EL INCIERTO FUTURO DEL PUEBLO PALESTINO

 

 Editorial de   en  “ABC” del 13/11/2004

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el editorial que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

 

EL futuro de Palestina está repleto de incertidumbres, pero está abierto. La principal conclusión que puede extraerse del momento actual es ésta. Los palestinos tienen ahora ante sí el reto de tratar de construir su futuro por ellos mismos. Las dificultades están ahí precisamente: en el hecho de que han articulado durante los años de su diáspora una causa política que se sustentaba exclusivamente en la sola voluntad de un hombre: Yaser Arafat.

En este sentido, la unidad lograda a golpe de caudillismo y violencia personalista tiene ahora su contrapartida: la falta de una arquitectura institucional y pluralista y, con ella, de una sociedad civil vertebrada que sea capaz de hacerse cargo de los destinos de un pueblo martirizado por sus hermanos árabes y por sus ocupantes israelíes.

Es cierto que el marco de la Guerra Fría no fue especialmente propicio para lograr un escenario institucional que sirviera para que Palestina no sólo aspirara a ser un Estado sino, además, un Estado democrático, capaz de desplegar los hábitos de una sociedad abierta. Sin base territorial para ello, hostigado por sus vecinos árabes e israelíes, los palestinos tuvieron que construir su unidad a través de violencia y radicalismo, incluso mediante la práctica del terrorismo. Los años 70 y 80 son, en este sentido, paradigmáticos de lo que fue no sólo un Estado fallido, sino una sociedad fallida.

El proceso de paz de Oslo supuso en 1993 un cambio de situación. A ello contribuyeron el derribo del Muro de Berlín y la victoria del mundo libre. Sin embargo, el proceso no pudo ser consolidado debido a una falta de interlocución negociadora que hablara un lenguaje de moderación por parte palestina. La responsabilidad de Arafat fue determinante tanto para el inicio del proceso de paz como para su obstaculización. No es momento ahora para detallar las responsabilidades concretas que recaen en el líder palestino desaparecido. Baste tan sólo citar la erosión a la que sometió en 2003 a Abu Mazen cuando fue designado primer ministro de la Autoridad Nacional Palestina, frustrando así las bazas negociadoras abiertas a favor de los palestinos.

La salida que se abre ahora a la difícil situación provocada por el fallecimiento del «rais» palestino es complicada. Sus hábitos cesaristas supusieron una laminación deliberada de cualquier liderazgo secundario que pudiera hacerle sombra. La unidad de la causa palestina se logró a base del culto a una personalidad erosiva que ha provocado en estos momentos el escenario de incertidumbre que pesa sobre el futuro de un pueblo radicalizado que sólo ve agravios y humillaciones a su alrededor.

La combinación de la estrategia de Arafat del olivo y la pistola pasa factura histórica a los palestinos. Sin embargo, la urgencia de hallar una solución que salvaguarde la justicia de su causa hace imprescindible que los Estados Unidos y Europa fuercen las cosas para que el proceso diseñado por la llamada «Hoja de Ruta» se desbloquee definitivamente. En este sentido, la reunión celebrada en Washington entre Bush y Blair puede ser la antesala de un nuevo impulso negociador que, en todo caso, quedará subordinado a que los palestinos den con el líder adecuado que desactive los recelos de un Israel neurotizado que ve en el radicalismo palestino una excusa para seguir eludiendo sus responsabilidades.