IDENTIDAD Y AUTOGOBIERNO

 

 Artículo de Joseba Arregi en “El Correo” del 06.08.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

El PNV celebró, como todos los años, su aniversario el día de San Ignacio. Hace 111 años que nació como partido.Y las palabras pronunciadas por su presidente, Josu Jon Imaz, con ocasión de la celebración de ese aniversario fueron recogidas por los medios de comunicación. Y en general han recibido una buena acogida: casi todos han subrayado la voluntad del PNV de llegar a acuerdos con los no nacionalistas para construir una nación democrática.

La mayoría de medios han destacado cuatro aspectos en el discurso de Imaz: la apuesta por el pragmatismo, signo de identidad del nacionalismo a lo largo de su historia; la voluntad de lograr un acuerdo integrador en el proceso de negociación entre partidos vascos que se inicie cuando se den las condiciones para ello; la no renuncia a los ideales y a las propuestas de siempre; y la apuesta por el máximo autogobierno para poder desarrollar la identidad vasca.

Es cierto que con un PNV que apuesta por el pragmatismo han sido posibles muchas cosas en Euskadi. Es cierto que el pragmatismo ha sido señal de identidad de su nacionalismo a lo largo de su historia. Es cierto que es mejor un PNV que apuesta por el pragmatismo que un PNV instalado en la maximalidad de sus sueños. Y es cierto que ese pragmatismo hace posible que el PNV esté abierto a alcanzar un acuerdo integrador para el futuro político de Euskadi, un acuerdo que implique a los no nacionalistas, cerrando definitivamente la apuesta de Estella/Lizarra. Sólo así fue posible en su día el Estatuto de Gernika. Sólo así fue posible en su día el acuerdo con Indalecio Prieto para el Estatuto del 36. Sólo así ha sido posible que Euskadi haya existido alguna vez como sujeto político.

Pero quizá haya llegado la hora de decir que no basta con la apuesta por el pragmatismo como fundamento suficiente para el desarrollo de un futuro democrático para la sociedad vasca. El hecho de que el propio Imaz se refiera al acuerdo integrador, a la necesidad de contar con los no nacionalistas para definir a la sociedad vasca en términos de que ello es necesario para que se dé una nación democrática ya es indicativo de que la cuestión para el nacionalismo no puede radicar simplemente en ser pragmático.

La sociedad vasca definida como nación sólo desde el nacionalismo, la pretensión del acuerdo de Estella/Lizarra, no peca de maximalismo, sino de unilateralidad, de elevar la parte a todo. Peca, en definitiva, de falta de democracia. Al igual que pecaba de falta de democracia el plan Ibarretxe. Pues la democracia no sólo consiste en que funcione el principio de las mayorías. Previo al funcionamiento del principio de las mayorías está el reconocimiento del pluralismo de la sociedad vasca, especialmente en el momento constitutivo de su propia definición. Sólo desde ese reconocimiento elevado a acuerdo marco y a institución política es posible el funcionamiento de las mayorías. Por lo tanto no es cuestión de pragmatismo, sino de democracia.

Y ya colocados en el plano de la democracia, la cuestión fundamental radica en si es posible desarrollar la democracia y consolidarla por medio de un discurso legitimador manteniendo al mismo tiempo los ideales y los presupuestos de siempre, si esos ideales y presupuestos chocan con la democracia, si esos ideales y esos presupuestos chocan con el pluralismo y la complejidad en el sentimiento de pertenencia constitutivo de la sociedad vasca.

Existe una tentación, muy posmoderna, de creer que en la política, como en cualquier otro ámbito de la vida, todo es posible, que es posible la indefinición, que es posible lo uno y su contrario, la cuadratura del círculo, definir y definirse -establecer límites-, y el mantenimiento de ideales ilimitados. Algo de eso hay en la postura del PNV de querer ser pragmático, de querer construir Euskadi desde el interior de la democracia y respetando, por ello, el pluralismo que exige acuerdos integradores, y mantener al mismo tiempo el ideal de una definición de Euskadi unilateral, que parte de la homogeneidad del sentimiento de pertenencia, que niega la pluralidad.

El mantenimiento de los ideales absolutos, pero sometidos a la rebaja del pragmatismo y de la necesidad del acuerdo es contrario a la autolimitación que exige la democracia: el espacio público que es la democracia surge por la limitación de las creencias, por la limitación de las identidades, por la limitación de los intereses.

Y el mantenimiento de los ideales absolutos sometidos a las rebajas que fueran necesarias se convierte en fuente inagotable de insatisfacción, la cual a su vez impide desarrollar a quien se mueve en esa alternativa entre ideal y cesión pragmática -en este caso al PNV- un verdadero discurso de legitimación del poder que resulta de los acuerdos integradores a los que llega. Pero sin ese discurso de legitimación, la democracia institucionalizada sobre el acuerdo queda siempre bajo sospecha, nunca se consolida, queda sometida a todos los vaivenes deslegitimatorios que provienen de cualquier esquina. Los últimos 30 años son un ejemplo práctico de ello.

Todo esto se pone claramente de manifiesto en la relación que establece Josu Jon Imaz entre autogobierno e identidad: el PNV apuesta por el máximo autogobierno para poder desarrollar la identidad vasca. Si sometemos las palabras a la lógica implícita en ellas, tendremos que concluir que el máximo autogobierno significa autarquía: el gobierno que empieza y termina con uno mismo, sin interferencias de fuera, sin condicionamientos que no sean los provenientes de su propio interior. La autarquía, sin embargo, sólo es posible en la negación del pluralismo y de la complejidad del sentimiento de pertenencia existente en una sociedad. Ese pluralismo y esa complejidad no significan otra cosa que la existencia de ciudadanos que no quieren identificarse exclusivamente con la fuente propia y autónoma del poder, o, mejor dicho, que entienden que lo propio y autónomo no es lo que los nacionalistas limitan a Euskadi, sino que es más amplio y se sienten incluidos también en eso más amplio que para ellos es tan propio y autónomo como lo que más.

Hablar de máximo autogobierno al servicio de la identidad vasca plantea siempre la misma pregunta: ¿Qué es la identidad vasca? ¿Pertenece a ella toda la historia de participación en el desarrollo de la monarquía española? ¿Pertenece a esa identidad lo supuestamente no propio, la lengua española, la cultura española? ¿Se puede entender la identidad vasca, la que caracteriza a una sociedad plural y compleja, sin las referencias estructurales a la cultura española? ¿Quién define la identidad vasca?

Mejor que reclamar el máximo autogobierno para el desarrollo de una identidad que se supone definida para siempre sería partir de la realidad de una identidad compleja y plural, estructuralmente involucrada en identidades más amplias, participadora en proyectos incluyentes y no excluyentes, y desde esa constatación de una identidad compleja preguntarse cuál es el autogobierno que le corresponde y le puede servir, preguntarse cuál es el marco jurídico que mejor responda a esa realidad compleja, imbricada en ámbitos más amplios y participadora, preguntarse cuál es la institucionalización política adecuada para una sociedad tan compleja y rica como la vasca.

Y la respuesta será que en esa sociedad los ideales y presupuestos del nacionalismo no tienen sitio, pues implican renuncia al valor positivo que esa complejidad y esa riqueza suponen.

Tomar en serio las palabras lleva también a comentar la enorme contradicción en la que cae Pernando Barrena, según referencias de prensa. Además de la afirmación de que sin una salida para presos y exiliados no habrá fin de ETA, algo positivo si significa que los presos comienzan a ser la primera y única preocupación de ETA, dice que 'Txapote' no ha querido reírse de las víctimas con su comportamiento en el juicio seguido contra él en la Audiencia Nacional, que lo único que ha hecho es reivindicar la validez de la lucha armada en la que ha participado. ¿No hay mayor escarnio para las víctimas que el asesinato, no hay mayor burla a las víctimas que reivindicar una lucha armada que ha supuesto el asesinato de más de 800 personas? Seamos serios.