LOS ALIENTOS DE LA HISTORIA

 

 Artículo de JOSEBA ARREGI en “El Correo” del 03/12/2004

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

 

No es inusual escuchar, en referencia a algunos políticos, que pretenden pasar a la Historia, que pretenden encontrar un lugar en los libros de Historia. La referencia acostumbra a ser crítica en general, aunque no tenga por qué serlo a priori. El último ejemplo de ese tipo de opiniones se ha podido ver después de la reelección de George W. Bush, de quien algunos han escrito que en este segundo mandato puede tener la tentación de dejar su huella en la historia de EE UU acometiendo, en paralelo a su política exterior ya conocida, profundas reformas en la política interna, especialmente en cuestiones que afectan a los sistemas de seguridad social y de pensiones.

Creo que el hálito de la Historia está siempre presente en la actuación de los políticos, no sólo en algunos casos. También en estos momentos en los que, a pesar del voluntarismo de determinada izquierda, no es nada fácil encontrar criterios que sirvan para catalogar la política, para diferenciar las políticas, para ubicarlas en la geografía tradicional de derecha e izquierda, especialmente si nos acostumbramos a medir las políticas en el rasero de sus consecuencias, y no en el imaginario de sus intenciones. Todo político quiere cambiar una historia anterior, corregir una tendencia histórica anterior, introducir algún cambio significativo en la marcha de las cosas públicas.

Y en caso de que no se consiga el cambio apetecido, la consecuencia efectiva que garantiza un lugar al sol de los libros de Historia, entonces el esfuerzo de los políticos va dirigido a reescribir la Historia. A veces la relación de los políticos con la Historia se puede constatar más en sus esfuerzos por reescribir la Historia, pasada o más frecuentemente reciente, que en asumir la responsabilidad de decisiones que realmente pudieran suponer cambios históricos. La Historia y sus posibilidades de reinterpretación dan para mucho.

Ciñéndonos a nuestra pequeña política vasca, pequeña por sí misma pero agrandada para nosotros por lo difícil y complicada que la hacemos o la hacen por un lado el terrorismo y por otro los políticos, hemos podido leer no hace mucho una afirmación del lehendakari Ibarretxe diciendo que el fin de ETA está cerca. Lo afirma el mismo Ibarretxe que este pasado verano aseguraba que el plan que lleva su nombre era necesario porque no nos podíamos resignar a que la siguiente generación de vascos tuviera que vivir con el terrorismo de ETA. Lo dice el mismo Ibarretxe que no hace tantos años salió elegido lehendakari también con los votos de Batasuna en época de tregua de ETA, de una Batasuna que no condenaba la violencia, ni aunque ETA rompiera la tregua con todas las consecuencias en víctimas que conocemos.

Si Ibarretxe y algunos otros políticos nacionalistas fracasaron rotundamente en conquistar un lugar al sol de los libros de Historia con la apuesta del acuerdo de Estella/Lizarra y todo lo que suponía, si fracasaron en su esfuerzo de cambiar la historia de la sociedad vasca acabando con la violencia terrorista y trayendo la paz, fracaso todavía muy presente en sus consecuencias en la política vasca, ahora el lehendakari trata de compensar aquel fracaso reescribiendo la historia: afirmando ahora que el fin de ETA está cerca pretende dar la impresión de que esa cercanía algo le debe a la acción política del lehendakari, del Gobierno vasco y del nacionalismo, aunque no hace ni siquiera seis meses el discurso del fin cercano de ETA no formara parte del horizonte mental de quien ahora pretende apropiarse de él.

Es cierto que el fin de ETA puede estar cerca. De la misma forma que nunca ha sido cierto que el fin de ETA dependía de la aprobación del plan Ibarretxe. De la misma forma que nunca fue cierto que para acabar con ETA era preciso abordar negociaciones con los terroristas, ceder en alguna de sus pretensiones -como decían algunos líderes nacionalistas en los tiempos previos a Estella/Lizarra: no os engañéis; la paz sólo se puede obtener asumiendo el principio de la autodeterminación y la territorialidad de Euskal Herria-.

Si es cierto ahora que ETA puede estar cerca de su fin, es de justicia afirmar al mismo tiempo que eso es así a pesar de no haber creído nunca el nacionalismo que esta situación iba a ser posible sólo gracias a la actuación del Estado de Derecho con todos sus poderes legítimos. Si es cierto que el fin de ETA puede estar cerca, dicho sea con todas las cautelas oportunas, ello se debe a que algunos políticos, no los nacionalistas, dieron el paso de firmar un pacto político, un Pacto de Estado por las libertades y contra el terrorismo. La posible cercanía del fin de ETA se debe a una actuación cada vez más profesional y de mayor cooperación internacional del trabajo policial, de la vía policial tan denostada por el nacionalismo gobernante. La posible cercanía del fin de ETA se debe a la actuación del poder judicial, también tan criticado, alguna vez incluso con alguna razón, por el nacionalismo gobernante. La certeza de que se ha acabado el mito de la imbatibilidad de ETA se debe a la actuación consecuente, aun reconociendo que más de una vez con aprovechamiento partidista, de los gobiernos de Aznar. Se debe, en fin a la intuición del hoy presidente Rodríguez Zapatero como líder entonces de la oposición. Y se debe a la ilegalización de Batasuna.

Y en todo ese proceso que ha conducido a la posible cercanía del fin de ETA, que ha conducido a que la mayoría de la ciudadanía vasca haya interiorizado el derrumbe del mito de la imbatibilidad de ETA, elemento capital en su debilidad, el nacionalismo gobernante ha estado clamorosamente ausente. Durante todo ese proceso el nacionalismo gobernante no ha variado ni un ápice su discurso de que el fin de ETA sólo sería posible por vías políticas, no policiales, queriendo decir que sería necesaria alguna negociación política, la aceptación de algunos de los elementos del proyecto político de ETA. Hasta este mismo verano, en el que, como ya he señalado, el lehendakari afirmaba que su plan era necesario para acabar con el terrorismo, para que las futuras generaciones de vascos pudieran vivir en paz. ¿Qué ha cambiado para el lehendakari Ibarretxe del verano acá, si no ha variado ni su plan ni el discurso del nacionalismo gobernante sobre las vías para alcanzar la paz?

La Historia, toda ella, la más remota, la de más larga duración y la más reciente, es muy débil y muy fuerte al mismo tiempo. Es muy débil porque está expuesta a nuestras interpretaciones y nuestras manipulaciones. Es muy débil porque creemos que podemos hacer con ella lo que nos conviene en función de nuestros intereses presentes. Pero es muy fuerte porque su condicionamiento es tanto más fuerte y menos controlable cuanto más ocultamos su realidad. No por muy tópica hay que dejar de recordar la frase del filósofo estadounidense Santayana: quienes no recuerdan la Historia están condenados a repetirla.

Escribe en algún lugar Hannah Arendt que lo nuevo en la Historia y la mentira tienen la misma raíz: la contingencia histórica. Porque la historia, lo que ha sucedido, no es necesario, podemos mentir sobre ello. Porque lo que ha sucedido, la historia, no es necesario, puede haber algo nuevo en la Historia. Ésa es la fuerza y la debilidad de la Historia. Pero quien entiende que su debilidad es permiso para la falsificación está expuesto a la venganza de la Historia, a tener que repetir lo que no ha querido conocer, lo que ha ocultado, lo que ha falseado.

Se producen novedades en la Historia, es posible entender la Historia como espacio abierto a la libertad, es posible negarse al determinismo histórico -el impulso vital del pensamiento de Isaiah Berlin- porque cada concreción histórica implica abandonar en la oscuridad, hablando metafóricamente, las potencialidades que no se han materializado, pero éstas no desaparecen en la nada. Pueden ser activadas, pueden aparecer como nuevas posibilidades. La condición para ello es que los actores de la Historia estén dispuestos a rendir sus evidencias, a rendir su identidad consabida, a poner, controladamente, a disposición sus esquemas habituales de pensamiento y de comportamiento, como dice Richard Sennet en 'Respect'.

Pero, como afirma el mismo autor, esa renovación de la Historia, esa capacidad de abrir los resquicios de un mundo cerrado para que pueda abrirse paso lo nuevo de la Historia, sólo se completa si lo nuevo posibilita el retorno sobre lo anterior, la vuelta al pasado histórico para retomarlo y asumirlo de forma renovada. Lo nuevo en la Historia siempre es renovación de lo existente, nunca creación 'ex novo': el nihilismo y el totalitarismo se dan la mano, según ellos la creación original sólo es posible desde la destrucción total, mientras que lo nuevo en la Historia es siempre renovación de lo ya existente, transformación de lo histórico.

Dicho sea todo esto con respeto a los vivos, pero sobre todo con el debido respeto a los muertos, a los asesinado por ETA que ya no tienen oportunidad alguna de responder.