UNA SOCIEDAD ENFERMA

 

 Artículo de GERMÁN YANKE  en  “ABC” del 15/11/04

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

 

El éxito de la batalla democrática contra ETA muestra también los resortes de una sociedad enferma. La banda terrorista no es sólo, como han terminado por constatar los tribunales, un grupo de pistoleros, sino una trama totalitaria en la que cada elemento juega su papel y en la que no son poco importantes los «políticos» que tratan de aprovechar, para destruirlos, los recursos del Estado de Derecho. Poner estos, precisamente para defenderlos, no en contra de una sino de las siete cabezas de la hidra, y hacerlo con la necesaria contundencia, ha sido para nosotros una complicada tarea en la que ha habido que superar la pusilanimidad de buena parte de la opinión pública y un extendido complejo ante el nacionalismo. La reforma de la Ley de Partidos, que colocó a Batasuna fuera de la ley por ser parte de aquel entramado, es, por citar un ejemplo significativo, el primer caso en que los dos grandes partidos nacionales, aún representando desde tiempo atrás un definitivo porcentaje del electorado español, no se plegaron a la acomplejada negociación con los nacionalistas. Hasta entonces, la debilidad institucional y política parecía contemplar el reto nacionalista totalitario como un malentendido, en vez de como un evidente y calculado ataque a la democracia. La obviedad de que la defensa de la libertad estaba en los principios y en la ley, y no en el consenso con quienes no creían en ellos, es, entre nosotros, algo excesivamente reciente.

El empeño por hacer desaparecer a las víctimas del panorama social (porque evidencian lo terrible: que hay víctimas porque hay verdugos), la identificación de la defensa radical de la libertad con la intransigencia, la sustitución de la democracia por el consenso, y tantos otros síntomas de la enfermedad que nos asedia, pueden quedar anestesiados en los momentos trágicos en que el terrorismo se manifiesta y la sociedad y sus representantes se revuelven. Pero es un mal en el fondo tan grave que, en cuanto la situación se remansa, vuelve a aparecer. Se avanza en la batalla contra ETA, se la contempla —como ahora— limitada y acorralada, y la tentación de replegarse a la cómoda provincia de la mano tendida parece, entre muchos, más fuerte que la decisión de acabar con ella.

Maniobras como la protagonizada ayer en San Sebastián, en la que la misma Batasuna que antes pretende presentar los tiempos y los recovecos de su estrategia (en la que, por cierto, la violencia sigue teniendo su lugar preponderante y director) como el fondo del asunto, demuestran algo más serio de lo que tratan de repetirnos, unos y otros, una y otra vez. Más que advertir que tienen necesidad de tomar «el último tren» para seguir teniendo un lugar en la vida política vasca, de lo que parecen estar seguros, y no sin una base, es de que sus sucesivos disfraces fascinan a los pusilánimes. Defender la libertad es costoso, exige fortaleza a cada ciudadano, dar pasos que implican riesgos. La tentación totalitaria es, en el camino a la dictadura, más mullida.

Odón Elorza y sus monaguillos del socialismo guipuzcoano quieren cambiar la política antiterrorista, que no es otra cosa que ceder. Por eso afirman que esa parte de ETA que es Batasuna puede tener un lugar en la «normalización» del País Vasco, lo que implica concebir la normalidad no como la aceptación de normas democráticas, sino de apaños entre demócratas y totalitarios. Otros, con más disimulo, quieren el apaño con el PNV, que ya se encargará de sumar al consenso a los violentos.

Vaya premio para casi mil muertos… Vaya futuro…