PSE, DOS ESTRATEGIAS Y UNA DERROTA: DE NICOLÁS REDONDO A PATXI LÓPEZ

 

 Artículo de Germán Yanke en “ABC” del 05.01.07

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Cuando Ramón Jáuregui, que era secretario general de los socialistas vascos, decidió seguir haciendo política en Madrid, Mario Onaindía definió el partido como una «jaula de grillos». Pero reconoció que el líder socialista había tenido «una idea genial»: pensar en Nicolás Redondo como su sucesor. Era una idea «genial» y lógica: era el secretario general de los socialistas de Vizcaya, el territorio en el que el PSE tenía más fuerza y afiliados, y contaba con el claro apoyo de los de Álava, presididos por Fernando Buesa. Redondo, que pretendió una política integradora, estableció acuerdos con Jesús Eguiguren, y fue elegido por el Congreso del partido en una votación conjunta con la ejecutiva del mismo.

Aún tuvo que superar otro escollo para ser candidato a la presidencia del Gobierno vasco: las primarias en las que se enfrentó y ganó a Rosa Díez. La confrontación interna resultó un ejemplo tanto de debate profundo como de juego limpio porque la derrotada se colocó sin rencores junto al vencedor -de hecho se puede decir que lo ha hecho hasta hoy, con todo lo que ha llovido en el PSE- y colaboró con él en la campaña. La «jaula de grillos», con dificultades internas y con una complicada recepción en la opinión pública de sus relaciones con el PNV en los sucesivos gobiernos de coalición, había visto decrecer sus votos desde 1986, incluso con la incorporación de Euskadiko Ezkerra, y en 1994 el resultado fue el peor de toda la etapa democrática, salvo los primeros comicios de 1980.

Con más orden, Redondo pretendió, de algún modo, hacer la política que había resultado imposible a Jáuregui. Pero pronto devino una política imposible para el propio PSE ante la deriva del nacionalismo. El nuevo secretario general fue constatando el acercamiento entre el PNV y Herri Batasuna y, tras la conmoción del asesinato de Miguel Ángel Blanco, el intento de ambos de «salvar el nacionalismo juntos», que terminaría por plasmarse en los contactos con ETA y el Pacto de Lizarra. No era el escenario de una factible convivencia del PSE con los nacionalistas en el seno del Gobierno vasco aunque hay que añadir que, en aquellas circunstancias, Nicolás Redondo insistió más que sus predecesores en la defensa y en la presencia de la Constitución española en la vida política vasca. De hecho, uno de los episodios en los que se manifestaron los problemas entre los coaligados fue la reforma del Reglamento del Parlamento vasco, en la que los socialistas pretendieron incluir el acatamiento de la Carta Magna. Redondo advirtió que si el PNV votaba con la izquierda abertzale en contra se haría patente que el pacto era imposible. Arzalluz le reprochó un cambio de política, ya que en tantos años de coalición jamás el PSE había planteado nada similar.

Un tripartito roto

Se rompe, por tanto, el tripartito y abandonan los socialistas el Gobierno vasco en un momento en el que las relaciones entre el PNV y el PP aún se mantienen vigentes haciendo siempre la salvedad de la política antiterrorista. Pero debe reconocerse que Nicolás Redondo y los suyos vieron antes y más claramente el proceso de entendimiento y acuerdos de los nacionalistas «moderados» y los «radicales». No le fue mal la apuesta en las elecciones ya que, incluso teniendo en cuenta el importante avance del PP, el nuevo PSE de Nicolás Redondo consiguió aproximadamente 45.000 votos más y sumó dos nuevos escaños en el Parlamento vasco.

Los muchos años de coalición con el PNV habían supuesto muchas renuncias, como reconocía de algún modo Xavier Arzalluz, y complicaban lo que lógicamente se preveía como una larga travesía del desierto en la oposición para los muchos que habían ocupado los despachos. Además, los socialistas eran duramente castigados por la violencia terrorista de ETA y el PP, en el Gobierno de España desde 1996, incrementaba sus posibilidades en las encuestas. En ese escenario difícil, a Nicolás Redondo y a sus colaboradores no les flaqueó el ánimo. Las iniciativas para defender la Constitución y su espacio de libertad y para rechazar los excesos nacionalistas y la connivencia con el terror fueron el centro de su acción política. En muchas de ellas, como es lógico, el PSE coincidía con el PP -incluso en la presentación de una moción de censura contra Ibarretxe-, lo que podría llevar a malentendidos en ciertos sectores de la militancia o los votantes socialistas.

Trabajo de pedagogía

Pero hay que reconocer que Nicolás Redondo hizo un adecuado trabajo de pedagogía política. No se trataba sino de defender la ideología y las propuestas tradicionales del PSOE y si a ello se sumaba el PP debía ser, naturalmente, bien recibido. La Constitución era un ámbito común que los nacionalistas, precisamente, querían destruir. Y todo ello, además, en un ambiente en el que el PP, a menudo, no mostró la generosidad que cabría esperar. Pero Redondo tenía un liderazgo seguro y, en el siguiente congreso, mientras la ejecutiva fue elegida por mayoría él revalido su cargo por aclamación. Tampoco, aunque mantuvo las primarias, tuvo oponente como candidato.

Comenzaron algunas críticas a un supuesto «seguidismo» del PP, aunque la iniciativa, en aquellos momentos, era más bien socialista. Y se fue asentando la idea de que, en medio de la crisis del PNV, la alternancia era posible. Las políticas de coalición con el nacionalismo habían llevado al PSE a una posición de eterno segundón, cuyo máximo objetivo era ser necesario para formar gobiernos siempre presididos por el PNV. La alternancia se convertía en probable y si bien el PP estaba entonces mejor colocado, nada impedía que, más adelante, fuera el PSE quien encabezara el cambio. La idea caló de cara a las elecciones de mayo de 2001, en las que Redondo no tuvo inconveniente en aparecer en varias ocasiones junto a Jaime Mayor Oreja para no ocultar que ambos partidos, PP y PSE, eran los que hacían posible la alternativa no nacionalista. El PP tenía más votos en ese momento, pero el apoyo intelectual (asociaciones cívicas, manifiestos de profesores universitarios, etc...) era claramente socialista.

El voto útil

Pareció que era posible y el PNV lo temió seriamente, pero faltaron aproximadamente 20.000 votos (o menos de una cuarta parte de ellos en las urnas de Vizcaya) para desbancar a los nacionalistas del Gobierno. La unión estratégica de los nacionalistas hizo que buena parte del voto útil fuera al PNV (Euskal Herritarrok obtuvo un pobre resultado) y el PSE, que sumó otros 35.000 votos más a los ya conseguidos en las últimas elecciones, perdió un escaño por el fuerte incremento del voto popular. El fracaso no estaba en las urnas, pero sí en las expectativas.

Y ese fracaso es el que desató las críticas que, por el liderazgo de Redondo y la solvencia de sus convicciones, habían permanecido más o menos silenciadas. Quienes, en las semanas precedentes a la votación, pedían, ante el probable triunfo de los no nacionalistas, un «gobierno de concentración», dejaron de hacerlo. Ahora habíaque dejar gobernar a los nacionalistas. El viejo complejo de que en el País Vasco debían mandar siempre los nacionalistas parecía arrumbado, pero revivió. La acusación de estar llevando a cabo una estrategia coincidente o supeditada al PP se amplificó hasta extremos que sólo la justificaba una nueva estrategia, no el contenido del entendimiento entre ambos partidos.

Estábamos ya en la era Rodríguez Zapatero. El nuevo secretario general del PSOE había incluido a Redondo en su ejecutiva como secretario de relaciones institucionales y con él había trabajado en el Pacto Antiterrorista que se suscribió con el PP a finales de 2000. Había entre ellos sintonía y coincidencia en la estrategia. A finales del mes de mayo de 2001, apenas tres semanas después de las elecciones, el líder de los socialistas vascos declaraba en una entrevista que se sentía «apoyado por Rodríguez Zapatero y si no lo estuviera dimitiría inmediatamente». Algunos de sus críticos afirmaban, con malestar, que «sólo» le apoyaba el secretario general del partido. La situación no duró hasta el final del año.

Campaña de acoso y derribo

Rodríguez Zapatero se cuidó muy mucho de lamentar, en diciembre, la dimisión de Nicolás Redondo. Pero fueron sus inmediatos colaboradores los que iniciaron poco antes la campaña de acoso y derribo del político vasco, que llegó incluso a la bajeza. El propio Zapatero diría después a varios miembros de la Fundación para la Libertad, a los que trató de explicar una nueva estrategia política para el País Vasco, que ya sabía, desde el 12 de mayo -el día siguiente a los comicios-, que la carrera de Redondo había terminado. Como una promesa cumplida, en cuanto éste se dio cuenta de que no contaba con el apoyo de la ejecutiva del PSOE y de su secretario general, dimitió.

Ramón Jáuregui fue encargado de presidir la gestora y convocar un congreso. Sus palabras iniciales parecían la continuidad de la política de Redondo pero, mientras estaba vigente la gestora, ya se establecieron acuerdos con el PNV en Vizcaya y Guipúzcoa. Para el congreso en ciernes, vuelven las luchas entre las familias.

Había escrito por entonces Onaindía que Nicolás Redondo «quizá haya sido el primer secretario general socialista que se ha percatado de que si el socialismo vasco quiere jugar un papel decisivo en la política vasca para alcanzar la libertad y la justicia, sin ser un mero moderador del PNV o del PP, es preciso un partido cohesionado en torno a una ideología sólida y una estrategia clara, y no una confederación de familias o de sensibilidades que hacen la guerra por su cuenta».

El ataque a Redondo era el necesario pasaporte para el cambio de estrategia. La nueva se llamó «vasquista» y trataba de emular, en palabras de Jesús Eguiguren, una vieja corriente del socialismo vasco. Pero cuesta pensar que esa vieja corriente entendiera las referencias del presidente del PSE a una solución similar a Quebec, al reconocimiento de un «proyecto nacional vasco», a la sustitución de la batalla contra el terrorismo por un «nuevo estatuto», etc... Jáuregui, en las puertas del Congreso, quiso aplazar la elección de una nueva ejecutiva y un nuevo secretario general. Pero era un empeño desesperado e inútil porque ya nada podía evitar que, en sintonía con el PSOE, Patxi López fuera el elegido.

López y la realidad

Su problema no era, como se ha visto, alejarse del PP, sino demostrar que, al hacerlo, no se acercaba al nacionalismo o se separaba de los principios constitucionales que el PP, hasta entonces con el PSE, defendía. López se empeñó desde ese día en que sus palabras iniciales quedaran arrumbadas por la realidad: para hablar con el PNV «debería alejarse de cualquier acercamiento o entendimiento con Batasuna», era partidario de evitar cualquier «cobertura política del terrorismo», el Pacto Antiterrorista sería apoyado «mientras ETA exista». Con el tiempo ya no hizo falta ni sostener la misma retórica del pasado porque se iba a «conseguir la paz» y todos darían por buena la estrategia. Ha debido quedar entre los escombros de la T-4.