LA AGENDA OCULTA

 

 Artículo de Ignacio CAMACHO  en  “ABC” del 17/04/05

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

A las ocho y cinco de esta tarde, con las primeras encuestas «israelitas» en la mano, los dirigentes políticos nacionales y vascos escenificarán esa habitual ceremonia de la confusión según la cual todo el mundo habrá ganado las elecciones, pero lo más probable es que ya mismo, incluso antes de que se celebren, las hayamos perdido la mayoría de nosotros. Porque la concurrencia de ese estrafalario vagón-escoba llamado Partido Comunista de las Tierras Vascas representa una derrota política y moral del Estado frente al entramado terrorista, y sobre todo porque esa derrota se produce por un perverso cálculo tacticista de quienes, por su responsabilidad, tienen la obligación de preservar los principios de la decencia frente a los intereses de la conveniencia.

No estoy seguro de que existan razones jurídicas suficientes para haber procedido a la ilegalización del submarino batasuno emergido tras el naufragio de Aukera Guztiak (aunque los vasos comunicantes revelados esta semana por ABC contengan tanta carga probatoria como la que se esgrimió en su día para dejar fuera de juego a algunas de las formaciones excluidas por la Ley de Partidos de 2002), pero en cambio sí lo estoy de que el Gobierno ha tomado la decisión de no intentarlo. Hace tiempo que el presidente Zapatero estableció una línea táctica que pasa por evitar la mayoría absoluta de la coalición nacionalista liderada por Ibarretxe, para ofrecerle a continuación un diálogo institucional en el que se reformará el Estatuto de autonomía a costa de que el socialismo vasco quede supeditado al papel de muleta parlamentaria. Para ello los estrategas de Moncloa entienden como premisa imprescindible que el PNV no se beneficie de los votos de la radicalidad independentista. La maniobra diseñada por los cerebros del llamado Movimiento de Liberación Nacional Vasco ha entregado en bandeja el regalo necesario para cumplir el requisito de un contratiempo tan aparentemente inevitable como realmente deseado y consentido.

Para quien quiera dejarse engañar, los hechos ofrecen la suficiente limpieza aparencial. El Gobierno y la Fiscalía batallaron con denuedo por la ilegalización de AK, el señuelo fabricado por los batasunos para distraer a los vigilantes de la estructura jurídica y policial del Estado. Consumada esta puesta en escena de la solidez institucional, la aparición de una «patera» llamada PCTV -que, como en las películas de James Bond, se despliega de repente convertida en fulgurante fueraborda para recoger a los náufragos de la nave proetarra- se configura como una inteligente maniobra de «los malos» que deja boquiabiertos y sin capacidad de reacción a los patrulleros de la ley. Impecable planteamiento, si no fuera porque las evidencias del truco rebosan hasta ofender la inteligencia de quienes piensan que Zapatero y su gente pueden ser sectarios o simplemente estar equivocados, pero de ninguna manera son tontos para no ver lo que está a la vista de cualquiera que tenga ojos en la cara.

El plan del presidente del Gobierno ha quedado deliberadamente al descubierto en la última fase de la campaña, al mismo tiempo que se iban manifestando las evidencias de que el estrambótico PCTV no es sino una correa de transmisión, sobrevenida o no, del entramado batasuno. La propuesta final de Zapatero de negociar un nuevo estatuto de autonomía para el País Vasco, acompañada de una nebulosa oferta de diálogo «para la paz» -léase con ETA-, ha definido perfectamente el marco de juego que desea el jefe del Gobierno, aun a costa de la posibilidad de mermar las expectativas de voto de Patxi López, su candidato a lendakari. Para cumplir ese plan, el Gobierno necesita dos cosas: que Ibarretxe quede en minoría y que en la Cámara de Vitoria subsista un grupo con capacidad de interlocución política en nombre del conglomerado etarra.

Ambos elementos los proporcionarán los diputados que eventualmente obtenga hoy la lista oculta batasuna. Sus escaños saldrán inevitablemente del bloque nacionalista, incluso del grupúsculo con que Javier Madrazo mancha de ignominia la tradición nacional de la izquierda comunista. Contando con el previsible «sorpasso» que el PSE efectuará sobre el PP como segunda fuerza vasca -es una constante histórica que el partido que gobierna en Madrid saca más votos en Euskadi que el de la oposición-, Zapatero estará en condiciones de ofrecerse al nacionalismo como interlocutor necesario desde su doble condición de opositor en el País Vasco y Gobierno en España. Las cuatro horas de charla con Ibarretxe en la Moncloa, allá a principios de enero, adquieren ahora todo su sentido.

Es razonable pensar que el PSE, como proclama hasta la saciedad Patxi López, no vaya a pactar un gobierno de coalición con los nacionalistas. Al menos, por el momento; nadie puede predecir qué ocurrirá a la vuelta de los meses, cuando arranque la negociación del nuevo estatuto prometido por Zapatero en campaña. Hoy por hoy, esa posibilidad fracturaría al Partido Socialista vasco y, desde luego, al PSOE, en cuyo seno existen numerosas personas partidarias de derribar a Ibarretxe con el concurso del PP si los números dieran la posibilidad de lograrlo. Esa hipótesis es, sin embargo, tan lejana como acaso ingrata para los planes del propio Zapatero, que probablemente se vería impelido a aceptarla a regañadientes si se diese el caso.

El presidente es, ante todo, un táctico. Sus cálculos políticos se orientan siempre en función de las expectativas electorales, y resulta evidente que para su conveniencia a corto plazo opera mejor la existencia de una lista batasuna que detraiga del nacionalismo los votos que le aproximen a una mayoría absoluta de imprevisibles consecuencias, puesto que Ibarretxe montaría sobre ella otra escalada de su órdago secesionista. En el horizonte del presidente del Gobierno se alzan de modo simultáneo las negociaciones paralelas del nuevo estatuto y de la «foto finish» de ETA, el acuerdo de Stormont a la española que fascina a un Zapatero poco inclinado a dejar que el terrorismo se agote por consunción bajo la presión de la Policía y de los tribunales. Esta última vía, muy avanzada actualmente tras años de lucha intensa en todos los frentes, no termina en un punto concreto, no tiene una foto, y por tanto no es rentabilizable en términos políticos ni electorales. Y al presidente le seduce -legítimamente, es cierto- la idea de quedar como el hombre que acabó formalmente con ETA.

Su estrategia cortoplacista, que lo fía todo al éxito de los movimientos tácticos y sólo se legitima a través de los resultados, puede verse reforzada hoy con un balance electoral a la medida de sus deseos, aunque signifique la renuncia del Estado al principio de firmeza que ha venido caracterizando la lucha antiterrorista e implique un escarnio lamentable a las víctimas. Sólo tiene un punto débil: la posibilidad, apuntada en ciertos sondeos, de que el PSE no logre rebasar a un PP sostenido con más fortaleza de lo esperado por la vigorosa campaña de María San Gil. Lo sabremos esta noche, cuando los políticos retuerzan los datos para amoldar a sus intereses el veredicto del pueblo vasco. Un pueblo que, no lo olvidemos, sigue sin votar con entera libertad, como mostrará hoy la foto de toda la oposición acudiendo a las urnas bajo la custodia de unos escoltas que no están para evitar que a sus protegidos les roben la cartera.