HUMO Y ENGAÑO


Artículo de José Antonio Zarzalejos  en “La Estrella Digital” del 08 de septiembre de 2008

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Este fin de semana pasado se ha consumado, por una parte, la ruptura interna del Gobierno y un nuevo y grave ejercicio de simulación de la clase política para emboscar sus propias insuficiencias e inseguridades.

Celestino Corbacho, ministro de Trabajo e Inmigración, ha acertado de pleno —más allá de matices menores— al vincular la política de empleo a la inmigración y viceversa. Si queremos solventar las escandalosas cifras de desempleo habrá que yugular la oferta de trabajo externa y reducirla a las necesidades productivas del sistema. Este principio tan elemental implica cerrar el grifo a la contratación en origen y procurar que, de nuevo, los españoles vuelvan a aceptar los trabajos que hasta el momento venían copando los inmigrantes.

España es mucho más xenófoba cuando los camareros son sólo bolivianos y peruanos que cuando en el gremio se puede encontrar a un señor nacido en Badajoz o Sabadell junto a otro de La Paz o Lima. La auténtica injusticia es la selectividad con la que los ciudadanos españoles han despreciado muy honradas formas de trabajar dejándolas a los venidos de países subdesarrollados. Que Corbacho venga a reclamar que España sea para los españoles y que éstos se comporten con responsabilidad, es una buena decisión por más que a la vicepresidenta del Gobierno le irrite que semejante planteamiento afecte a la imagen progresista de una política de inmigración gubernamental que está siendo —desde tiempo atrás— calamitosa.

El actual no es un Gobierno preparado —psicológicamente preparado— para abordar una crisis, y de ahí, que junto a la desautorización de planteamientos tan sensatos como los de Corbacho —apoyado por el ministro de Industria—, desde Moncloa se lancen iniciativas de distracción. El aborto es un problema pero está regulado (despenalizado) y debe cumplirse la ley sin necesidad de elaborar otra; la eutanasia pasiva está igualmente contemplada en las normas y en la buena praxis médica y no precisa, tampoco, de nuevos debates, y la Ley de Memoria Histórica es un fracaso que Garzón no va a poder remediar. Ahora el Ejecutivo se propone regular ¡“el suicidio asistido”! No sé para cuántos españoles semejante cuestión constituirá un problema. Pero, sean cuantos fueren, ni el “suicidio asistido”, ni la nueva regulación del aborto, ni la eutanasia, ni la llamada “memoria histórica” son prioridades en el debate público ante la aguda situación de estanflación económica.

Se lanzan a la plaza pública estas cuestiones porque el Gobierno es incapaz, de una parte, de ofrecer confianza y solvencia en el manejo de la crisis, y, de otra, para esconder su falta de cohesión interna y su manifiesta falta de idoneidad para dar cara a la situación. Todas estas veladuras sobre el problema esencial —la recesión económica— son maneras sutiles, dramatizadas, de reírse del respetable, de eludirle, de citarle desde los medios para que entre a capotes con engaño. Una forma intolerable de gobernar que acabará en una crisis sonora en el equipo de Rodríguez Zapatero.

Cortinas de humo en definitiva, como la de Esperanza Aguirre, que pretende hacernos creer que desearía vivamente la privatización de Telemadrid cuando la cadena autonómica es uno de sus muchos instrumentos de intervención mediática. Que con el problema económico que va a tener de aquí a seis meses la Comunidad de Madrid —la lideresa lo fue mientras la bonanza llenaba los bolsillos a muchos—, Aguirre proponga debatir la imposible privatización —de mentirijillas— de su gran cañón de influencia, de premio y de castigo que es Telemadrid, es tan criticable y demuestra tanta impotencia como es criticable el Gobierno por proposición extemporánea de debates que, siendo espinosos y difíciles, no vienen indicados ni por la urgencia ni por la oportunidad.

Da la entera impresión de que se ríen de los ciudadanos a mandíbula batiente, mientras éstos tienen unas ganas enormes de ser llamados a las urnas para devolver con su sufragio tanta tomadura de pelo.