JUGAR CON LA CALUMNIA

 

 Artículo de José Antonio Zarzalejos, Director de ABC, en “ABC” del 13.08.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Con un muy breve comentario al final:

 

HECHOS, E HIPOTESIS VEROSIMILES (L. B.-B., 13-8-06, 11:30)

 

 

... En Cataluña, en el País Vasco y ahora también en Galicia, sus respectivos nacionalismos buscan, de forma sistemática, un chivo expiatorio que sugiera de forma constante que lo ajeno a un entendimiento de lo propio es una realidad amenazante y culpable de sus males...

PARECE evidente que la izquierda gobernante en Madrid y el bipartito socialnacionalista en Santiago de Compostela se han percatado de que la ola de desastrosos incendios que destroza Galicia precisa de manera urgente de una buena fórmula de «agitprop» que absuelva a Touriño y a Quintana -y por derivación al Ejecutivo de Rodríguez Zapatero- de su responsabilidad en una gestión torpe y tardía de la tragedia. Para ello, nada mejor que convocar de nuevo a los propulsores del «Nunca mais» contra el Partido Popular a propósito del «Prestige» para que, ahora, debidamente reconvertidos los argumentos, los fuegos voraces que han devastado Galicia corran de cargo -directo o indirecto- de los tres lustros de gobierno de los conservadores en aquella región.

En un infame artículo publicado en el diario «El País» bajo el título de «Jugar con fuego», Suso de Toro, uno de los intelectuales orgánicos de la actual situación política, se permite manosear la calumnia en unos términos políticamente inaceptables. Según el autor que inspira -dicen- algunas de las tesis del presidente del Gobierno, «la trama que actúa como guerrilla insurgente aquí y allí castiga a una sociedad que hace justo un verano ha tomado una decisión seria, jubilar dieciséis años de administración de la derecha». El articulista -que lanza una acusación ayuna de cualquier cautela pero henchida de sectarismo e impotencia- se permite, igualmente, suponer que los incendios forestales en Galicia constituyen «un pulso a la sociedad en toda regla». Y no contento con la calentura de una tesis conspirativa impropia de sostenerse en un soporte riguroso, Suso de Toro advierte de que la actual administración -no se sabe si la central o la autonómica o ambas- cometió un «error de apreciación, pensó que se hallaba ante la campaña de incendios anual y crónica cuando enfrentaban una campaña bien urdida». Este personaje -y no hago deducciones que no sean literales- está acusando a tramas proclives al Partido Popular de provocar los incendios en Galicia. De ahí a culpar al partido de Rajoy del infierno gallego de estas jornadas, media un paso. Se percibía ya la tentación de incurrir en la acusación abierta. El autor que nos ocupa, ha caído en ella rindiendo, de nuevo, un servicio al guerracivilismo, últimamente un género periodístico (¿) francamente concurrido. Está jugando, y él lo sabe, -no con el fuego, como titula su proclama- sino con una pura y dura calumnia.

El autor -y no es el único- actúa inquisitorialmente, instalado en un maniqueísmo ideológico repugnante, pero al hacerlo se descubre porque desvela la naturaleza de los temores de la izquierda y del nacionalismo gallegos a propósito de la ola incendiaria. Si el «Prestige» -lo dice el propio Suso de Toro- propició el cambio político «quizá alguien quiera repetir la pauta pero en sentido contrario», sostiene. Es decir, traduciendo al libelista gallego en palabras llanas: que si la catástrofe del petrolero permitió orquestar una brutal campaña política, mediática, intelectual y social contra el Partido Popular, debe impedirse a toda costa que la indignación de la población gallega se vuelva contra los beneficiarios políticos de aquella marea negra no sea que ahora el socialismo y el nacionalismo en Galicia resulten imputados de incuria gestora que, por otra parte, han demostrado con creces sin que lo remedien ya los argumentos engolados del articulista de marras.

Ni Suso de Toro, ni otros, tan activos cuando el chapapote ennegrecía las costas gallegas, transidos entonces de una extraordinaria sensibilidad ecologista, demuestran ahora la ecuanimidad y solvencia que tantos y tantos les atribuyeron. Por el contrario: se están retratando en un sectarismo extremo, temerariamente imprudente, abiertamente calumniador -siempre, eso sí, amparado en una impecable dialéctica de carácter ideológico y nacionalista que recubre el argumento con una pretendida respetabilidad-, que la derecha en la persona de Mariano Rajoy ha respondido con una probidad moral que reconforta en lo ético aunque en lo estrictamente político testimonie que la pelea por el poder quizás requiera de más estrategia, de mejor táctica y de mayor intencionalidad. La ministra Narbona -en su aparente inocuidad- se ha querido librar de la quema -y en parte lo ha conseguido-lanzando la especie de los pirómanos «despechados». Visto está que otros han seguido el hilo de su argumento lenitivo.

Es casi seguro que en los incendios de Galicia hayan intervenido auténticos criminales, pero formular acusaciones en los términos en los que se viene haciendo -llegando al paroxismo calumniador de Suso de Toro- constituye una ruindad política intolerable. La asunción de las responsabilidades en la gestión de los intereses públicos es el principio esencial de todo buen gobierno y las fórmulas tramposas para la elusión de esas responsabilidades son las que distinguen a un Ejecutivo filibustero y oportunista de otro serio y consciente de sus obligaciones.

El nacionalismo en general -y los periféricos españoles en particular- están en la operación histórica sostenida de desprenderse de cualquier responsabilidad política o social por más que desde que se proclamase en España la democracia hayan dispuesto, no sólo de amplios mandatos de Gobierno en sus comunidades respectivas, sino también de decisivo protagonismo en las políticas de Estado. La denominada «memoria histórica» -sólo deseada como herramienta ofensiva por la izquierda extrema y los nacionalismos vasco, catalán y gallego, aunque granjeada por el Gobierno y el PSOE- es, en este contexto, la percha de la que colgar el victimismo y la irresponsabilidad. La «memoria histórica» no se traduce sólo en actos simbólicos y efectivos de reparación por supuestas o ciertas injurias perpetradas en el pasado. Remite también a una épica ruralista según la cual los auténticos gallegos, vascos y catalanes padecen determinados problemas y registran no pocas carencias por el aplastamiento nacional de España, entendida ésta como un ectoplasma que se hace corpóreo ahora en el Partido Popular, antes en el socialista -¿no recuerdan en el PSOE los años de la LOAPA y el abandono de Pujol que desvencijó a Felipe González en 1996?- y, más adelante, si preciso fuere, en la Corona o, como con injusticia inveterada se reitera, en la vieja y noble tierra castellana.

De ahí que en Cataluña, en el País Vasco y ahora también en Galicia, sus respectivos nacionalismos busquen siempre, de forma sistemática, un chivo expiatorio que sugiera de forma constante que lo ajeno a un entendimiento endogámico y hermético de lo propio es una realidad en todo caso amenazante y culpable de sus males. Esta es la tesis imperturbable que emerge entre las llamaradas de la Galicia casi calcinada. Como poco antes surgió de la Cataluña irredenta y, antes aún, del magmático nacionalismo vasco que ha hecho de la transferencia a otros -a ellos, es decir, a nosotros, a los españoles- la responsabilidad de todos y cada uno de sus males. Se trata, en definitiva, de una permanente calumnia histórica que se actualiza ahora con tesis tan miserables como la de este presunto ensayista que denuncia que otros juegan con fuego mientras él lo hace con la acusación falsaria.

 

Muy breve comentario final:

 

HECHOS, E HIPOTESIS VEROSIMILES (L. B.-B., 13-8-06, 11:30)

 

El sectarismo y la demagogia es una patología de sectores significativos de la izquierda, no sólo gallega, sino del conjunto de España. Y el sectarismo, la miope cortedad de miras y la manipulación de la irracionalidad constituyen también la patología del nacionalismo periférico.

 

Así que, teniendo esto en cuenta, intentemos buscar criterios para ser operativos en la resolución de los problemas de Galicia:

 

Parecen acumularse en esta situación dos hechos que se refuerzan recíprocamente. En primer lugar, el sectarismo y la ineficacia suicida del gobierno gallego, al desmontar el operativo antiincendios de la anterior administración. En segundo lugar, lo que parece una acción incendiaria planificada no se sabe con qué nivel de organización ni intencionalidad. La proliferación de incendios de este año no parece acertado atribuirla a las causas de otros años ni solamente a las deficiencias administrativas creadas por la actual Administración. Parece más verosímil y acertado, a fin de detener el fuego, actuar en función de la hipótesis de la existencia de una programación de los fuegos, al menos en alguna zona del país y en algún momento.

 

Ahora bien, de ahí a imaginarse a Rajoy o a Núñez Feijoó poniendo petardos incendiarios existe un buen trecho, insalvable si no es con demagogia y sectarismo. La actuación intencionada de quemar Galicia no se puede atribuir al PP, aunque sí se deben exigir responsabilidades políticas al actual gobierno bipartito por su ineficacia. Pero lo que es urgente es detener los fuegos mediante la acumulación del máximo de recursos antiincendios combinada con la búsqueda de posibles culpables intencionados del fuego. Y una vez localizados los autores, aplicarles la ley con el máximo rigor.

 

Y, para el futuro, endurecer las penas contra estas conductas delictivas: provocar incendios en Galicia, sea por los intereses que sea, constituye un delito de máxima gravedad, cuyos efectos son similares a los de una guerra, por sus efectos de destrucción del medio ambiente, con el añadido de la provocación de víctimas humanas.