OCASIONES PERDIDAS

 

 Artículo de JOSEBA ARREGI en “El Correo” del 20/12/2004

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

Con motivo del aniversario de la Constitución se ha podido escuchar el discurso de siempre del PNV, del nacionalismo vasco que representa. Un discurso que habla de que, con ocasión de la discusión del texto constitucional y de su aprobación, se perdió una ocasión ideal para acomodar al nacionalismo en el Estado, en España. Aparte de que sentirse cómodo en el Estado para el nacionalismo vasco significa tanto como tener casa propia, ese discurso del PNV repite una historia llena de ocultamientos y falsificaciones.

Basta con consultar las fuentes escritas y la memoria aún viva de protagonistas de la época para saber que la realidad fue más compleja y confusa de lo que ese discurso aparenta, que hubo luchas dentro del nacionalismo, que los líderes históricos casi unánimemente apostaban por el sí a la Constitución, que hubo muchas vacilaciones, dudas y miedos. Ganaron la batalla quienes apostaban por ubicar el nacionalismo en una posición radical -Garaikoetxea, presidente del EBB-, contra quienes defendían una postura más pragmática -Arzalluz, portavoz del PNV en el Congreso-, aunque ahora Arzalluz sea un 'garaikoetxeista' más.

Tantas veces viene repitiendo el PNV su discurso de la ocasión perdida que parece que no hay otra forma de entender la historia, que es imposible imaginarse otras ocasiones y otras formas de perderlas. Pero sería bueno hacer, por ejemplo, el ejercicio de invertir el discurso. Hablemos, en referencia a la discusión y aprobación de la Constitución, de una ocasión perdida: pero ¿quién la perdió? Porque quizá no la perdió el Estado, no la perdió España, no la perdieron los demás, sino que la perdió el nacionalismo vasco al querer hacer la historia desde el pasillo lateral, sin incorporarse del todo a la pista central, desde la vía de servicio en lugar de hacerlo por los carriles centrales.

Se puede hablar de una ocasión perdida por el nacionalismo vasco, y de una ocasión que ha sido la causa de otras muchas oportunidades perdidas a lo largo de estos 26 años. Una oportunidad perdida por la voluntad de estar a todas: a aprovecharse de las ventajas de la Constitución de 1978 con la vía abierta para la consecución del Estatuto de Autonomía y del Concierto Económico, pero sin comprometerse con ella. Una forma de actuar que ha hecho escuela a lo largo de los años siguientes, hasta el punto de aparecer como un derecho adquirido esa costumbre de estar a todas sin obligaciones con nadie ni con nada.

El nacionalismo vasco quiso gozar de todas las posibilidades del Estatuto de Gernika, pero sin comprometerse con la Constitución. El nacionalismo vasco ha gozado del poder de las instituciones surgidas del Estatuto de Gernika pero sin desarrollar discurso alguno de legitimación del poder que estaba usando, creando así un vacío de legitimidad que otros han usado a su manera. La historia colocará todas las responsabilidades en su sitio. Pero es otra oportunidad perdida por el nacionalismo vasco.

El nacionalismo vasco ha perdido la oportunidad de una clara y radical delimitación de sus fines respecto a los de ETA. Aunque el lehendakari Ardanza proclamara en el Parlamento vasco, creo que el año 1987, que lo que separaba al nacionalismo vasco de ETA no eran sólo los medios, sino también los fines, sentando así las bases de un discurso posible de legitimación del poder estatutario, esa doctrina nunca pasó a formar parte del discurso oficial del Partido Nacionalista Vasco, que durante los años siguientes no se cansó de proclamar que compartía fines con ETA.

El nacionalismo vasco perdió también la oportunidad del Pacto de Ajuria Enea, aunque no fuera el único responsable de su fracaso definitivo. El nacionalismo vasco de partido nunca se sintió a gusto en ese pacto. Siempre le molestó trazar una línea radical respecto a ETA. Arzalluz repitió frecuentemente que la finalidad del Pacto de Ajuria Enea no era el aislamiento de ETA y de Herri Batasuna, indicando que ese aislamiento, que sí se estaba consiguiendo, le molestaba. El PNV perdió la oportunidad de mantenerse en el Pacto de Ajuria Enea y reforzar así su apuesta por la unidad de los demócratas en la lucha contra ETA.

El nacionalismo vasco volvió a perder otra oportunidad en los momentos fuertes del secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco. La brutalidad del asesinato, la movilización que provocó ese atentado, en Euskadi y en el resto, la percepción de que todo ello suponía un debilitamiento de la legitimidad de ETA como no había existido nunca hasta ese momento: todo ello provocó un miedo en el PNV, el miedo a que el no nacionalismo impulsado por la repulsa que provocaba ese vil asesinato terminara siendo mayoritario en la sociedad vasca. Y ese miedo fue superior al miedo a que el terrorismo de ETA terminara deslegitimando el conjunto del nacionalismo. La mala gestión de esos dos miedos llevó al nacionalismo vasco a buscar el diálogo y la negociación con ETA y su entorno abandonando el campo de la unidad de acción de la democracia. Otra oportunidad perdida, una oportunidad en la que ETA se encontraba arrinconada, aislada, rechazada como nunca por la inmensa mayoría de la sociedad vasca.

Como consecuencia de esa apuesta, el nacionalismo, tras el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco, buscó con ahínco la negociación con ETA y con su brazo político. Al hilo de esas negociaciones el nacionalismo vasco no dejó pasar la ocasión del acuerdo de Estella/Lizarra y de firmar papeles con ETA en tregua. No dejar pasar esa ocasión es otra oportunidad perdida, porque aquel acuerdo fue un fracaso rotundo, aunque el nacionalismo no lo reconozca así, y porque la ETA de la tregua dejó de existir, quizá porque nunca había existido. Una oportunidad perdida de trágicas consecuencias para la sociedad vasca en su conjunto, pero especialmente para algunos dentro de ella. Una oportunidad perdida que supuso una tremenda e insoportable crispación civil en Euskadi.

Pero a aquella oportunidad perdida se le añadió una nueva: bajo la excusa de que lo único que quedaba era un funeral de primera para el acuerdo de Estella/Lizarra, el nacionalismo vasco nunca hizo un serio examen de conciencia de su apuesta y de su fracaso. En lugar de hacerlo, buscó la forma de blanquear su conciencia envolviendo la vieja apuesta en un supuesto papel de regalo: el plan Ibarretxe, un proyecto que pretende, exactamente igual que el acuerdo de Estella/Lizarra, la definición de la sociedad vasca desde la hegemonía nacionalista.

Y todas estas oportunidades perdidas, todas estas ocasiones perdidas no hacen más que poner de relieve la gran oportunidad perdida por el PNV que es la de renovarse, de democratizarse a fondo desde el uso de un poder legítimo, estatutario. Todos los partidos modernos europeos han tenido que hacer ese esfuerzo de modernización, de adaptación, de democratización de sus supuestos ideológicos. Todos.

Pero el PNV eleva a principio democrático su nula disposición a hacer lo que han tenido que hacer todos para ser homologables democráticamente: su propia refundación a partir de la revisión de sus fundamentos doctrinales. Pero el PNV pierde también esa ocasión proclamando que lo democrático -será por aquello de que lo vasco es diferente- es mantener sus creencias inamovibles y cambiar todo lo que haya que cambiar, constituciones, estatutos, leyes, marcos jurídicos y la marcha de la misma historia si falta hiciere, para que su interpretación del nacionalismo vasco quede como está, sin cambio alguno.

De esta forma el PNV está perdiendo la oportunidad de hacer posible, desde su propio nacionalismo reformulado y revisado en profundidad, la nación vasca cívica, está perdiendo la oportunidad de cumplir el sueño angustioso del siglo XIX vasco, aquel siglo en el que se fue formando la identidad colectiva vasca: la conjunción de la diferencia de la propia tradición con los principios constitucionales. En lugar de impulsar la realización de ese sueño para acabar de una vez con la angustia de una identidad dividida, el PNV vuelve a perder la ocasión y se encasquilla en un sueño al margen de la Historia, pero con consecuencias graves para la sociedad vasca, que no tiene más remedio que vivir en la Historia.

Ocasión perdida. Ocasiones perdidas. Trenes que no volverán a pasar.