fernando Savater y Carlos Martínez Gorriarán singularmente- se proponen indagar acerca de las posibilidades que le asistirían a una nueva formación política que preconizase la mayor firmeza en la lucha contra ETA, la federalización del Estado para asegurar la igualdad de la ciudadanía, la regeneración democrática y la superación del condicionamiento de los partidos nacionalistas en la política española. Esta nueva formación se situaría en el centro-izquierda y, con origen en el País Vasco, pretendería una proyección nacional que trataría, además, de contestar al socialismo de Rodríguez Zapatero.

Conozco, admiro y, en muchos casos, me honro con la amistad de varios de los impulsores de esta iniciativa. Algunos -especialmente, Carlos Martínez Gorriarán- son ilustres colaboradores de ABC y pertenecen, sin perjuicio de sus diferencias y distancias de criterios, a una generación de universitarios vascos que, como Jon Juaristi, Edurne Uriarte, Mikel Azurmendi, Juan Pablo Fusi, Mikel Iriondo y otros -todos ellos también colaboradores habituales de este periódico-, han plantado cara al nacionalismo etarra y al que se resguarda tras él y, han propugnado en condiciones de extrema adversidad personal y profesional medidas y políticas de responsabilidad, exigencia y ética democrática para combatir no sólo el terrorismo, sino la ideología nacionalista que está en el sustrato de la violencia de ETA.

Todos en general y algunos en particular -abanderados por el carismático Fernando Savater- representan un activo moral para la democracia española que, por desgracia, ha sido ignorado por la izquierda y mal optimizado por la derecha democrática. Pero sin estos intelectuales, la mayoría de ellos con sus afectos en la izquierda, no podría ni entenderse ni explicarse la extraordinaria movilización social en el País Vasco y en España que durante años -desde el Espíritu de Ermua en 1997 hasta la ilegalización de Batasuna y la persecución de ETA a partir del año 2000- consiguió una rebelión ética y política contra el escarnio que la democracia sufría en el País Vasco.

Con el respeto más absoluto, sin embargo, y en atención a la historia de España que tanto nos enseña, expreso la duda de si la migración de estos intelectuales a militantes de un nuevo partido sería útil o no a la causa de la democracia constitucional española. El modelo que ha puesto en práctica Sarkozy -nutrirse de las ideas de intelectuales de procedencia diversa pero homogéneos en su convicción sobre la necesidad de una gran regeneración de valores y principios nacionales y sociales- ha sido exitoso. Gallo, Baverez, Marseille o Glucksmann, entre otros, no han entrado en la arena política, pero sí en el compromiso por una opción electoral -la de UMP dirigida por Sarkozy-, ejerciendo así un papel referente y orientador para la opinión pública. De tal manera que se han librado de las contradicciones que conlleva la política activa para mantener íntegra su independencia de criterio reforzando su credibilidad social.

Esta es la reflexión que cabe proponer ante la iniciativa de Savater y Martínez Gorriarán, es decir, de qué forma se sirve mejor a los loables objetivos que se plantean, si es más adecuado introducirse en la actividad política o ejercer el enorme poder de influencia desde elborde de la política a través de los medios de comunicación. No me permitiré consejos, pero una mirada perspicaz sobre la historia española del siglo pasado puede ayudar a tomar la más correcta decisión. Es verdad que no dependerá sólo de ellos, sino también de la capacidad de absorción que los partidos políticos -en este caso, del Partido Popular- tengan para incorporar y practicar -como Sarkozy ha hecho en Francia- el discurso de pensamiento robusto, de actitud firme y de determinación democrática de estos intelectuales que, en cualquiera de los casos y sea cual fuere la decisión que adopten, merecen la admiración y el respeto de todos aquellos ciudadanos cansados y hartos de una política convencional y huera que nos zarandea de crisis en crisis en un panorama público desalentador.