LA GRAN MENTIRA

 

 Artículo de Emilio Guevara en “El Correo” del 09/01/2005

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

Si Machado hubiera vivido hoy en el País Vasco de Ibarretxe no diría solamente «que el deber de la mentira es embaucar a los papanatas», sino también el justificar a los asesinos y engordar a los aprovechados. Hoy el autobús de la Gran Mentira acelera su marcha. Al volante el Gran Mentiroso -¿o el Gran Loco?, ¿o ambas cosas?-, con los asesinos sonrientes vigilando el rumbo, y con un pasaje de aprovechados, tibios e indiferentes que engrosan las filas de este nacionalismo arrogante y trastornado que nos gobierna.

Entretanto todavía hay papanatas dispuestos a abrirle paso, creyendo que nos conduce al progreso, a la libertad, a la paz. Todavía hay quienes creen posible el diálogo y la negociación con ese capitán y con esa tripulación. Hoy el Gran Farsante que nos gobierna y su partido han ratificado la legitimación de los asesinos que ya supuso el pacto de 1998 con ETA. En vez de derrotarles, se han hecho como ellos: secesionistas, totalitarios, radicales, iluminados, inmisericordes.

Les han dicho a los verdugos que tenían razón, que éste es un pueblo oprimido a liberar, y que sólo este reconocimiento serviría para desactivar el conflicto político y armado. Cuando ETA vuelva a matar porque no se ha reconocido el derecho a la secesión, ¿qué nos va a decir el Gran Compungido?

Hoy es evidente que el PNV nunca ha querido la derrota de ETA, sólo fagocitarla. Primero puso en nómina a muchos de los ideólogos del radicalismo abertzale, y luego ha querido aprovechar la ilegalización de HB, que repudia con la ’boca pequeña’, para arrimar esos votos a su alforja y obtener una ficticia mayoría absoluta. Que nadie se engañe: el PNV desde 1998 siempre ha querido contar con los votos de los terroristas y de su mundo, aunque prefería que ello no se produjera de manera directa y escandalosa, a través de Otegi y compañía, sino mediante unos escaños ganados con los mismos votos. Ahora el Gran Embaucador conduce rodeado por quienes le han estropeado la jugada y no parecen dispuestos a permitirle que fije la ruta y la velocidad.

Tras veinticinco años de ventanas cerradas sin que entre aire fresco, son los aprovechados, los profesionales del poder, los expertos en manipular los sentimientos y la generosidad de la gran mayoría quienes han programado este viaje a la nada y utilizan como mascarón al Gran Delirante. No lo hacen por Euskal Herria, ni por sus ciudadanos, ni siquiera por nosotros, los que les hemos aupado, los papanatas, esto es, esas personas simples y crédulas o demasiado cándidas y fáciles de engañar, como dice el Diccionario de la Real Academia Española -con perdón- de la Lengua. En efecto, una de las mayores mentiras del nacionalismo hoy es la de que la identidad vasca o el autogobierno estén en peligro. No, lo que peligra es su gobierno, la continuidad de un régimen político nacionalista. Eso, y no la construcción de la nación vasca, es lo que preocupa realmente a los concelebrantes del Gran Predicador.

Tras veinticinco años de gobierno del PNV se ha creado una considerable nomenclatura de aprovechados que conforman una red clientelar cada vez más tupida, repleta de privilegios, negocios y beneficios que el poder ha ido repartiendo entre los fieles sumisos. Por eso no quieren que haya cambio y están dispuestos a lo que sea para evitarlo. No porque el euskera vaya a peligrar, sino porque algunos perderán el sello y el chiringuito que han montado en torno a la lengua. No porque la cultura vasca vaya a desaparecer, sino porque a muchos editores, articulistas, bertsolaris, payasos, dibujantes, cantantes y comunicadores varios se les acabaría el inocular la mentira en las mentes de nuestros niños y jóvenes a cambio de cachés suculentos. Ésa es la corte a la que el Gran Iluminado salvó ’in extremis’ en 2001, y que ahora se encomienda a Aitor, a Sabino y a Josu para que el milagro se repita. No quieren mirar por la ventanilla, ya que al fin y al cabo quienes están siendo atropellados no se han montado en el autobús porque no han querido, quizás porque no son ni piensan como los vascos auténticos, como ellos. No quieren que nada ni nadie les estropee la digestión en sus agradecidos estómagos de los sublimes guisos que nuestros prudentes cocineros vascos les ofrecen. Ése es el pasaje de un autobús sin marcha atrás que muchos de los que están fuera no saben o no quieren detener, o no se atreven a intentarlo.

No parecen quererlo esos intelectuales, artistas, deportistas y demás personas influyentes que firman manifiestos contra cualquier guerra menos contra la que ETA nos ha declarado, y que sólo se acuerdan de que no se debe politizar el arte, la ciencia o el deporte cuando se trata de justificar la negativa a un minuto de silencio en recuerdo de las víctimas. Tampoco demuestran, al menos aparentemente, interés alguno por detener esta locura esos empresarios, expertos en presentarse de una manera en Madrid, Valdepeñas o Antequera y de otra en Bilbao, Elorrio o Mondragón, cuyo silencio interesado y timorato atruena, y que invocan a todos los poderes espirituales y terrenales, reyes incluidos, para que los españoles, ésos a los que el Gran Divisor niega cualquier derecho a decidir sobre algo que les afecta directamente, continúen, como si no pasara nada, comprándoles sus productos y aportándoles sus ahorros para financiar esas inversiones que, según Egibar, nos permiten acceder a la independencia. Algunos seguramente están muy preocupados, y hasta horrorizados, ante lo que se avecina si el Gran Insensato sigue al mando. Pero callan. Sólo se atreven a expresar discretamente sus mejores deseos de consenso, buena voluntad y paz como si se tratase sólo de felicitar las Pascuas. Tampoco van a detener el avance de la Gran Mentira quienes votan a los nacionalistas o se manifiestan como tales porque es lo cómodo, lo fácil, lo que se lleva, lo que garantiza una vida tranquila.

Esto sólo lo podemos parar los que hemos contribuido a crearlo. Los que siempre han dado más de lo que han recibido. Los que de verdad quieren lo mejor para esta tierra. Los que de verdad sienten compasión por las víctimas y asco por los verdugos y por los que miran a otro lado. Los que siempre han vivido de su trabajo. Los que no se han aprovechado del poder o de la influencia para medrar. Los que hemos creído que era posible un nacionalismo cívico, constitucional, respetuoso con la pluralidad, integrador. Los que creíamos que Sabino Arana estaba realmente muerto y sepultado, que Arzalluz era un hombre de Estado, que Ibarretxe iba a utilizar el poder que le confirió su victoria electoral para ser el lehendakari de todos, que nunca se le daría la razón a ETA adoptando sus reivindicaciones, y que lo del pacto estatutario iba en serio. Los que creían, como yo, que era posible ser nacionalista sin desarrollar, antes o después, la enfermedad del fanatismo, de la discriminación, de la falta de piedad, del esencialismo barato, del historicismo falsario. Todos los que hemos sido y estamos siendo engañados miserablemente.

Se acabó. Me niego a seguir identificándome con una ideología que se ha convertido en un cáncer peligroso, cuya metástasis hay que impedir. Me niego a que me sigan engañando los que se niegan a reconocer que no se puede levantar una nación vasca de ciudadanos libres sobre las patrañas aranistas. Me niego, sobre todo, a seguir engañándome a mí mismo. En su día me echaron del PNV por el terrible delito de disentir. Ahora soy yo el que, en un meditado ejercicio de liberación personal, se aparta de toda relación, simpatía o sentimiento de pertenencia con el nacionalismo.

Tengo que agradecer al Gran Oficiante y a sus acólitos el que por fin haya comprendido que es una contradicción ’in terminis’ hablar de nacionalismo incluyente, de nacionalismo cívico, de nacionalismo moderado, de nacionalismo dialogante, de nacionalismo solidario. Al menos en Euskal Herria no existe ninguno de esos nacionalismos. Tengo la cólera del que se siente manipulado y estafado. Y pienso hacer todo lo que en mi mano esté para que el mayor número posible de incautos, de ingenuos y de crédulos, como yo hasta hoy, vean caer la venda de sus ojos y comprueben que no podemos seguir en manos del Gran Mentiroso y de su guardia pretoriana, porque nos llevan al desastre. Quiero hacer todo lo posible para que podamos los ciudadanos de Euskadi avanzar por el camino que abrió el Estatuto de Autonomía, mejorándolo y ensanchándolo. Porque no creo ya en el nacionalismo, pero sí en mi país, en mis conciudadanos y en la fuerza solutoria y transformadora de la Ley. Hasta Sabino Arana se volvió españolista cuando le encerraron.