LA FOTOCOPIA FALLIDA

 

 Artículo de JAVIER ZARZALEJOS en “El Correo” del 27/12/2004

 

 Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

En el campamento base de Ibarretxe, ese en el que se espera a que se disipe la niebla para atacar la cima, ya no cabe un alfiler. El Partido Socialista de Euskadi ha decidido unirse a los aventureros que -con muchísimo respeto, eso sí- creen llegado el momento de dejar atrás el Estatuto para adentrase en el terreno cenagoso de la imposición identitaria y la desvertebración constitucional.

Después de dedicar 36 folios a explicar lo que el PSE denomina 'bases para la actualización y reforma del Estatuto de Autonomía', el documento aprobado por los socialistas vascos llega a la siguiente conclusión: «Tras 25 años de autonomía el nacionalismo vasco, es decir, el Partido Nacionalista Vasco, ha sido incapaz de consolidar unas bases políticas, institucionales y culturales compartidas que nos permitan definir a nuestra Comunidad como una comunidad nacional». Es decir, desde el socialismo vasco se reprocha al PNV no haber sido lo suficientemente eficaz para convertir a todos los vascos en nacionalistas. De ello, se desprende que el PSE se propone sustituir al nacionalismo en esta tarea ofreciendo su propia receta de «cómo se ha de construir y desarrollar esta comunidad nacional que es Euskadi», con lo que la perplejidad ante semejante conclusión no encuentra remedio ya que si Euskadi es una comunidad nacional nada hay que construir, y si hay que construirla es que todavía -tiempo al tiempo- no lo es.

Décadas de terrorismo salvaje y desestabilizador, de desprecio del nacionalismo a las víctimas, de secuestro de los derechos, de coacción institucionalizada, de deslealtad hacia el marco constitucional, de asfixia de la sociedad civil, de deslegitimación del Estado de derecho, parecían habernos convencido de que el problema verdaderamente estructural de la sociedad vasca era de libertad, de ejercicio efectivo de los derechos que la Constitución garantiza a todos los españoles como ciudadanos libres. Los socialistas vascos han decidido rectificar el diagnóstico y convertirlo, como siempre ha hecho el nacionalismo, en un problema de identidad, en un supuesto déficit identitario que es preciso remediar. Esta metamorfosis del socialismo decidido a construir imaginarias comunidades nacionales es una grave derrota de la causa cívica y constitucional que tantos han defendido hasta el límite de la entrega. Pero para el socialismo es también la expresión de su propia derrota en forma de desistimiento; de una derrota autoinfligida por el vacío ideológico que le lleva a subcontratar su proyecto político y a aceptar este juego de aprendices de brujo.

Parece pertinente preguntar qué hace ese socialismo que se reclama cívico e igualitario dedicado a construir 'comunidades nacionales' en media España; qué proyecto de convivencia plural, de cohesión, de modernización puede haber detrás de esa asunción extravagante del principio identitario como seña distintiva cuya realización se propone como el ideal de plenitud democrática. Ese socialismo quiere presentarse abierto y dialogante y para ello juega a relativizar el sentido de la nación, como bien lo expresó el presidente del Gobierno en el Senado calificándola de concepto «discutido y discutible». No es verdad. Lo 'discutido y discutible' para el PSOE es sólo la nación española, precisamente esa nación cívica -la única- que por serlo ofrece acomodo, respeto y reconocimiento a sentimientos de identidad plurales y a realidades culturales diversas. Es ahí donde el doble discurso socialista queda en evidencia al negar sustantividad a la nación de ciudadanos libres e iguales que define la Constitución, mientras se adhiere con entusiasmo sonrojante a la construcción de 'comunidades nacionales' sin pararse a considerar lo que tiene de imposición identitaria para todos aquellos que de la noche a la mañana se convertirían en miembros de una comunidad nacional, en 'nacionales' vascos o catalanes, dejando de hecho -y en buena medida también de derecho- la condición de españoles para los que no puedan ser otra cosa.

Para los socialistas, el Estatuto hace surgir Euskadi «como sujeto político para desarrollar y vertebrar una comunidad nacional». Por si hubiera alguna duda, la voluntad de los ciudadanos expresada en el Estatuto «sentó la bases para la constitución (de Euskadi) como comunidad nacional». De sí mismos, los socialistas recuerdan: «seguimos defendiendo que el proyecto nacional vasco sólo es posible desde el mantenimiento de un consenso amplio en materia institucional, social y cultural» y, abierta de este modo la vía del nacionalismo dialogado, advierten que «una comunidad nacional no es el resultado de la aplicación unilateral de una ideología». La regañina al PNV por su torpeza en reclutar más nacionalistas continúa pero ahora de manera constructiva porque «PSE-EE tiene otra visión de cómo se ha de construir esta comunidad nacional que es Euskadi» ya que «ni el proyecto nacional, ni la reforma estatutaria pueden llevarse a cabo desde proyectos particulares». Menos mal que el concepto de nación es para los socialistas discutido y discutible.

El PSE puede sin duda buscar una salida argumental recuperando la idea de 'nación cívica' que, sin perjuicio de algunos meritorios esfuerzos teóricos, en la política vasca ha sido el recurso retórico que, de cuando en cuando, ha utilizado el nacionalismo para blanquear su concepción etnicista de lo vasco. Así lo hizo Arzalluz hace quince años y quince años después lo retomaba Imaz, dando por sentado que España no lo es. El tema es un trasunto del dilema clásico que se le ha querido plantear al nacionalismo según el cual éste tendría que elegir entre un Estado sin nación o una nación sin Estado. No parece que el dilema a estas alturas sea real, ni que agobie excesivamente al nacionalismo. El nacionalismo tiene la ventaja de que para su proyecto tanto le vale afirmar su vocación de estatalidad -es decir, la independencia por secesión- como negar el Estado común, es decir la independencia por defecto. Eso es el plan Ibarretxe. Y si bien para la secesión el nacionalismo cuenta con sus solas fuerzas, para negar al Estado, previamente denunciado como estructura ajena e impositiva, la nómina de colaboradores se amplía con nuevos e insospechados aliados que allanan el camino para que el nacionalismo gane la partida simplemente por incomparecencia. Basta sustituir el compromiso con la España constitucional por una improvisada y lejana lealtad europea para que el discurso tenga incluso aires progresistas.

En una reciente entrevista en el diario 'El País', el experto francés en Islam Gilles Kepel, a propósito del fracaso del multiculturalismo en Europa, advertía de que «una sociedad sólo es viable a partir del momento en que lo común triunfa sobre la expresión de las divisiones; en caso contrario se camina hacia la lógica de la balcanización». La observación, como la lógica frente a la que alerta, tiene un valor general. La lógica de la balcanización suma adeptos en España. Una balcanización política y afectiva de boicots mutuos, de comunidades simplemente yuxtapuestas, de identidades improvisadas en un Estado que sólo se hace visible en el discurso de sus detractores, ante la sonrisa muda de un Gobierno que, sometido a su mayoría, se crece haciendo alarde de su debilidad y devuelve la nación a los cuarteles para que el ministro de Defensa se adorne en ocasiones señaladas.