EL FRACASO SEÑALA A IBARRETXE

 

 Editorial de   “ABC” del 19/04/2005

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el editorial que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

  

EL resultado de las elecciones vascas confirma el fracaso de Ibarretxe, principal evidencia, entre otras no precisamente menores, del nuevo escenario surgido de las urnas. La primera reacción del lendakari, empeñado en la reedición del tripartito -gobernar en minoría con apoyos puntuales-, es la expresión más clara de impotencia de quien estaba acostumbrado a cuadrar los números y se encuentra, de la noche a la mañana, con que no le salen las cuentas. La principal pregunta que se está haciendo a esta hora el nacionalismo vasco es qué hacer con el resultado tan complejo y heterogéneo que han producido las elecciones del 17-A. A la situación que refleja el panel electoral no se ha llegado por generación espontánea, sino por algunas decisiones tácticas de las que deben responder sus autores. Ibarretxe, por lo pronto, se ha topado con una pluralidad más resistente que sus ansias hegemónicas y que es irreductible al unilateralismo que caracterizó su plan soberanista. El fracaso del lendakari reside en haber ignorado los movimientos que se estaban produciendo a un lado y a otro del PNV y que, por exceso o por defecto, estaban tomando direcciones divergentes. Quizás así se entienda con más claridad que la mejor síntesis que han hecho los vascos de sí mismos es el Estatuto de Guernica, en lo que supuso de plataforma de consenso. Ahora bien, como la finalidad de todo proceso electoral es permitir la formación de un gobierno estable, aquéllos que se consideren vencedores deberán asumir de forma inmediata la gestión de las consecuencias producidas por sus tácticas. En este sentido, al margen de otras consideraciones de fondo, que habrá que formular a medida que avancen los acontecimientos, el PNV y el PSE comparten, cada uno en su cuota, la responsabilidad de haber dado motivos a la izquierda abertzale de creer que lo peor para ella ha pasado. A este resultado han contribuido los nacionalistas, por haber consolidado durante cuatro años un frente abertzale en torno al plan Ibarretxe, en el que ETA jugaba el triste papel de acicate del «conflicto». Por su parte, los socialistas pusieron su objetivo en desgastar a Ibarretxe a costa de ahuecar un espacio parlamentario para ETA, otra de las evidencias de los comicios. A unos y a otros se les ha ido la mano al alimentar a la izquierda proetarra, que se ha negado a ser tratada como un bonsái, ese árbol que es objeto de esmerados cuidados para que no crezca más de lo necesario.

EL PSOE ha dejado claro que corresponde al lendakari y al PNV iniciar los movimientos necesarios para la formación del nuevo gobierno autonómico. Es obvio que quien debe mover ficha es Ibarretxe, lo que no significa que el PSOE, mientras el lendakari trata de resolver el dilema interno que plantea su varapalo electoral, no marque sus propios ritmos en función de esa estrategia que, según Rodríguez Zapatero, debería conducir al esperado cambio en el País Vasco.

El fracaso de Ibarretxe, aislado del resto de resultados electorales, es la confirmación de que el PNV es un partido que rentabiliza mejor la ambigüedad a todas las bandas, que el frentismo abertzale, pues desde 1998 la relación del PNV con ETA y Batasuna ha sido un puro conflicto por el poder interno en ese frente. Lo cierto es que el PNV ha certificado su incapacidad para liderar proyectos políticos estables, sea con acuerdos transversales con el socialismo, sea con acuerdos frentistas con la izquierda abertzale. Ha impedido un desarrollo estatutario cualitativo, es decir, con lealtad al espíritu del autogobierno, a la foralidad y la incardinación constitucional del País Vasco. Pero ha sido igualmente estéril cuando ha optado por la vía secesionista, cuyo paso por las urnas ha devuelto al PNV a posiciones parlamentarias similares a las de 1998.

A pesar de su sectarismo, de su naturaleza gregaria, el PNV tendrá que habilitar un sentido político especial que le permita detectar su fracaso como director de la sociedad vasca. El problema no es tanto de una pugna entre moderados y fundamentalistas. Josu Jon Imaz llegó a la presidencia del PNV sucediendo a Arzalluz y entre apologías de su talante moderado. Con él de presidente del Euskadi Buru Batzar (EBB), el PNV ha elevado al máximo su tensión con el Estado y ha perdido la apuesta política más arriesgada de su historia. Con él como presidente del EBB, se están produciendo las bajas de los escasos moderados que aún quedaban en el PNV. Otra cosa es que los ritmos y las formas con los que el PNV purgará internamente sus errores no sean los de un partido político normal, e incluso que no reflejen en un primer momento una voluntad de cambio. La expectativa de tener que pactar con PSE o con el Partido Comunista de las Tierras Vascas resulta muy incómoda para un partido que había diseñado su estrategia con la premisa de una mayoría absoluta del actual tripartito -o como mal menor, según señaló en la noche electoral un apurado Arzalluz, disponer de un escaño más que el frente constitucionalista-, lo que indudablemente generará tensiones en un partido en el que las distintas sensibilidades suelen entrar en fácil colisión cuando pintan bastos. El fracaso señala a Ibarretxe.