UN PLEBISCITO TRANQUILO

 

Artículo de Antonio Elorza,Catedrático de Pensamiento Político Universidad Complutense

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

 Si las elecciones de mayo de 2001 tuvieron lugar en un ambiente cargado de tensión, las que se avecinan, por lo menos a juzgar por la primera semana de campaña, se desarrollan en un clima de sosiego, en el cual la atención parece centrarse en el episodio que, al modo de las viejas películas de Tom y Jerry, enfrenta a las mil caras políticas de ETA-Batasuna con el Estado de Derecho. Por el momento, gana el astuto ratón, aprovechando el descuido del gatazo al no prever que la madriguera contaba con dos salidas. Asistimos así a un saludable amortiguamiento de las pasiones políticas, hecho posible por la circunstancia de que ETA haya sido transitoriamente derrotada por esa acción policial que el Gobierno vasco siempre desestimó.

Pero no es el único factor que interviene a la hora de llevar la paz a los espíritus. Un aspecto en el que existe una amplia coincidencia en los juicios es que 'el talante' de Zapatero tiene la virtud de actuar como adormidera de todo tipo de problemas, por graves que éstos sean, en los antípodas de Aznar. Siempre cede, o aparenta ceder y estar abierto al diálogo, con lo cual la tradicional denuncia del Gobierno central como agresor permanente pierde credibilidad. Y, por fin, cuenta que si en 2001 pudo esperarse un vuelco en las relaciones de poder en la CAV, con un gobierno de coalición PP-PSOE y el PNV despojado de su heredad política, ahora las habas están casi contadas, y los cambios de importancia que pudieran producirse no surgirán de la victoria de un bloque sobre otro, sino del desplazamiento de un número limitado de votos, siempre sobre la base de la primacía de PNV-EA.

La guerra de movimientos ha sido sustituida por la guerra de posiciones, y prácticamente todos los partidos con peso político buscan sus ganancias sin poner en peligro el capital previamente adquirido. El tándem PNV-EA, sabedor de su ventaja, no tiene el menor interés en que se someta a debate el contenido del núcleo de su propuesta, el plan Ibarretxe, confiando en una mayoría absoluta sustentada en la popularidad de su líder, el apego al derecho a decidir frente a lo que diga Madrid y la ausencia inicialmente prevista de Batasuna. A Ezker Batua, el engaño y la subalternidad le han ido muy bien. Son la pequeña izquierda atrapalotodo, que proclama la originalidad de sus propias posiciones para hacer luego lo que Ibarretxe mande. En 2001 salieron en campaña contra el PP, ahora se trata de disfrazarse nada menos que de auténtica izquierda contra el PSOE. En cuanto a la vertiente opuesta, el PP asume el papel perdedor al defender el espacio constitucionalista, con el PSOE buscando el pacto con el PNV. Por fortuna ya no están ahí las muertes por el terrorismo, que cimentaban la solidaridad entre los partidos constitucionalistas, y por si faltaban factores de conflicto, la sombra del enfrentamiento constante entre PSOE y PP en Madrid se proyecta sobre Euskadi.

A regañadientes, el PSOE admite que el PNV es el adversario, pero ya sin reservas el PP es el enemigo. La competición entre ambos por un incremento relativo en el número de diputados adquiere el aspecto de una carrera entre dos coches fúnebres. Únicamente la impensable suma entre ambos de 38 diputados o los estropicios causados por la surrealista candidatura de los comunistas euskalerríacos podrían conferirles una capacidad de intervención, sobre todo al PSE; en la espera, ambos han optado por nadar y guardar la ropa. Impera, en suma, la prudencia y a su lado el enmascaramiento. Visible éste antes sólo en la doble cara política de Madrazo, pero asumido también ahora por Ibarretxe al ofrecer una «negociación», sin aclarar que sólo podría afectar a la forma de cumplimiento de su plan, y no digamos por el mundo de ETA, con estos nuevos euskocomunistas que tal y como nos dice Otegi son tan generosos que «renuncian a su propio programa para poner sobre la mesa las soluciones», léase el mandato de Batasuna.

El curioso resultado de esa suma de cautelas y disfraces es que el gran tema a debate de estas elecciones, la 'libre asociación vasca', planteada por Ibarretxe y aprobada el 30 de diciembre por el Parlamento vasco, ha quedado totalmente fuera de campo. Más allá de unas cuantas generalidades, nadie habla del contenido de la nueva ley fundamental que en uso implícito del derecho de autodeterminación avanza paso a paso en Euskadi. La mayoría de la población desconoce su significado concreto, la mira con desconfianza y no va a decidir su voto tomándola en consideración. Tan extraño fenómeno se debe a que unos, los nacionalistas, han optado juiciosamente por esperar al momento posterior al 17 de abril para hablar en voz alta, y otros, los que antes llamábamos constitucionalistas o estatutistas, prefieren rehuir toda profundización en el tema.

La línea de juego elegida por Ibarretxe es necesariamente conservadora, ya que no le interesa siquiera apuntar lo que encierra su plan ni el significado de su 'negociación'. Nada de debate, sólo un discurso de confirmación de la identidad y del propio liderazgo nacional, acompañado de la descalificación de los oponentes, aunque éstos sean tan cordiales como los socialistas. Al presunto ganador, las estridencias le sobran. Sólo necesita baños de masas tipo Barakaldo para difundir la imagen de que todo el 'pueblo vasco' le sigue. Ya estallará la traca en caso de victoria. Del mismo modo que en 2001 reapareció el tema de la autodeterminación, oculto cuidadosamente durante la campaña, nos vamos a enterar de los propósitos moderados del lehendakari, y de los gritos de independencia de la señora Errazti, en caso de mayoría absoluta de PNV-EA, e incluso del tripartito. El escudero leal no falla.

Las previsiones desfavorables y el enroque frente a una ampliación del Estatuto han limitado el espacio de propaganda en que se ha movido la candidata del PP, a título personal la más dinámica de los contendientes. El que ha insistido en una propuesta política renovadora es el PSE. Al situarse en posiciones con notable respaldo entre la opinión no nacionalista, busca obtener los escaños suficientes para que el PNV tenga que contar con él y con el Gobierno de Madrid para una ampliación sustancial del autogobierno que eliminara los trazos gruesos del plan Ibarretxe. Trata a toda costa de alejar el espectro del 'frente constitucionalista' de 2001, condenado sin remisión en estas páginas por Zapatero, lo cual cierra de paso la perspectiva remota de una victoria no nacionalista.

Su principal baza consiste en la imagen de tercera vía conciliadora, con el PSE en calidad de factor activo de una pacificación de la vida política vasca. Para ello, en el discurso de Zapatero incluso es rechazada explícitamente la referencia a la Constitución -constitucional sería todo demócrata-, el terror y las víctimas quedan lejos, salvo al invocar la victoria sobre ETA, y la importancia del plan Ibarretxe resulta minimizada: «El plan es un lío ininteligible en términos jurídicos y políticos» (sic), «un proyecto fundado en una disputa (con Aznar, claro) más que un proyecto sensato para avanzar en el autogobierno». Y el lehendakari sin enterarse. En éste como en otros temas, Zapatero elige la línea de menor resistencia a corto plazo, por falsos que sean los supuestos en que apoya su política, confiando en que la armonía se producirá de modo automático al ser eliminada la tensión, lo cual aquí y ahora tiene razón de ser tras el traumático pasado a que el terrorismo sometió a la sociedad vasca.

El problema es que al insistir en sus requerimientos a un nacionalismo democrático imaginario -genial la constatación de la irrelevancia de la distinción entre nacionalistas y no nacionalistas-, Zapatero ha quemado sus naves en cuanto a la defensa del orden constitucional si Ibarretxe vence e insiste en la sedición. Sabe ahora éste que Madrid negociará por encima de todo. No hay riesgo de coste político en la operación. Las elecciones se convierten así en un plebiscito encubierto y tranquilo sobre el nuevo estatuto, el mejor de los escenarios posibles para PNV-EA. Extraña situación, pero nada es imposible en un rincón del planeta donde se ejerce el poder en nombre de mitos que se remontan a la prehistoria y donde en el año de gracia de 2005 ve la luz un partido comunista. Parafraseando a Eduardo Mendoza, Euskadi es el país de los prodigios.