EL CAUDILLO SONRIENTE

 

 

 Artículo de José Antonio Zarzalejos,  Director de ABC, en “ABC” del 21.10.07

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Cuando un líder político se ofrece individualmente como el único activo político de una opción ideológica y partidista incurre en un ejercicio de caudillismo. Lo ha hecho José Luís Rodríguez Zapatero al protagonizar un vídeo -estamos ya en la «guerra de los vídeos»- en el que el presidente del Gobierno, jugando con la letra inicial de su apellido, replica a su contendiente -Mariano Rajoy- con una edulcorada sonrisa, un humor impostado y un desenfado indumentario y gestual que resulta frívolo cuando la dimensión de los problemas y tensiones que nos aquejan parecería requerir de mayor seriedad y solvencia.

Probablemente, José Blanco, secretario de Organización del PSOE y urdidor de esta cinta, hombre de una resistencia política encomiable, -¡ojalá Rajoy tuviera alguien tan dispuesto a romperse la cara por él como Blanco por Zapatero!-, administra lo que tiene y, para su desconsuelo, no posee más de que lo que el vídeo muestra. Tras la sonrisa del presidente nada hay: no hay bandera, no hay puño, no hay rosa, no hay libros. Sólo una sonrisa. Se trata de la reducción del socialismo del PSOE a una mueca, del vaciamiento ideológico de la primera organización política nacional, de la banalización radical de la acción política y, en definitiva, de una forma sutil y patológica de nuevo culto a la personalidad del líder.

Creo que el vídeo de Rodríguez Zapatero -con esa orgiástica utilización de la letra Z- es un error mediático que resulta, sin embargo, extraordinariamente aleccionador, porque desnuda la indigencia intelectual del presidente y, al mismo tiempo, denota la crisis de contenidos ideológicos de su partido. El jefe del Ejecutivo es el resultado -como dirigente político- de una constelación de casualidades históricas irrepetibles que su levedad formativa no ha sabido aprovechar. José Luís Rodríguez Zapatero resuelve los problemas -cree que lo hace- negando su existencia o su entidad. Así, los ataques al Rey y la Monarquía no son otra cosa que exageraciones de los medios; los brutales tirones separatistas de los nacionalismos del País Vasco y Cataluña, un episodio más -y no necesariamente más grave- de la sempiterna cuestión territorial española; el vapuleo a los símbolos nacionales tampoco deja de ser un asunto menor sobre el que es poco menos que desleal insistir; por supuesto, la crisis hipotecaria no existe, y la llamada memoria histórica no busca otro propósito que «la paz de espíritu» de los injustamente tratados en el pasado. Nada de lo que ocurre en España es particularmente grave o preocupante para el presidente del Gobierno, como bien dejó manifestado en el Foro de ABC el pasado lunes, apenas turbulencias temporales que remitirán sin mayores ni peores consecuencias. Y en todo caso: aplíquense a esos supuestos la sonrisa como solución. Es decir: la terapia universal se contiene en ese vídeo que sustituye la ideología por la mueca, los símbolos de poder por la escenografía inane y el rigor de la política presidencial por un telegénico rostro político que, alegre y confiando en su nadería, sustituye el Partido Socialista Obrero Español de Pablo Iglesias por el nuevo Partido Zapaterista de José Luis Rodríguez Zapatero.

El peligro para España y para el PSOE reside, precisamente, en la estrategia de la sonrisa porque no deja de ser una simple máscara para relativizar -y al mismo tiempo camuflar- la sin par incapacidad del Gobierno y de su presidente en la gestión de los asuntos públicos y de la renovación de su partido. Porque mientras Rodríguez Zapatero sonríe, en Valencia se le ha vuelto a abrir un boquete, después de que persistan las hemorragias en Madrid y Navarra y de que en las tres comunidades los torpes movimientos políticos del presidente hayan acumulado cadáveres en las cunetas. Ahora, Pla, antes Simancas, Sebastián, Alborch, Puras... ¿y cuántos más? Por si fuera poco -para el socialismo en este caso- el llamado «fuego amigo» de la guerra mediática en la izquierda, propiciada por los «nuevos brujos visitadores» de la Moncloa, cordialmente recibidos por Rodríguez Zapatero, proyecta un nuevo, y no se sabe si también sonriente, frente de fricción en el que caerán nuevos chivos expiatorios.

Rodríguez Zapatero ha expropiado el PSOE de la misma manera que lo ha hecho con España: con una sonrisa pero sin justiprecio. José Bono, relegado y, en el futuro -ya veremos- expuesto en el sillón que ahora ocupa un injustamente tratado Manuel Marín; Rodríguez Ibarra, neutralizado en su Extremadura lejana; Nicolás Redondo Terreros -¡qué despilfarro!-, defenestrado y lealmente callado; Rosa Díez, expulsada de hecho del partido, y Felipe González, remitido a la galaxia de las declaraciones inocuas. Sólo Alfonso Guerra -mediante su larga mano en «Temas»- osa desafiar dialécticamente algunas políticas presidenciales, si bien con un énfasis menor y cauteloso. Se ha adueñado del socialismo español el síndrome paralizante de la sonrisa del presidente y nadie dice ni hace nada que pueda contradecir los nuevos códigos de comportamiento zapaterista.

Zygmunt Bauman, en su denostado -por la progresía, a la que denuncia- «Vida líquida», describe a los nuevos especímenes públicos que se guían en sus apegos y compromisos por la «liviandad y la revocabilidad» de sus posiciones y, siguiendo a Jacques Attali, les imputa vivir «en una sociedad de valores volátiles, despreocupados ante el futuro, egoístas y hedonistas». Para estos personajes, dice Bauman, «la novedad es una buena noticia, la precariedad es un valor, la inestabilidad es un imperativo, la hibridez es la riqueza». Y continúa: «dominan y practican el arte de la vida líquida: la aceptación de la desorientación, la inmunidad al vértigo y la adaptación al mareo y la tolerancia a la ausencia de itinerario y de dirección y de lo indeterminado de la duración del viaje». ¿Está describiendo el autor a nuestro presidente? No. Lo que hace es perfilar el estereotipo del novísimo irresponsable que se ha encaramado con éxito a las posiciones de poder en una sociedad -que es líquida porque ha desterrado los valores permanentes- sometida a simulaciones y engaños como los que perpetra -en términos políticos- Rodríguez Zapatero en el vídeo sonriente. El presidente es un hijo vulgar de su tiempo y no lo es, por tanto, de las elites políticas que conducen hoy las ideas fuertes y creativas. El inquilino de la Moncloa es, exactamente, lo que parece: una sonrisa con un fondo de nada.

El decurso de los acontecimientos va modelando un liderazgo virtual de carácter personalista, desideologizado, oportunista y charlatán en el que el socialismo se transforma en un activismo progresista contradictorio muchas veces con los valores de la izquierda y donde la gestión política muta en un ejercicio de ocultamiento, relativización o elusión de los problemas. Salvando las distancias continentales, en España con Rodríguez Zapatero estamos ante un fenómeno caudillista -el presidente, el caudillo- que se basa en la demagogia, que consiste en afirmar lo que «el pueblo» quiere -se supone que desea- oír. Nunca la izquierda en España se perdió de esta forma el respeto a sí misma, ni dejó que uno de los suyos (?) se lo perdiese a los españoles.