PROLONGACIÓN DE ETA

 

 Artículo de JOSÉ MARÍA CALLEJA en “El Correo” del 21/01/2005

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

 

A Gregorio Ordóñez no lo asesinaron por nada. Lo asesinaron por su capacidad de liderazgo en la lucha contra el miedo. Lo asesinaron por ser del Partido Popular, por defender unas ideas perseguidas por el terrorismo nacionalista vasco. Al asesinarle, los etarras quisieron acabar con su persona, con su liderazgo y también con sus ideas, con su partido. Gregorio Ordóñez era un certificado andante de que se podía ser vasco, donostiarra, implicado con los afanes de su tierra y de sus convecinos y no ser nacionalista. Por eso lo asesinaron. Como también asesinaron a Fernando Buesa, porque el dirigente socialista era un líder en Álava, un ejemplo de cómo ser vasco sin ser nacionalista, un modelo también de valentía en la defensa de sus ideas, un vasco dispuesto a trabajar por la convivencia entre distintos y no empeñado en exterminar a todos aquellos vascos que no responden a lo que el tópico nacionalista ha inventado que tiene que ser un vasco. No es casual que el fanático que ha puesto sobre la mesa un plan para acabar a tortas no hable de los socialistas vascos ni de los populares vascos; en su jerigonza, los únicos vascos son los nacionalistas, de manera que ni Pagazaurtundua ni San Gil son vascas; según las perversas entendederas del gran delirante.

El caso es que nunca podremos saber qué sería hoy de la sociedad vasca, de la política vasca, de seguir vivos Gregorio Ordóñez y Fernando Buesa. Ordóñez había conseguido superar las barreras de su propio partido y le votaban gentes que, no siendo del PP, veían en él a un buen gestor, a una persona entusiasta, popular, campechana, jatorra, 'plazagizon', conocida por la gente; que pisaba la calle y lo mismo peleaba por la vivienda que por la plaza de toros o por la dignidad de vivir sin miedo. Era muy peligroso Ordóñez para los nacionalistas. Era muy peligroso porque era un líder y no se callaba. Hasta tal punto peligroso, que podemos decir que ganó las elecciones después de muerto. El PP fue el partido más votado en San Sebastián en las elecciones municipales que se celebraron inmediatamente después de su muerte -hace ahora diez años-. Quién sabe, a lo mejor Gregorio era ahora el alcalde de San Sebastián y seguro que lideraba la movilización de la ciudad no sólo contra el terrorismo, también contra el intento de prolongar el terrorismo por otros medios, que es lo que propone el lunático. A lo mejor Fernando Buesa era ahora diputado general de Álava y lideraba la movilización de los constituicionalistas contra el atropello nacionalista, que pretende negarles su condición de ciudadanos a las gentes del PP y del PSE-PSOE cuando todavía no la han conquistado.

No podemos evaluar cuántos vascos decidieron callarse, o irse de la CAV o hacerse nacionalistas, después de los asesinatos de estos líderes; sí sabemos los vascos que decidieron entrar en política de forma militante después del asesinato de Gregorio Ordóñez: María San Gil, candidata a lehendakari por el PP; Antonio Basagoiti, concejal del PP en el Ayuntamiento de Bilbao; Vanessa Vélez, concejala del PP en el Ayuntamiento de Lasarte, entre otros. Estos y otros muchos decidieron convertir la rabia y el dolor de la muerte violenta en energía positiva y hoy hacen política con riesgo para sus vidas, después de haber enterrado a otros compañeros, y con ilusión por ser libres, como quiso ser Gregorio. El deseo de ETA era exterminar al PP, aniquilar al PSOE, pero no lo ha conseguido; sí lo consiguió con la UCD, cuando, en los ochenta, asesinó a dirigentes vascos de este partido -Arrese, Baglietto, Doval, etcétera-, que desapareció aquí, por esos crímenes, antes que en el resto de España.

Cuando asesinaron a Gregorio se reprodujo la liturgia habitual del terrorismo nacionalista vasco: insultos antes de su muerte; el insulto insuperable de la muerte e insultos después de su muerte. Su tumba fue profanada en cuatro ocasiones, como si con una muerte no tuvieran suficiente los terroristas y necesitaran asesinar tres o cuatro veces a cada ser odiado. A su hermana Consuelo le lanzaron artefactos explosivos a su casa, tuvo que vivir escoltada; a su mujer, Ana Iribar, un modelo de dignidad cívica, no le dieron los nacionalistas ningún apoyo en esta tierra, y así.

Hasta el asesinato de Enrique Casas, el 23 de febrero de 1984, las víctimas eran asesinadas y luego apenas quedaba una huella. Ha habido durante años una gigantesca operación de olvido con la mayoría de los asesinados por ETA: policías, guardias civiles, militares, civiles. Con Casas se organizó una fundación en su memoria y con Gregorio se puso en pie una fundación que no ha parado de tener actividad desde su muerte. De esta forma se trataba de impedir algo habitual: las muertes salían gratis a los asesinos que, a pesar de producir muertes de forma industrial, lograban luego presentarse como víctimas ante la sociedad. Durante años a las víctimas se las asesinaba de un tiro y luego se las remataba de olvido. En los años 90 y en los 2000 a las víctimas se las reconoce, al menos en algunos sectores de la ciudadanía, desde el punto de vista humano y también político. Ahora, el gran fanático quiere volver a los ochenta, a la indiferencia social respecto de las víctimas. Buesa era un elemento del paisaje, dijo Arzalluz tras el crimen, mientras Ibarretxe convertía una manifestación prevista en apoyo a la familia del dirigente socialista asesinado en una marcha de estilo franquista, de adhesión inquebrantable a su persona.

Ahora, el más soberbio y despectivo quiere imponer que se juegue un partido a pesar de que en el equipo de los apestados por el nacionalismo vasco faltan, como mínimo, Ordóñez, Buesa, Iruretagoyena, Casas, Zamarreño, Pagazaurtundua, Indiano, Múgica, Caso, Elespe y así hasta decir basta. Es decir, no sólo tiene el gran embaucador al árbitro comprado, no sólo se reserva la capacidad de cambiar las reglas a voluntad, no sólo tiene su banquillo inflado por el miedo que han sembrado durante años los asesinos; es que pretende dar aire de normalidad a un clima viciado durante años por comportamientos mafiosos.

Cuando asesinaron a Ordóñez, Anasagasti se negó a que pusieran su nombre a una plaza en San Sebastián; ahora el crispador no quiere que se hable de las consecuencias políticas de las víctimas; ésas cuya ausencia le ha permitido poner en marcha una iniciativa con la que pretende anegarlas políticamente.

Este sábado, al mediodía, en el Kursaal de San Sebastián, las gentes del equipo de las víctimas, las gentes de Ordóñez y de Buesa y de tantas y tantas otras, se van a reunir para rendir homenaje a todas las víctimas del terrorismo, también para impedir que salga adelante un delirio que no es sino la prolongación de ETA por otros medios.