LLAMAMIENTO

 

 Artículo de Joseba Arregi en “El Correo” del 30.09.07

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

El Gobierno vasco va a pedir al de España abrir negociaciones para la normalización política de Euskadi. Entiende que la normalización sólo puede venir de la mano de la consulta popular, del reconocimiento del derecho a decidir de los vascos -en otro caso no habría nada que negociar con el Gobierno de España-. Y el Gobierno vasco entiende que la normalización acompaña, condiciona, produce la pacificación: porque demuestra, con hechos, que no hace falta la violencia para alcanzar el fin de la autodeterminación.

Ibarretxe se siente comprometido con la palabra que ha dado a la sociedad vasca. Es preso de su palabra y de sus compromisos. Tendremos consulta. Con fecha: 25 de octubre de 2008. Aunque muchos no la queramos y dudemos de que sirva para algo: quienes ahora la proponen y hacen depender todo del reconocimiento del derecho de autodeterminación -pacífica o violentamente-, nunca han aceptado de verdad el resultado de las consultas populares que, haberlas, las ha habido. Aunque muchos pensemos que lo único que la consulta va a producir es crispación, más división entre los vascos, enfrentamientos, y encorajinamiento de los violentos.

Quien tenga la manía de mirar cómo funcionan otros países, otras democracias, se podrá preguntar por qué en el nuestro no se produce lo que es normal en ellos: que las organizaciones de la sociedad civil hacen oír su voz para que los políticos no jueguen con la sociedad, para que los partidos políticos se sientan limitados en sus afanes de crear problemas en lugar de resolverlos.

Los medios de comunicación, las organizaciones empresariales y sindicales, iglesias, ONGs, movimientos culturales, asociaciones de todo tipo llaman la atención del conjunto de la sociedad cuando creen percibir que los partidos políticos emponzoñan la vida de la sociedad, crispan a la sociedad, la dividen, la empujan a alternativas que pueden poner en riesgo su cohesión. Y lo hacen ante proyectos estrictamente políticos, ante proyectos de ley, ante grandes proyectos de infraestructuras, ante reformas fiscales, ante intervenciones en política exterior. Son testimonio de una sociedad civil que demuestra su vitalidad negándose a alinearse de forma partidista, testimonio de una sociedad civil que puede criticar a todos los partidos políticos a la vez por razones distintas.

No creo que quepan muchas dudas sobre la intensidad que van a adquirir los tiempos que vienen con los anuncios políticos del Gobierno vasco. Podemos estar en la antesala de la repetición de lo que fueron los momentos álgidos del plan Ibarretxe, pero agravados por la amenaza de la consulta: ya no va a tratarse de una votación en el Parlamento vasco y de otra en el Congreso de los diputados. Pero la sociedad vasca está sumergida en el silencio. Es cierto que algunos medios de comunicación muestran su preocupación. Pero la sociedad en su conjunto está silenciosa. Como si no fuera con ella la cuestión. Como si no estuviera en juego nada importante. Como si alguien no fuera a apostar todo el futuro de esa sociedad en un órdago, jugándose lo que no es de su propiedad al todo o nada.

Es cierto que la sociedad vasca posee algunas características diferenciadas. No especiales en el sentido de que sólo se pudieran dar entre los vascos. Unas características diferenciadas comunes a todas las sociedades pequeñas. No somos muchos: dos millones de habitantes. Menos que algunas grandes ciudades europeas. Menos que algunas ciudades españolas, poco más que otras.

Pero somos una sociedad pequeña con muchas instituciones político-administrativas, con mucho peso de las instituciones públicas en la vida diaria de los ciudadanos. En palabras del sociólogo Ander Gurrutxaga, somos una sociedad 'hiperinstitucionalizada'. El poder y la influencia política de las administraciones llegan hasta los últimos rincones de la vida social. Casi nada se les escapa. Sobre todo el mundo asociativo, sea del tipo que sea, se encuentra atravesado por la presencia, y el control, de las administraciones públicas. Todo ello explica, al menos en parte, el comportamiento silencioso de la sociedad civil y de sus organizaciones. En los tiempos de turbulencias que se avecinan, turbulencias a las que les han antecedido las turbulencias internas del partido clave de las administraciones públicas vascas, el PNV, parece que la sociedad civil y sus organizaciones han optado por sumergirse a suficiente profundidad para no verse afectados por las mismas. Lo único que hacen es sacar el periscopio para saber en qué dirección apunta el posible ganador en las turbulencias y poder poner así el rumbo correcto.

Pero la sociedad civil como tal, la independiente de los partidos políticos y de las instituciones que éstos controlan, no son activas en la definición del curso a seguir. Se limitan a que los acontecimientos no les cojan con el paso cambiado. Están atentos, pero sin voluntad de impulsar un curso determinado para el desarrollo de los acontecimientos. Pero cuando las turbulencias son de la profundidad de las que estamos viviendo y de las que nos va a tocar vivir, conociendo las inercias de los partidos políticos y su incapacidad de innovar, o es la propia sociedad civil la que espabila y exige a los políticos lo que no parece que están dispuestos a hacer, o esa misma sociedad civil se verá arrastrada por los torbellinos y las turbulencias.

En una entrevista reciente el presidente de la patronal alavesa manifestaba su opinión personal, como individuo, respecto a la consulta popular, y decía que no le parecía oportuno ni adecuado para crear un clima propicio para las inversiones. Una opinión valiente y de agradecer. Pero no el que lo hiciera a título personal, afirmando además que en esa cuestión la patronal que presidía no podía entrar. Si una organización de la sociedad civil como una patronal territorial no se cree legitimada para tener opinión en una cuestión de tal importancia, la sociedad civil ha abdicado de sus responsabilidades.

Es bien conocido por los historiadores que una de las características más claras de todos los totalitarismos radica en su capacidad de anular las organizaciones y las asociaciones de la sociedad, colocando al individuo enfrentado directamente al Estado, sin intermediaciones de la sociedad: el gran poder del Estado por un lado y la gran debilidad del individuo por otro. Y entremedio, nada. Debiera ser motivo de reflexión para la sociedad vasca esta tendencia a la sumersión que ponen de manifiesto sus organizaciones y asociaciones. Cuando en la sociedad civil falla el entramado de organizaciones y asociaciones, el individuo queda totalmente indefenso ante el poder de las administraciones públicas.

Vamos a tener consulta. Vamos a poner el reloj en marcha -¿dónde habremos estado hasta ahora y qué habremos hecho?-. Vamos a comenzar, una vez más, un nuevo ciclo de la historia. Debe ser la cuarta o quinta vez que, según Ibarretxe, comienza la historia: lo hizo cuando se firmó el acuerdo excluyente de Estella/Lizarra, cuando rompió con Batasuna, en la precampaña de unas elecciones autonómicas -hoy comienza un nuevo camino; os invito a caminar conmigo-, con el plan al que le puso el nombre, y ahora de nuevo.

Pero es difícil dilucidar en qué consiste lo nuevo de la historia cuando el anuncio viene formulado en un lenguaje empeñado en mezclarlo todo. Quizá sea nuevo, pero no parece que vaya a ser nada claro. Los impedimentos para su comienzo son, de forma equiparable, el terror de ETA y el Gobierno de España, lo que no es comparar churras con merinas, sino borrar la línea que separa la legitimidad democrática del terror y la violencia ilegítimas. Tampoco es cuestión de andarse con refinamientos jurídicos, pues todo es cuestión de voluntad política. Presupone una legitimidad fuera de las leyes. Hay que separar paz y política, pero la consulta en la que la sociedad vasca materialice su derecho a decidir es la llave democrática capaz de abrir un nuevo ciclo histórico que traiga la paz y la normalización. Todas las decisiones están en manos de la sociedad vasca: Ibarretxe la presupone sujeto político único, exclusivo, separado. Porque, afirma, la mayoría de partidos políticos reconoce la identidad del pueblo vasco: ¿dónde queda la complejidad de las identidades vascas y su pluralismo?

Afirma que no se trata de independencia o autonomismo, sino de fijar las reglas de juego -sin tener en cuenta a los ciudadanos vascos que las quieren compartir con el resto de españoles-, pero en el contexto del principio democrático del derecho a decidir. Todo muy lejos del requerimiento de la claridad del Tribunal Superior de Canadá. Todo lejos de una valoración positiva del pluralismo y la complejidad, de la riqueza de la sociedad vasca. Todo enmarañado en ofrecer a ETA algo que le convenza de desistir del uso de la violencia.

¿Hasta cuándo tendremos que seguir así?