TEXTO ÍNTEGRO DE LA INTERVENCIÓN DE JOSÉ LUIS RODRÍGUEZ ZAPATERO EN EL CONGRESO

 

Servicio de prensa del Congreso 01/02/05

El señor PRESIDENTE: Realizada la presentación de la propuesta por la delegación de la Asamblea de la comunidad proponente, se inicia el turno de fijación de posiciones.

            En primer lugar tiene la palabra el Gobierno.

           

 

El señor PRESIDENTE DEL GOBIERNO (Rodríguez Zapatero):  Señor presidente, señorías, señor Ibarretxe, si vivimos juntos, juntos debemos decidir. Esa es la expresión de una profunda convicción democrática y esta idea expresa la posición del Gobierno ante el debate que nos trae aquí. Esta Cámara es la sede de la soberanía popular de España. En ella encontrará usted, señor Ibarretxe, a diputados y diputadas de todas y cada una de las regiones y nacionalidades que componen nuestra patria común. En estos escaños se sientan los representantes de las diversas ideologías que conforman nuestro mapa político. Ninguno de nosotros, por sí solo, habla en nombre de todo el pueblo; solo la suma coral de todas nuestras voces representa las múltiples voces de las ciudadanas y los ciudadanos de nuestro país. Por eso, hoy escuchará usted no una sola voz, mi voz, hablando en nombre de todo el pueblo, sino muchas voces, diversas, favorables y desfavorables y todas ellas, en conjunto, representan la soberanía nacional, la pluralidad y la riqueza de nuestro pueblo, su grandeza. El Gobierno ha sido, desde el primer día en que el Parlamento vasco aprobó esta propuesta de nuevo estatuto político, favorable a este debate y lo ha sido por tres razones, más allá de consideraciones jurídicas o procedimentales. Primero, por el respeto que merece la decisión del Parlamento vasco, aunque esta sea por una exigua mayoría; segundo, porque en mi concepción de la democracia las grandes cuestiones que afectan al discurrir de España han de ser debatidas en esta Cámara y, tercero, porque en una democracia avanzada el derecho de propuesta ha de tener el mayor cauce posible para su ejercicio efectivo. Por todo ello ha de entenderse que no hayamos sido partidarios de acudir al Tribunal Constitucional que, como guardián e intérprete último de nuestra norma básica, debe pronunciarse, en su caso, si así fuera necesario, una vez que lo haga la representación popular, que en nuestro país es la instancia suprema de poder político y legislativo solo sometida a la Constitución.

            Señorías, el resultado de la votación sobre esta propuesta es conocido de antemano, ya que los grupos se han expresado con suficiente claridad. La propuesta no prosperará, es algo normal en democracia, les sucede a los gobiernos en los parlamentos o en los tribunales, les sucede a los parlamentos en los tribunales e incluso le sucede al Estado cuando sus decisiones son anuladas en el orden internacional. Es la esencia de la democracia en donde todo poder es limitado y está sometido a otra voluntad o a la Ley suprema. Por tanto, pretender enfrentar legitimidades es un juego falso, es no decir la verdad de lo que se puede y no se puede hacer. Si esto no fuese así, no habría democracia, no habría garantías ni seguridad jurídica ni libertad. Pero más allá del resultado de la votación de este debate, éste puede ser de gran utilidad para el futuro de nuestra convivencia. De entrada, celebrar el debate supone un reconocimiento recíproco de nuestras legitimidades; supone aceptar el sometimiento de nuestros puntos de vista a un mismo patrón de racionalidad. Estamos mostrando ante los ciudadanos la primera condición política que la gran mayoría de nosotros nos queremos atribuir, la de demócratas. No deberíamos olvidarlo.

Y tampoco debe olvidar la Cámara que al Gobierno le corresponde cumplir y hacer cumplir la legalidad, y así lo hará si fuera necesario. Como recordarán, un día hace dos años, millones de españoles, muchos de ellos vascos, salimos a la calle a hacer cumplir la legalidad internacional vulnerada. Esta misma Cámara fue testigo un día tras otro de mi defensa de la legalidad internacional, quebrantada en mi opinión. En cuanto me fue posible, mi primera decisión como presidente del Gobierno fue desvincular a mi país de una decisión que consideraba ilegal. (Rumores.) Lo hice por convicción profunda, lo hice porque la ley es la garantía de la convivencia, de la libertad; con la misma convicción que hoy defiendo que este proyecto sea rechazado en nombre de la ley.

Señorías, nos trae a esta Cámara una cuestión que algunos consideran pendiente desde hace 25 años e incluso desde hace mucho más tiempo, como hemos oído hace un momento. Les habla alguien que se siente muy lejos de cualquier posición entre las que se conocen o se reconocen como nacionalistas. Mi convicción profunda se expresa en una firme pasión por la democracia o, como dijera Herman Hess, soy patriota, sí, pero antes persona o ser humano. De igual manera, considero que el idioma del Parlamento y de la democracia es la ley. El respeto a la misma es, sin duda, el gran descubrimiento de los pueblos para su vida en libertad. Señorías, esta propuesta, como hemos escuchado aquí, pretende proponer una nueva relación entre Euskadi y el conjunto de España y su sustento teórico se centra en el derecho a decidir del pueblo vasco. Creo con tanto fervor como cualquiera, señor Ibarretxe, en la expresión que representa la voluntad popular y creo con tanto fervor que esa voluntad popular hay que llevarla a cabo con todas sus consecuencias, y por eso afirmo: la relación del País Vasco con el resto de España la decidirán todos los vascos, no la mitad, y todos los españoles. Porque, señorías, he oído argumentos y he comprobado que se sostienen posiciones sobre una visión de España que fue y ya no es; sobre un concepto de soberanía que fue y ya no es; sobre una noción del  Estado-nación que fue y ya no es y sobre una interpretación del derecho de autodeterminación que nunca fue y que tampoco lo es ahora. Señorías, nuestra unión como país no es un tributo a la historia; nuestra unión como país no es un apego a una bandera; nuestra unión se sustenta en la fuerza más poderosa que ha conocido nuestro devenir y el de todos los pueblos: los valores de la razón, la libertad, la ciudadanía de iguales, el pluralismo, la supremacía del derecho, de las garantías, el pacto colectivo, la limitación del poder. Defiendo la integridad territorial de España porque es integridad de los derechos de los ciudadanos. Sólo así todas y todos disfrutaremos de una libertad integral, de una igualdad integral, de un pluralismo real. Eso es un Estado moderno; ese es el Estado que estamos construyendo. De igual manera, la libertad de Euskadi es la libertad de sus ciudadanos; una libertad para decidir, para decidir juntos, aunque es cierto y doloroso que hay quienes ya nunca podrán decidir. Son muchos buenos vascos que han sido asesinados. Vascos que seguro que compartirían algo que Mario Onaindía, un patriota vasco, afirmó: Si me matan no quiero que digan en mi epitafio que moría por la paz, sino que luche por la libertad.

Señorías, mi concepción de España es la de la España constitucional, no sólo porque sea garantía de unidad sino, ante todo, porque es garantía de libertad y de convivencia. Mi concepción de España es la de una España plural, una España que reconoce las identidades de sus pueblos; identidades demasiadas veces negadas en la historia; identidades a veces humilladas en la historia; identidades que tienen derecho a ser construidas, a convivir. Por eso me he sentido orgulloso, como presidente del Gobierno de España, defendiendo el euskera en Europa. Por eso siento el mismo respeto y aprecio ante la ikurriña que ante la bandera de mi tierra. Por eso me siento con autoridad para decir al pueblo vasco, a los ciudadanos vascos, que la construcción de su identidad, que sus aspiraciones de las más altas cotas de autogobierno son posibles.

Como hoy son posibles, y las vamos a llevar adelante, hay que hacerlo decidiendo juntos. Como no hay una única concepción de la identidad territorial en España, sino muchas, y como ninguna es más verdadera que la otra, la mejor solución es que todas convivan, que todas puedan ser vividas.

            Señorías, en muchas ocasiones se invoca a la historia para sustentar legitimidades o esgrimir dominios injustos. Dejemos a la historia que descanse. Fue Tomás Jefferson quien defendió con más brillantez la idea de que, en cada momento, el mundo es responsabilidad de las generaciones vivas. Sabemos que ha habido demasiada gente que en nombre de las generaciones pasadas han arruinado el futuro de las generaciones presentes. Por ello hay que caminar, y solo se camina mirando hacia delante, no hacia atrás; no es mirando hacia el siglo XIX, hacia 1839 ni hacia los conflictos entre naciones del primer tercio del siglo XX a los que quiso responder la sociedad de naciones y la teoría de la autodeterminación; ni siquiera hay que mirar a 1975 o a 1977 y, si me apuran, ni al 2001 o al 2004. Ese mundo pasado, ese mundo histórico que se reclama es un mundo afortunadamente muy lejano. Hoy estamos mejor y hay perspectivas para que los pueblos puedan existir, para que las culturas nacionales sean viables sin necesidad de conflictos ni fronteras. Eso es lo que quiero decir a los vascos hoy, y ahora eso es posible en Europa a través del estado constitucional, en Europa donde se resuelven los conflictos nacionales que antes eran irresolubles hace bien poco tiempo de nuestra historia. Hemos descubierto que, decidiendo juntos, es posible convivir sin que tengamos que imponer unos su cultura a otros. Les propongo que pensemos en el año 2007, no en el año 1839, les propongo que pensemos en el año 2007, en el año de la vigencia de la primera Constitución europea; pensemos en la Europa que vamos a impulsar dentro de 20 días cuando votemos todos juntos -vascos y catalanes, andaluces, leoneses-, seremos los primeros en hacerlo, antes que países que alumbraron hace décadas el ideal europeo en el que soñaron todos los demócratas españoles, también Aguirre. Esa Constitución, antes incluso de enunciar el primero de sus artículos, proclama en su preámbulo: Los pueblos de Europa, sin dejar de sentirse orgullosos de su identidad y de su historia nacional, están decididos a superar sus antiguas divisiones y, cada vez más estrechamente unidos, a forjar un destino común.

Qué lección, señorías. Tomemos nota. Sintámonos orgullosos de todas nuestras identidades, de todas nuestras historias y forjemos un destino común como país.

            Señorías, después de este debate habrá una votación. La votación en democracia cierra el debate, pero no lo resuelve. El debate, cuando se trata de una norma fundamental para la convivencia, solo lo resuelve el acuerdo. Hoy es previsible que terminemos cerrando un debate, y deseable que abramos el tiempo de un acuerdo histórico y definitivo. Para mí, el resultado de la votación no será una victoria y, por tanto, nadie debe entender el mismo como una derrota. Este 1 de febrero no es el final de un plan, sino el día en que asistimos a un nuevo comienzo, a un nuevo proyecto para Euskadi y para el conjunto de España, un proyecto que ha de tener el respaldo de todos y la mirada puesta en el futuro, que ha de establecer la prioridad en aquellos que no pueden vivir como seres libres, en el afán de compartir las identidades y respetar las aspiraciones nacionales dentro de un gran proyecto de convivencia, de un gran proyecto que representa una España orgullosa de su pluralidad. En una España que nos corresponde construir a nosotros, para los que han de venir y para nosotros, no tenemos más deudas ni más hipotecas que nuestras propias convicciones, nuestros mejores valores democráticos. Señorías, sabemos que la tarea es difícil; es una gran tarea, pero más grande será la recompensa.

            Señorías, si vivimos juntos, juntos debemos decidir. A esa gran tarea hoy quiero convocar a todos los vascos y a todos los ciudadanos de este país, que quieren ver la armonía, la convivencia respetuosa, la riqueza de nuestras lenguas y la fortaleza de nuestra unión, de una unión que no se impone y una unión a la que se convoca cada día. Este es mi compromiso. En esta tarea empeñaré el legado de tantos hombres y mujeres que saben que tenemos una oportunidad única y que estamos dispuestos a no fallar.

            Señorías, decía Albert Camus que un hombre rebelde es un hombre que dice no y, desde ese no, construye una realidad nueva. Como demócrata y como presidente de todos, me opongo a una propuesta que no es de todos y para todos.

Espero que acepte, señor Ibarretxe, que este no que votamos es un sí a una realidad nueva, más integradora, en la que quepamos todos. Y, del mismo modo que yo acepto su buena fe, espero que usted acepte la mía. Todos los vascos y el resto de los españoles esperan que se les gobierne para la búsqueda de soluciones, desde la justicia y con esperanza, y así vamos a hacer nosotros.